El teatro ucraniano se exilia en Barcelona para proteger el arte de las bombas y de la cárcel

Sandra Vicente

23 de febrero de 2023 22:57 h

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Alekséi Yúdnikov nació en Ucrania en 1973 y con 20 años se mudó a la vecina Rusia a cumplir su sueño. Se trasladó al país de Chéjov, Gógol y Pushkin para nutrirse de su tradición teatral y poder hacerse un hueco sobre las tablas. Y lo consiguió. Se convirtió en un actor de referencia en Rusia y Ucrania gracias a su arte contestatario y crítico, que pudo ir esquivando la censura de Putin.

Pero eso cambió el 26 de febrero de 2022, día en que Rusia inició la invasión de Ucrania, dando comienzo a una guerra que próximamente cumplirá un año. A pesar de que consideraba Moscú como su hogar, Yúdnikov entendió que su arte sin tapujos y la falta de un pasaporte ruso le convertían en un blanco fácil. No hizo falta esperar mucho para empezar a ver a artistas encarcelados o desaparecidos. “Entendí que estaba en un país enemigo”, confiesa Yúdnikov.

Pocos días después del inicio del conflicto puso rumbo a Helsinki, dejando atrás cuatro hijos y tomando solo una maleta pequeña y una bici plegable, que le lleva a todas partes. Su exilio lo separó físicamente de Rusia, pero su mente y compromiso seguían estando en el conflicto, así que decidió seguir haciendo 'artivismo' desde el exilio.

Llevó a cabo diversas acciones y, por ejemplo, se trasladó a la Bienal de Venecia, donde hizo una performance ante el pabellón ruso -clausurado en protesta a la guerra- basada en la obra 'La Nariz' de Gógol. “Era una crítica a la organización de la vida pública a través del control social, una alegoría de las actividades terroristas de Putin”, asegura Yúdnikov. Eso le proporcionó un nombre en la esfera cultural europea y cambiaría el destino de su exilio.

Gracias a esa acción, se puso en contacto con Artists at Risk, una organización internacional que protege a artistas en situaciones de riesgo y persecución y les proporciona una residencia temporal en alguna ciudad europea para que puedan seguir creando sin peligro. Esta organización nació en 2013 a raíz de la revolución egipcia y tras 10 años han acogido a centenares de creadores y creadoras.

Yúdnikov es uno de ellos y encontró su refugio en Barcelona. Él es el primer acogido del programa Barcelona Artistes en Risc, un proyecto de cooperación entre el Ayuntamiento y la asociación Artists at Risk, que cuenta con el apoyo del Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona (CCCB), el Institut de Cultura (ICUB) y la plataforma No Callarem. El objetivo de esta colaboración es establecer entre dos y cuatro residencias artísticas cada año para creadores en riesgo, que tendrán su hogar y su lugar de trabajo en el espacio Fabra i Coats.

La crisis de la libertad de expresión

“Queremos contribuir a paliar los efectos desastrosos de una guerra injusta, haciendo más llevadera la diáspora de artistas que necesitan un paréntesis”, asegura Jordi Martí, director del área de cultura del Ayuntamiento. Yúdnikov llegó a Barcelona en julio de 2022 , donde compartió residencia con la dramaturga Sasha Denísova y juntos crearon el monólogo 'Mi madre y la invasión total'.

En la obra, que se estrena el 4 de marzo en el CCCB, el actor da voz a la madre de Denísova, una mujer que se ha quedado en Kiev y que, cabalgando entre el drama y la comedia, hace un repaso de una vida que empieza marcada por la Segunda Guerra Mundial y que llega a su ocaso tintada por otro conflicto al que, de nuevo, debe hacer frente alejada de sus seres queridos.

“Es una obra muy personal y, aunque no conozco a la madre de Sasha, la hago pensando en la mía y en mis cuatro hijos, que siguen allí. Interpretar este papel me ayuda a superar la disonancia cognitiva, a acercarme un poco más a los míos, mientras supero el mal trago de estar aquí, tranquilo, mientras ellos viven una guerra”, explica el actor.

Artists at Risk ha tomado mucha relevancia en la última década y ha conseguido que la Unión Europea les financie y se replantee los requisitos para obtener el visado humanitario. Esta autorización ampara a víctimas de persecución por motivos políticos, religiosos o de género, pero suele dejar fuera a los artistas. “Es un sinsentido, porque los creadores están en la primera línea de la defensa de los derechos humanos. Su trabajo, para que funcione, debe ser visible, y eso les convierte en una diana”, afirma Marita Muukkonen, cofundadora de Artists at Risk, que pone el ejemplo de represaliados como las rusas Pussy Riot o el catalán Pablo Hasél.

“Estamos en un momento muy peligroso, en que la propaganda quiere aplanar los discursos críticos y la cultura es más necesaria que nunca”, asegura Elisabet Goula, responsable de debates del CCCB. Es esta voluntad de “proteger la libertad de expresión” la que llevó al Ayuntamiento de Barcelona a aliarse con Artists at Risk ya en 2019, pero debido a la pandemia el primer acogido no llegó hasta 2022.

Barcelona se ha estrenado con un creador ucraniano, como la gran mayoría de los que se han exiliado a través de Artists at Risk en el último año. La guerra ha hecho que subieran las demandas de asilo, pero también ha incrementado el número de ciudades dispuestas a acoger, que han pasado de 26 en 2019 a 570 en 2023. “Estamos muy contentos de esta solidaridad, pero nos preocupa que sea momentánea. No sólo Ucrania necesita ayuda”, asegura Muukkonen, quien menciona países “olvidados” como Afghanistán o Irán.

Un futuro incierto

El programa de acogida contempla estancias de máximo seis meses, pero Yúdnikov estará en la capital catalana algo más de ocho. Las entidades que acompañaban al dramaturgo quisieron alargar su estancia hasta que llegara el aniversario de la guerra y aprovechar la fecha para estrenar el monólogo. Ahora este pequeño oasis está a punto de acabar, aunque el fin de la guerra todavía ni se intuya.

Hoy, pues, Yúdnikov se enfrenta a una pregunta “dura y angustiosa”. ¿Qué va a hacer cuando se acabe su residencia artística? No lo sabe. Tampoco dónde va a vivir, a expensas de qué ni cómo va a sobrevivir. Lo único que tiene claro es su agradecimiento a Barcelona y su convicción de seguir haciendo arte para “contribuir al final de una guerra que no se entiende”. Eso, y que todavía no puede volver a Rusia.

“Desde allí es imposible decir la verdad”, asegura, recordando las épocas en que trabajaba en Moscú. Él siempre se negó a pasar por el aro del gobierno, que “sólo respeta a los que se limitan a interpretar a los clásicos”, y esquivó la censura a pesar de representar obras de cosecha propia, muy críticas con el régimen. “Nos cerraron la sala innumerables veces”, recuerda Yúdnikov. Pero hoy la represión va mucho más allá: “muchos de mis compañeros están en la cárcel”, apunta.

El actor desea volver a su hogar, para reencontrarse con sus hijos y con su madre y para “acabar con las contradicciones y remordimientos de estar en un lugar seguro, mientras los míos están en riesgo”. Pero sabe que no puede volver. “Ya no”. Para él es demasiado tarde, después de haber criticado a Putin abiertamente, de haberse declarado opositor sin atisbo de duda. Después de haber podido hablar libremente por primera vez en años, no puede volver. “Pero es parte del oficio”, sentencia.