“Debéis estar preparadas. Algunos jefes son buenos pero otros son muy malos”. La profesora advierte a un grupo de mujeres filipinas, la mayoría muy jóvenes, que atienden con cara de susto las indicaciones en la pizarra. Todas llevan puesto un delantal. “Para muchos, las empleadas del hogar son como una esclava. Os tratarán como si fuerais un robot”.
Las alumnas escuchan, preparándose para un viaje incierto que no saben cómo irá ni cuánto durará. Participan en la formación que las academias filipinas, con el beneplácito del Gobierno, ofrecen a las trabajadoras del hogar que se van al extranjero. Les muestran cómo deben colocarse los cubiertos, cómo se lava un bebé y cómo deben servir correctamente. Pero también les enseñan a controlar sus pulsiones suicidas cuando lo pasen mal y a lidiar con todo tipo de abusos. Un ejemplo: no se recomienda entrar dentro de una habitación si en ella está el hombre de la casa. “No se sabe qué os podría pasar”, les advierte una profesora.
El documental 'Overseas', que DocsBarcelona estrena el próximo jueves en salas de todo el país, aborda el fenómeno de las trabajadoras del hogar filipinas que se disponen a repartirse por todo el mundo. Una diáspora silenciosa y llena de temores que viaja sin saber qué va a encontrarse ni cómo las van a tratar. La cinta muestra la soledad de estas mujeres, el desgarro por dejar a sus familias atrás y, sobre todo, un miedo contenido ante la incertidumbre que sobrevuela en todo momento la película.
Los TFE –Trabajadores Filipinos Extranjeros– constituyen una de las principales patas de la economía filipina. El propio Gobierno del país, desde hace más de 40 años, promueve la emigración de sus ciudadanos para que trabajen fuera y manden divisas extranjeras desde otro lugar. Se calcula que hay unos 10 millones de filipinos trabajando en el extranjero en una población de casi 110 millones. Muchas son trabajadoras del hogar que acaban en países como Singapur, Hong Kong, Emiratos Árabes, Omán, Arabia Saudí, Kuwait o España. En la televisión las llaman “heroínas de la economía”.
Puede resultar desolador ver el período preparativo que pasan estas mujeres antes de partir. En la cinta no se aprecian imágenes de lo que sucede en estos domicilios repartidos por el mundo, pero ver las situaciones para las que se preparan y los testimonios de algunas veteranas que ya han trabajado en el extranjero permite hacerse una idea del calvario que pueden llegar a sufrir estas mujeres cuando se van de casa.
“Cuando llegas, a veces no tienes habitación y te hacen dormir en la cocina”, relata una de ellas sobre su experiencia años atrás en Dubai (Emiratos Árabes). “Me levantaba a las cinco de la mañana para trabajar y no paraba hasta las dos o las tres de la madrugada”, prosigue. “Algunas noches ni siquiera dormía de la cantidad de trabajo que tenía”. Otras explican que no les dejaban ni ir al lavabo, tampoco descansar para comer o describen cómo sus empleadores las agredían si no hacían bien su trabajo. La profesora les recuerda que si las tratan “como animales” o no las alimentan deben contactar con la agencia que les ha conseguido el puesto.
El fantasma de las violaciones y los abusos sexuales también está muy presente durante los preparativos de estas mujeres. “Un día en el baño el hermano de la señora intentó violarme”, afirma entre lágrimas una de ellas. “Casi todos sus hermanos y el padre me tocaban los pechos y me daban palmadas en el culo”, explica otra. “Pero yo fingía que todo iba bien”.
Las profesoras les plantean la duda de si deben revelarle a la mujer de su empleador que han sido acosadas. “Lo mejor es hablar con la agencia”, les responde la profesora. También les elaboran un listado de estrategias para zafarse de un intento de violación. La patada en los testículos se considera una de las opciones más efectivas, les dice la profesora. Algunas alumnas ríen. “Cuando os veáis en esta situación no reiréis tanto”, les espeta la maestra.
La incertidumbre de estas mujeres sobre lo que se van a encontrar es tan grande como las dudas sobre cuándo podrán regresar a su casa. Muchas asumen que pasarán al menos dos años sin ver a sus familiares e hijos aunque buena parte de ellas admiten que el viaje que emprenden durará décadas o tal vez no tendrá vuelta atrás. Ahorrar no les resulta sencillo y en muchas ocasiones regresan y descubren que sus familiares se han gastado todo el dinero. “Los diez primeros años serán para ayudar a mi familia, los diez siguientes servirán para ahorrar para mí”, dice una de ellas a falta de pocos días para marchar. Cuando vuelva, 20 años después, tiene intención de estudiar hostelería y abrir un restaurante.
Insultos, vivir literalmente a golpe de silbato… Todas las situaciones denigrantes que uno puede imaginar se prevén en esta formación que ofrece el Gobierno filipino. Pero lo más importante, les recuerdan las profesoras, es no derrumbarse. “Sea cual sea vuestro problema, el mal trato o las dificultades que os pongan nunca lloréis delante de vuestro jefe”, les advierte la maestra. “Es una muestra de debilidad y los filipinos no somos débiles”.