La pugna entre ERC y Junts trastoca los planes de Sánchez
El calendario de Pedro Sánchez era un secreto a voces. Anunciar el acuerdo con ERC y Junts entre el miércoles y el jueves de la semana pasada, registrar la proposición de ley de amnistía ese mismo día o quizás el viernes, e ir a una investidura que se tendría que resolver en la semana que entra. Pero esos planes se han visto frustrados por el frenazo en seco de Junts que, tras ver cómo el PSOE firmaba un pacto con ERC, ha optado por alargar las negociaciones, en busca de una ley de amnistía que colme mejor sus aspiraciones.
El PSOE cerró el jueves con los republicanos un pacto que fue refrendado por sus bases el viernes y del que Oriol Junqueras saca pecho. Pero los independentistas están inmersos en una competición cainita desde hace años y en el partido de Carles Puigdemont vieron el entendimiento con Esquerra como una afrenta o, al menos, como una buena ocasión para proponer matices a los socialistas.
Junts quiere poder exhibir ante los suyos un acuerdo “histórico”, difícil de reprochar incluso para los independentistas más convencidos, y que se aleje de los pactos que ERC ha firmado con Sánchez durante la última legislatura. Distancia, también en el tiempo.
Ambos partidos, ERC y Junts, tienen incentivos para marcar su propio perfil. La formación de Junqueras se ha centrado en esta negociación en las cuestiones de tipo material o competencial, con dos principales conquistas como son el traspaso de Rodalies y la condonación del 20% de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) de la Generalitat. En Junts, en cambio, han apostado por temas más pegados al procés, con una ley de amnistía como plato fuerte que quieren que vaya acompañada de un reconocimiento nacional de Catalunya y mejoras para la lengua catalana en Europa.
Pero este reparto de papeles entre ERC y Junts, que de entrada podría anticipar una tregua en la feroz competencia entre ambos, no ha sido suficiente para evitar las pullas a la negociación del contrario. El secretario general de Junts, Jordi Turull, ha descalificado ante los suyos el pacto de ERC sobre Rodalies, que considera que aún deja al Estado demasiado control sobre la red ferroviaria, mientras ERC ha hecho todo lo posible por apuntarse como propios los avances en la ley de amnistía que el PSOE ha negociado con ambos.
Una carrera permanente
“Que haya dos partidos negociando con el PSOE cosas similares, y que ninguno de los dos sepa que está hablando con el otro, ha provocado una carrera”, reconocía este viernes un dirigente independentista que ha participado en los intercambios con los socialistas.
Esa carrera, además, ha cambiado mucho desde las elecciones del 23 de julio. Si en la legislatura pasada ERC se destacó como un socio necesario para el Gobierno –siempre que Ciudadanos no entrara en la suma–, mientras Junts se consideraba una formación prescindible para la Moncloa, tras las últimas generales los dos grupos son indispensables para que Sánchez pueda cimentar una mayoría. Y esta aritmética no acaba con la investidura, sino que seguirá siendo así en todas las votaciones que el Gobierno quiera ganar en el Congreso. Esta circunstancia ha dado mucho más poder de incidencia a Junts, pero también a ERC.
A la espera de ver la letra pequeña que se cierre con Puigdemont, el acuerdo suscrito por los republicanos tiene más alcance que cualquiera de los que la formación cerró durante la pasada legislatura y no es exagerado decir que es la primera vez desde el inicio del procés que la Generalitat amplía sus competencias o alivia de forma importante su situación financiera. Ni los negociadores republicanos han mejorado ni los socialistas han empeorado: se explica sencillamente porque la capacidad de presión del independentismo ha crecido debido a su posición parlamentaria, y pese a sus malos resultados electorales, sobre todo de ERC.
A lo que hay que sumar que, ahora, los dos partidos son necesarios de forma simultánea, como esas bombas nucleares de las películas que solo se activan cuando se accionan dos llaves a la vez.
Así las cosas, la posición de los dos grandes partidos independentistas ha cambiado radicalmente. Si antes del verano la formación de Puigdemont quería remarcar su papel como oposición a Sánchez, en contraste con una ERC que llegaba a acuerdos con el Gobierno, en esta nueva legislatura ambos compiten por destacarse como mejor negociador que el contrario. Tanto Puigdemont como Junqueras saben que, el día después de la investidura, en Catalunya se les medirá por quién ha obtenido un mejor acuerdo.
El ring de la amnistía
Una de las claves es la ley de amnistía y, más en concreto, a quién alcanza la medida del olvido penal. La semana pasada ERC maniobró para que quedara claro que eran ellos quienes habían conseguido un texto que exoneraba a los acusados por dos causas especialmente delicadas, como son los CDR y el Tsunami Democràtic. Otras fuentes de la negociación aseguran que este empeño de los republicanos tuvo mucho de representación, porque ambas causas estaban cubiertas desde los primeros borradores de la norma.
Por su parte, desde Junts han tratado de alcanzar en los últimos días una garantía sobre personas que, sin tratarse de encausados directos por causas relativas al procés, son colaboradores de los dirigentes políticos y figuran en sumarios que podrían acabar en condenas. “Aquí hay mucha gente que se la ha jugado, que no se ha rendido. No dejaremos tirado a ningún soldado”, prometió a los suyos el viernes el secretario general de Junts, Jordi Turull.
A diferencia de ERC, que por el momento actúa como un bloque monolítico bajo la tutela de Oriol Junqueras, en Junts hay una amalgama de sensibilidades a flor de piel. Puigdemont ha hecho acopio de autoridad y ha conseguido mantener la paz y el silencio en su formación, con unas negociaciones subterráneas de las que prácticamente no ha informado ni a los cargos de su partido.
Pero el reto del expresident es culminar una negociación exitosa con el PSOE que, además, sea aplaudida por todo su electorado. Una gesta para la que necesita, más que ninguna otra cosa, que sus conquistas parezcan incomparables a las de Junqueras. Y, también, que no encajan obedientemente en el calendario de Sánchez.
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