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Relato de la fuga de un 'maqui' tras una redada franquista: “Esta campesina me ha salvado la vida”

Pau Rodríguez

9 de octubre de 2021 21:06 h

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La madrugada del 8 de junio de 1946, en algún lugar montañoso de la frontera con Francia, en la comarca gerundense de la Garrotxa, el maqui republicano Antonio Figueras se despidió con un abrazo de su guía, Cristina Zalba. “Los guerrilleros sois los mejores hijos de España”, le animó ella. Él le respondió que estaba muy agradecido, que solo la muerte le haría olvidarla. Y así, tras 508 días escondido en su casa, en una masía de la zona, puso rumbo al pueblo fronterizo de Lamenère.

Figueras, que por aquel entonces tenía 26 años, dejó constancia de esos hechos en un informe que remitió un tiempo después a la dirección del Partido Comunista de España (PCE), una vez estuvo a salvo. Lo hizo en calidad de jefe del Grupo Bordoy, una malograda unidad de maquis que se desmembró tras una emboscada de la Guardia Civil en una casa de Sant Iscle de Colltort, en la Garrotxa, en la nochevieja de 1944. El documento ha sido rescatado ahora por la Asociación Amical Antiguos Guerrilleros de Catalunya, que desde hace años se dedica a ordenar, como si de un puzzle se tratase, las piezas que conforman la actuación de la guerrilla antifranquista por toda la zona de Girona. 

A partir de 1944, con la fallida invasión republicana del Valle de Arán, y durante toda la década de 1950, fueron miles los republicanos que integraron las guerrillas organizadas por los comunistas y que buscaban desestabilizar el régimen franquista. Muchos procedían de la resistencia francesa contra los nazis. Esperaban entonces una intervención de las potencias internacionales contra Franco que nunca se produjo. En toda España más de 2.000 maquis murieron en escaramuzas y unos 3.000 fueron encarcelados. 

Uno de esos maquis fue Francesc Serrat, 'Cisquet', hijo del alcalde republicano de Olot, la capital de la Garrotxa. Tras participar en la lucha contra el nazismo, se infiltró en Catalunya en 1944 y campó por distintas regiones al frente del grupo guerrillero Palafox. En 1946 fue detenido y ejecutado. Su historia la recogió el activista Raül Valls, presidente del Amical Antiguos Guerrilleros, en el libro Cisquet, un maqui olotí

“Todo empezó con Cisquet. Tras reconstruir su periplo, empezamos a tirar del hilo”, explica Valls. Y el hilo les llevó de Cisquet a Figueras. Los grupos guerrilleros de estos dos jóvenes republicanos –Palafox y Bordoy– entraron en España juntos, escondidos en un camión procedente de Prades, en diciembre de 1944. Pero el segundo grupo, el que lideraba Figueras, tardó muy poco en caer. “La Guardia Civil se enteró de alguna forma de dónde estaban y les puso una emboscada el 31 de diciembre en la Masía Puigverd, donde iban a buscar comida. Allí murió uno de los guerrilleros, apodado 'Palau'”, relata Valls. 

De la redada de la Guardia Civil al refugio

Este episodio, el de la trampa de la policía franquista, lo relató la hija de los labradores de esa masía, Roser Costa. Y cuadra en las fechas con la fuga que detalló por escrito años después Antonio Figueras en su informe para el PCE, que permanecía guardado en el archivo del partido. El documento, de siete páginas, describe las condiciones en las que este maqui fue acogido por la familia Sala, en la casa de campo que ocupaban ellos en calidad de masovers en la localidad de Oix, y hace especial hincapié en el papel que jugó en su protección Cristina Zalba, la mujer, que le defendió a capa y espada cuando los demás quería echarle. En esa masía estuvo un año y medio escondido. 

El relato arranca con su llegada a la masía La Sala entre el 13 y el 14 de enero de 1945. “La noche anterior había nevado una altura de nieve de 30 centímetros. Ese día hacía mucho frío y yo llevaba cinco días sin comer nada, ni un gramo de pan”, escribe. 

Figueras se topó en la entrada de la masía con el masover Enrique Sala, el cabeza de familia, al que le pidió que le dejase comer y reponerse antes de seguir su camino hacia Francia. “Una vez comido, me curaron la rodilla derecha, me pusieron aceite y luego les dije si me podía quedar a descansar aquella tarde, me dijeron que sí y me pusieron en un corral en el que había conejos con paja, que este corral está debajo de la era de la casa”, relata. 

La familia de masovers –término que describe a los labradores que ocupan una vivienda a cambio de cultivar sus tierras– estaba formada por Enrique, su mujer Cristina Zalba, sus tres hijos, y los padres adoptivos de ella. También vivía en la casa un mozo, Joan Solà, cuyo nombre real era Juan Camps y al parecer también estaba allí escondido por ser militante del PSUC.

Cristina Zalba, su protectora y “verdadera madre”

Tras ocho días recuperándose en ese corral, al noveno Cristina Zalba le dijo que tenía que marchar porque la policía les acechaba. Así que se trasladó a una casa abandonada cerca de allí, de nombre la Cánova.

Pero no había sido ella la instigadora de su expulsión. “Mientras yo estaba en el corral, la Señora Cristina decía a su familia que no había derecho que yo tuviera que estar de esa manera. Luego en la Cánova [la casa en la que se refugió] esta mujer no paró de decir a su familia que no había derecho que me abandonasen, que yo debía ser cuidado y protegido por ellos, y les dijo estas palabras a toda la familia: 'No olvidéis que la lucha de los maquis es por nuestro propio bienestar y para liberarnos del terror cruel de Franco y el fascismo'”, detalla Figueras en el informe. 

Figueras explica cómo al cabo de tres días de permanecer solo en esa casa abandonada, Cristina Zalba y el mozo fueron a buscarle para devolverlo a la masía y le pidieron disculpas. El guerrillero pronto congenió con la mujer, que tenía 37 años y en su juventud había sido militante de la CNT. De hecho, desde la Amical Antiguos Guerrilleros de Catalunya suponen que el combatiente republicano no fue a parar a esa casa por casualidad.

Más adelante, Figueras explica que estuvo en una habitación durante ocho meses en los que pasó una “enfermedad” que no detalla, pero que le impedía andar. Y a partir de ese momento se deshace en elogios hacia Cristina Zalba. “Durante todo el tiempo que estuve malo, quien me cuidó siempre, poniendo una gran voluntad y coraje y siempre con un cariño de verdadera madre, fue la señora Cristina. Ella se iba cada noche una y dos horas más tarde que los demás a dormir, no sin antes haberme curado la rodilla y haber hecho todo lo que me hacía falta”. “Siempre será poco lo que diré de esta admirable campesina que por su valor y sacrificio me ha salvado la vida”, añade más adelante. 

Al superar esa enfermedad, le tuvieron luego escondido en otra habitación, llena de alfalfa. “Cuando sentía que venían los tricornios y los soldados o algún vecino, me ponía escondido en la alfalfa y hasta que no marchaban no salía del escondite”, explica. 

La partida, tras 508 días

En la descripción de los familiares que hace para el partido, deja a Cristina Zalba como una heroína y a su marido como un pesetero y un egoísta. Entre otras cosas, porque se llegó a poner en contacto con su familia y les obligó -sin decírselo a él– a pagarles por su manutención. “10 pesetas al día”, anota Figueras. Su familia trató de procurarle una documentación falsa, pero no lo lograron, así que en junio de 1946 decidió finalmente salir del país. 

Nuevamente, no podría haber culminado el tramo final de su huida sin la ayuda de Zalba, que se ofreció para guiarle cuando su marido se negaba. Siempre según su relato, partieron el 7 de junio. Estuvieron andando, a 50 metros la una del otro, durante toda la noche. “Sin haber encontrado a nadie por el camino”, apunta Figueras, llegaron a la frontera. Fue allí donde se produjo la emotiva despedida. Figueras también recuerda que ella le dijo: “Un día volveréis y este día será el día de la gloria de la libertad del pueblo español”. 

Con el tiempo, este joven guerrillero se casó y nunca volvió a España. Lo poco que se sabe de él es a través de su correspondencia que mantuvo con el mozo con el que compartió esos días. 75 años después, desde la Amical Antiguos Guerrilleros de Catalunya se pusieron en contacto con la hija de Cristina Zalba, Maria Sala Zalba, para hacerla conocedora de esa historia. “Esperamos que con esta información borremos el silencio obligado por la represión de aquellos años tan oscuros. Entregándole esta documentación queremos rendir homenaje a su familia, especialmente a su madre y agradecer su solidaridad y valentía”, le expresaron en la carta.