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Cómo los rusos sacaron al turismo español del bache antes de decantarse por los destinos “patrióticos”

Espacio de promoción del turismo español en la feria MITT de Moscú.

Arturo Puente

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El sector turístico español había perdido 8.000 millones en tres años cuando el Ministerio de Industria repartió las medallas al mérito turístico correspondientes a 2010. La crisis derivada del colapso del sector bancario norteamericano había sido inclemente con las destinaciones vacacionales y hundía agencias de viajes de todo el mundo. También en España, a donde una parte de los tradicionales viajeros ingleses y alemanes habían dejado de llegar. El sector miraba hacia otros mercados en busca de un flotador. Por eso no sorprendió que en el Teatro de la Abadía de Madrid y de manos del ministro Miguel Sebastián, una de las premiadas con la máxima medalla de Turismo fuese Natalie Vorobieva, presidenta de Natalie Tours, uno de los mayores turoperadores rusos de España.

Vorobieva había fundado su empresa en 1992 cuando el turista de su país era prácticamente un extraterrestre en España. Pero, casi dos décadas después, aquel mercado era prácticamente el único que aguantaba y crecía, en medio de una contracción general que estaba dejando muy maltrechas las economías de algunas zonas españolas, expuestas al turismo europeo, sobre todo en la región mediterránea. El viajero ruso, en cambio, tiraba con fuerza. En el año 2010, cuando la empresa fue galardonada, se alcanzó el récord de los 600.000 visitantes con el pasaporte del águila bicéfala. Y las cosas no habían hecho más que empezar.

“No se puede entender el boom del turismo ruso en España si no se explica junto a la compra de inmuebles por parte de una élite muy adinerada unos años antes”, explica el profesor Tomás Mazón, que imparte Sociología del Turismo en la Universidad de Alicante. La suya es una zona caliente tanto para el turismo ruso como para ese otro perfil que describe, de altos funcionarios, profesionales de alta dirección o incluso magnates, que al filo del año 2000 comenzaron a adquirir propiedades en toda la costa española, muy especialmente en la Costa Blanca alicantina, la Costa Dorada catalana y la zona de Málaga.

Entre Altea, al norte de Alicante, y Torrevieja, al sur, hay un arco de unos 125 kilómetros donde se sitúan la mayoría de las posesiones rusas y, también, están afincados un tercio de los residentes en España con esa nacionalidad. “Empezaron a llegar a partir del año 1995. Era un sitio que a ellos les gusta por clima, por servicios, por productos, por shopping, y había productos inmobiliarios de mucha calidad y además más baratos que los italianos o los franceses”, explica Mazón. Se sabe que las familias del propio Vladímir Putin o Dmitri Medvédev han veraneado en la zona, aunque nunca se ha confirmado que tengan allí posesiones.

Una vez España encandiló a las familias rusas más acaudaladas para comprar casas, el turismo ruso de masas se fijó también en esta zona. El viajero tradicional del país había tenido una relación histórica con destinos como Hungría o Turquía, por proximidad geográfica, a los que en cierto momento de auge de la URSS incluso habían viajado familias trabajadoras. Pero, casi dos décadas después de la caída del muro, el turismo ruso se fijó en el Mediterráneo occidental. No lo hizo solo por imitación de sus élites, sino también por una intensa campaña de promoción del sector español, que encontró en Rusia un clavo ardiendo al que agarrarse en plena crisis.

Promoción y explosión del visitante ruso

En junio de 2011 los superchefs Ferran Adrià y Paco Roncero triunfaron en Moscú en una exhibición junto a un cocinero local, Anatoly Komm, en la que sorprendieron con una langosta con sopa de aceite de oliva, una tradicional 'borscht' con foie gras o una merluza con guisantes y anchoas. El evento estaba organizado por el Ministerio de Turismo, en el marco de la Semana de España en Moscú y bajo el lema 'I need Spain'. Aquel era un año clave para la recuperación del sector después de un largo bache y, sin duda, el mercado ruso era capital. Además, el verano pintaba bien. A diferencia de otros turistas, el ruso necesita visados para entrar en España, y las solicitudes se habían disparado en los meses previos.

“Los turoperadores nos dábamos codazos por el mercado ruso”, explica un antiguo trabajador del sector que prefiere no dar su nombre porque su experiencia con una de las grandes empresas rusas del momento “no acabó del todo bien”, según sus propias palabras. “Llegamos a hacer formaciones para agentes rusos en España, que luego se volvían para captar clientes allá”, rememora. Estos intercambios no desentonaban con el clima empresarial y político del momento. Ese año se celebró el llamado Año Dual España-Rusia 2011, que supuso todo tipo de intercambios y muestras de amistad, incluyendo el acuñado conjunto de una moneda conmemorativa de euro y de rublo.

Según explica este extrabajador, la ventaja del turista ruso en aquella época no era tanto el número sino lo que gastaban. “No solo tenían mucha capacidad adquisitiva, sino que en Barcelona tenían acceso a unos productos de lujo que en Rusia no encontraban. Buscan ropa, bolsos, joyas, perfumes y, en definitiva, exclusividad, algo que estaba a años luz incluso del turista europeo más pudiente, que no viene aquí a hacer tantas compras sino a disfrutar del clima”, incide.

Las campañas, tanto las grandes del Ministerio como las que lanzaron patronatos turísticos locales o empresas privadas, funcionaron como la seda. Entre 2010 y 2013 el número de turistas rusos se triplicó en España, alcanzando más de un millón y medio de visitantes en total. En algunos puntos la rusa se convirtió en la primera nacionalidad de los viajeros, como en la Costa Daurada, donde los visitantes rusos llegaron a ser el 30% de los extranjeros en lugares como Salou, Cambrils y La Pineda.



Si Alicante gustaba para invertir y vivir, los destinos catalanes gustaban para el turismo esporádico y la visita. La ciudad de Barcelona, muy bien considerada por ingleses, alemanes, holandeses y escandinavos, comenzó a destacar también en todos las ofertas que empresas como la ya citada Natalie Tours, Serhs Tourism o VKO lanzaban en Moscú y San Petersburgo. Mientras tanto, en aquel periodo compañías como Spanair o la rusa Transaero Airlines abrían rutas turísticas entre ciudades rusas y El Prat o Girona. El conocimiento del ruso comenzó a ser un requisito en los currículums muy bien valorado tanto en restaurantes de la costa del Maresme, como Santa Susana, como en algunas tiendas de lujo del Paseo de Gràcia o en el gran centro comercial de La Roca Village.

“El ruso es un turista muy motivado por el tema cultural. No se quedan en la puerta, lo visitan todo. Les gusta también la gastronomía y el estilo de vida”, explica Marian Muro, directora general de Barcelona Turisme. “Hay que tener en cuenta que quien sale de Rusia ya tiene un nivel económico alto y un gasto medio más elevado”, apunta. Con todo, para la ciudad de Barcelona, el ruso no es un mercado estratégico, pues en este momento está más centrada hacia el estadounidense, el chino o el de Emiratos. “Para quien sí es muy importante es para las zonas costeras de Catalunya. Salou, Calella, algunas zonas del Maresme…”, explica Muro. “Para los rusos, Catalunya es una destinación muy consolidada”.

Visados de turista y visados oro

A diferencia de lo que ocurre con los turistas de la Unión Europea, el ruso necesita un visado para disfrutar de las playas españolas. Conseguirlos nunca ha sido demasiado difícil, habida cuenta de que bastaba con obtener cualquier permiso para entrar en el espacio Schengen, y se dan para cualquiera que demuestre que tiene un alojamiento disponible, bien propio o turístico. Ahora bien, estos visados tenían algunas limitaciones. La primera, que era necesario gestionarlos con cierto tiempo, por lo que nada de escapadas improvisadas, sino más bien estancias de largo plazo. La segunda es que el máximo de estancia en España eran 90 días cada seis meses. Y, evidentemente, solo para la estancia: no se permite trabajar en el país.

“Todo eso cambia en 2013”, explica el abogado Mijail Honcharenko, nacido en Ucrania y especializado en ofrecer servicios legales en España para ciudadanos de países del este. “En plena crisis, España considera que es necesario atraer inversiones y cerebros, por lo que mejoró las condiciones”, indica. A partir de esa fecha, para acceder a una 'golden visa' vale con hacer una inversión inmobiliaria de medio millón de euros y demostrar que dispones de 28.000 euros al año para mantenerte en España y otros 8.000 por cada familiar directo que desees traer.

Las condiciones son muy ventajosas. Este tipo de visados dan autorización de residencia y trabajo de dos años, para el inversor y familiares directos, prorrogables a 5 años si mantienen el inmueble. Esto significa, de facto, un permiso de residencia permanente para toda la familia. Pero, además, a diferencia de otras fórmulas, el visado oro permite también trabajar y no impone como requisito que se pase un solo día en España. “Tú eliges por tanto si te conviertes o no en residente fiscal. Además, como pueden vivir y trabajar los familiares, es muy común que las mujeres o los hijos vengan para estudiar o emprender un negocio, mientras los maridos siguen con sus actividades empresariales en Rusia”, indica Honcharenko.

Fue así como las “visas golden” se hicieron tremendamente populares entre ciudadanos rusos, hasta convertirse en la nacionalidad que más utilizó esta fórmula. En 2021 se cifra en unos 150.000 rusos los inversores de este tipo. Durante la década pasada, estos visados fueron el empujón final que selló una privilegiada relación turística y económica entre Rusia y España.

“Turismo patriótico” y pinchazo

2013 no solo fue el año récord para el visitante ruso sino también el que finalmente el sector turístico español consideró como la recuperación definitiva, cuando se superaron por primera vez los visitantes anteriores a la crisis de las hipotecas basura. El turismo europeo volvió a coger fuerza, a la vez que el mercado ruso estaba a punto de consolidarse como una de las joyas de la corona española. Pero algo inesperado hundió las optimistas previsiones que se hacían para el año siguiente. En febrero de 2014, Rusia tomó el control de Crimea en el marco de la crisis política ucraniana.

Crimea es una península de importancia estratégica para Rusia desde hace más de dos siglos porque fue la salida natural al Mediterráneo del imperio de los zares. Aunque siempre tuvo una gran impronta militar, en las últimas décadas de la Unión Soviética ganó mucha popularidad como destino turístico en todo el Este. La zona finalmente quedó en manos de Ucrania al desintegrarse la URSS y fueron las clases medias de ese país quienes convirtieron Crimea durante los 90 y 2000 en una zona muy atractiva. Hasta 2014. Cuando estalló el conflicto, la mayoría de los ucranianos dejaron de veranear en Crimea, lo que supuso una pérdida de hasta el 70% del turismo de la península.

Junto a eso, muchos países impusieron sanciones a Rusia, también la UE, que en los momentos iniciales hizo que los rusos viesen peligrar sus visados. Estas circunstancias fueron aprovechadas por Moscú para promocionar los viajes tanto a la península de Crimea como a la zona del Cáucaso. “Por una parte, la depreciación del rublo hace que los mercados europeos sean menos atractivos y por otra, en la feria de turismo de Moscú (MITT), hemos detectado una exaltación patriótica incluso en el turismo”, aseguraba Juan Molas, presidente de la patronal hotelera Cehat, en marzo de 2014 a La Vanguardia.

La campaña por parte del Gobierno ruso para promocionar ese destino fue intensa, apelando tanto a razones políticas y económicas –gastar en Rusia– como a argumentos puramente turísticos. Los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebraron en Sochi, en la zona del Cáucaso y a unos 400 km de Crimea, fueron todo un escaparate para fomentar el turismo en las playas del sur. Para acabarlo de redondear, el propio Putin hizo un viaje de tres días en pleno agosto a una península abarrotada de nuevos visitantes rusos.



El resultado fue una caída de casi un tercio de las llegadas de rusos a España entre 2013 y 2015. En algunas zonas, como la ciudad de Barcelona, la caída aún fue mayor, perdiendo casi la mitad de los visitantes. Al año siguiente las cifras confirmaron que el mercado se había estancado y algunas empresas no tardaron en notar los efectos. Natalie Tours quebró a principios de 2018. Otras tuvieron que redimensionarse. Aunque el fervor nacionalista bajó y la UE fue abriendo la mano con los visados, la llegada de rusos no volvió a alcanzar sus cifras máximas. El conflicto en Crimea acabó por frenar la rusificación del mercado turístico español.

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