La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a los ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Samaranch, Maragall y Abad: tres nombres para el proyecto colectivo de Barcelona 92

El éxito organizativo de los Juegos Olímpicos de Barcelona es atribuible a muchas personas, pero tres de ellas se convirtieron en los pilares del proyecto. Como si se tratara de un chiste, el franquista Juan Antonio Samaranch, el socialista Pasqual Maragall y el comunista Josep Miquel Abad se embarcaron en uno de los proyectos más ambiciosos que ha vivido Barcelona en su reciente historia con el propósito de conseguir que los Juegos de 1992 fueran un éxito. Y lo lograron.

El socialista Pasqual Maragall (Barcelona, 1941) era el alcalde de Barcelona cuando el 17 de octubre de 1986 el presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, pronunció el nombre de Barcelona (fonéticamente sonó en catalán: Barsalona) como ciudad escogida para organizar los Juegos Olímpicos de 1992.

Maragall dio saltos de alegría ante la multitud que acudió a recibirle a Montjuïc y después se fue a cenar a Els Pescadors, en la plaza Prim, de Poblenou, cuna de los socialistas utópicos seguidores de Etienne Cabet.

El trabajo estaba hecho. Las administraciones local, autonómica y estatal habían trabajado sin fisuras y sin polémicas para lograr la candidatura. El trabajo estaba hecho en Barcelona pero también en Lausana, sede del Comité Olímpico Internacional (COI), gracias a los buenos oficios de su presidente, el barcelonés Juan Antonio Samaranch.

Y aunque es innegable el papel de Samaranch en el éxito de la candidatura, no se puede olvidar que siempre hay otros intereses que pesan en la decisión, más allá de los méritos de la ciudad, un aspecto que la diplomacia olímpica siempre ha querido ocultar.

Lo prueba lo que sucedió cuando al redactor jefe de un importante diario se le ocurrió escribir que había que estar tranquilos, que la ciudad iba a ser la elegida, porque las grandes marcas de ropa deportiva querían que Barcelona fuese el escenario. Aquello provocó un pequeño terremoto en el COI, el cese fulminante del autor del artículo y el desmentido inmediato de lo que se había publicado.

Samaranch, el franquista que leyó los nuevos tiempos

Como presidente del COI y con la elección de Barcelona como sede olímpica, Juan Antonio Samaranch (Barcelona, 1920-2010) culminaba una trayectoria política en la que destacaba por haber sabido acomodarse a los tiempos. De pasado falangista –no son una excepción las fotos en que aparece con camisa azul y brazo en alto-, fue Delegado Nacional de Deportes y tuvo el acierto de crear un eslogan de éxito: ‘Contamos contigo’.

Pero tras la muerte de Franco se movió con habilidad y desplegó una notable política de gestos. Donde antes había un busto de Franco apareció un Sant Jordi y en diciembre de 1976 fue quien retiró de la puerta del Palau la inscripción ‘Diputación’ y restituyó el nombre de Palau de la Generalitat, el mismo Palau en el que, con todos los honores, fue instalada su capilla ardiente en 2010.

Se veía venir que tendría una exitosa carrera. Ya en 1975, año de la muerte del dictador, había dado muestras de sus habilidades políticas y supo aprovechar la oportunidad que le brindó la torpeza de 18 concejales del Ayuntamiento de Barcelona que votaron 'no' a una moción en favor de apoyar la enseñanza del catalán. Esa negativa generó un amplio movimiento de protesta ciudadana, de tal modo que el Ayuntamiento convocó un nuevo pleno para tratar de enmendar el dislate.

Ese mismo día, al otro lado de la plaza, Samaranch había convocado un pleno ordinario de la Diputación que en principio era de trámite. Y en esa sesión, con aparente normalidad, Samaranch tomó la palabra en catalán. Era la primera vez que ocurría desde el final de la guerra civil. Y no sólo eso, sino que invitó a los presentes a usarla si así lo deseaban, de modo que sin necesidad de trámite alguno, dio carta de naturaleza al uso de la lengua en la institución provincial.

La cosa no acabó ahí, porque al final de la sesión propuso conceder una distinción al periodista Josep Maria Lladó, un colega muy estimado por la profesión que se había tenido que exiliar tras la guerra civil.

Todos estos gestos, sin embargo, no le sirvieron para librarse de escuchar cómo desde la plaza de Sant Jaume le gritaban “Samaranch, fot el camp” (Samaranch, lárgate) en una manifestación el día de Sant Jordi de 1977. Las cosas empezaron a cambiar para él pocos meses después, cuando fue el elegido para ocupar la embajada de España en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) después de 41 años de inexistentes relaciones diplomáticas.

Samaranch llegó justo cuando Moscú estaba en pleno proceso de organización de los Juegos Olímpicos de 1980. Ahí supo de nuevo aprovechar la ocasión para tejer relaciones con miembros del COI que le llevaron a la presidencia en el mismo año de los Juegos.

Abad, el cerebro de la organización

Uno de los que gritaba “Samaranch fot el camp” fue Josep Miquel Abad (Valladolid, 1946), según confesó recientemente a Enric Juliana en La Vanguardia. Abad fue designado por Maragall Director del Comité Olímpico Organizador de Barcelona’92 (COOB) y las tensiones con Samaranch fueron frecuentes, hasta el punto de que en algún momento se temió una “ruptura de relaciones”. Pero no fue así y, tras los Juegos, el ex comunista Abad y el ex franquista Samaranch mantuvieron muy buenas relaciones.

Maragall y Abad habían coincidido en el Ayuntamiento de Barcelona durante el primer Ayuntamiento democrático que presidía Narcís Serra. Maragall era teniente de alcalde de Reforma Administrativa, Abad era teniente de alcalde de Urbanismo y el convergente Josep Maria Cullell era teniente de alcalde de Hacienda.

Abad recibió el legado en forma de terrenos disponibles para construir equipamientos que habían logrado el alcalde Josep Maria Socías Humbert y su delegado de Urbanismo, Joan Antoni Solans. Recibió ese valioso legado, sí, pero tuvo que asimilar el nombramiento de Oriol Bohigas como máximo responsable del Urbanismo barcelonés, a quien Narcís Serra dio prácticamente carta blanca.

Tanto Maragall como Samaranch y Abad tenían un pasado vinculado al urbanismo. Maragall escribió su tesis doctoral sobre el precio del suelo en la ciudad de Barcelona (un tema de permanente actualidad desde aquellos años setenta), en tanto que Abad, aparejador de formación, se había distinguido como reivindicativo presidente del Colegio de Aparejadores en una época, entre 1973 y 1979, en que su revista, CAU (Construcción, Arquitectura, Urbanismo), era una referencia para las reivindicaciones de arquitectos, aparejadores y ciudadanos.

Y Samaranch, pues Samaranch había sido un promotor inmobiliario sin demasiados escrúpulos que, junto a Jaime Castell Lastortras, edificó barrios dormitorio como la Ciudad Satélite de Sant Ildefons o Ciutat Meridiana, construida, por cierto, en unos terrenos que fueron descartados para albergar el nuevo cementerio de Barcelona antes de que se decidiera levantarlo en su actual emplazamiento de Collserola.

Maragall: el sueño de Barcelona imposible en Catalunya

Maragall salió muy reforzado de los Juegos. La idea había surgido de su antecesor, Narcís Serra, pero el nuevo alcalde, persona bastante discreta hasta ese momento, se creció con el proyecto, se rodeó de personas de su confianza y pronto se vio clara su determinación para que la maquinaria funcionase.

Maragall se las tuvo que ver con dos pesos pesados: Felipe González y Jordi Pujol. Los socialistas se inventaron la Expo’92 y el AVE Madrid-Sevilla para evitar el posible malestar que podía generar en su granero de votos de Andalucía las inversiones destinadas a Barcelona. Y aunque algunos en la Generalitat hubieran preferido que la candidatura fracasara, todos supieron guardar las formas.

Incluso el día más crítico antes de los Juegos, cuando durante la inauguración de los Mundiales de Atletismo de 1989 se estrenó el Estadi Olímpic bajo un aguacero que dejó en evidencia las fisuras de la obra.

Ese día el Rey Juan Carlos tuvo que aguantar un severo chaparrón y una sonora pitada por parte de grupos independentistas, pero aquello sirvió para que el día de la inauguración de los Juegos todo funcionara a la perfección. Aunque también es cierto que el propio Abad tuvo que convencer a algunos figurantes del espectáculo que querían mostrar banderas independentistas de que aguardaran a otra ocasión.

Aquellos tiempos de gloria de Maragall duraron poco. Sus propios compañeros socialistas desdeñaron sus propuestas federales para España (y algunos ahora están lamentando el error) y sus rivales políticos vieron con inquietud cómo Catalunya y Barcelona habían salido reforzadas. Los parabienes que recibió el paso de la antorcha olímpica por todas las provincias de España se trocaron en frases como la que se atribuyó a Esperanza Aguirre, a Manuel Pizarro o a Arias Cañete a propósito de la posible compra de Endesa por parte de una empresa catalana, Gas Natural.

El caso es que en el PP circuló sin recato el lema de “antes alemana que catalana”. Eran tiempos –a mediados de la década del 2000- en que los populares recogían firmas contra el Estatut, que en algunas mesas petitorias se explicaba como que recogían firmas “contra los catalanes”.

La llegada de Maragall a la presidencia de la Generalitat despertó grandes expectativas, pues se esperaba un Maragall que desplegase el acento social y la gestión eficaz y se alejase de las políticas practicadas durante 23 años por Jordi Pujol. Pero Maragall quedó enredado en la tela de araña que, durante la negociación del Estatuto, tejieron a su alrededor algunos de los representantes de sus socios de gobierno de ERC.

El perfil que había logrado como alcalde, con su idea de impulsar una “Barcelona de las Barcelonas”, no se repitió como presidente de la Generalitat. Y su reproche a Artur Mas, tan premonitorio, de que el problema de su partido era el 3 % (en referencia al cobro de comisiones ilegales), ni siquiera constó en acta, porque hubo de retirar sus palabras ante la amenaza convergente de frenar su apoyo a la reforma del Estatut. Tiempo después, el alzheimer le obligó a retirarse de la vida pública.

Los caminos después de los Juegos

Juan Antonio Samaranch no se cansó de repetir que los de Barcelona habían sido los mejores Juegos de la historia y se prodigó en elogios a Josep Miquel Abad. Dejó el COI con toda clase de reconocimientos, pero en su ciudad no todos le perdonaron su pasado franquista. Y mientras en China le dedicaron estatuas en Pekín y otras ciudades, en su Barcelona natal el consistorio presidido por Ada Colau retiró del Ayuntamiento la estatua que regaló a la ciudad en recuerdo de los Juegos Olímpicos.

Josep Miquel Abad entró en la empresa privada y tras su paso por Grupo Planeta, Antena 3 TV y Vueling es ahora Director General de El Corte Inglés en Catalunya. Es curioso porque ahí también ha tenido que relacionarse, en la dirección general a nivel estatal, con alguien como Dimas Gimeno, que llegó a figurar en las listas de Falange.

Abad es el único de los tres que aún puede explicar interioridades de lo que pasó. Podría describir sus tensiones con Samaranch, quien en sus visitas a Barcelona siempre repetía que aquello no acababa de funcionar. También podría explicar cuántas veces Maragall le salvó la cabeza. E incluso quién la pidió con más insistencia. Una editorial le ofreció mucho dinero por dejar constancia en un libro de todo ello. Pero dijo que nunca lo haría, por responsabilidad institucional, porque lo que sabe es en razón del cargo que ocupó. Y 25 años después, mantiene la discreción.