Las palabras pronunciadas en Barcelona por el secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez Ruiz el pasado 27 septiembre, proclamando que la comisaría de la Via Laietana “ha sido un símbolo de servicio público desde el que varias generaciones de policías han contribuido y siguen contribuyendo a fortalecer la democracia en nuestro país”, han herido en lo más profundo a los que, como en mi caso, fuimos torturados durante veinte días en estas dependencias, precisamente por luchar por la democracia y contra la dictadura.
Para los barceloneses, la comisaría de la Via Laietana sigue siendo un agujero negro en nuestra memoria colectiva, ya que durante 40 años allí se torturó sistemáticamente a los demócratas que nos enfrentamos a la dictadura. Algunos murieron a consecuencia de las torturas y otros sufrieron las secuelas para el resto de su vida, como es el caso de los dirigentes del PSUC Miguel Núñez y Sebastià Piera, entre tantos otros.
Aún hoy muchos barceloneses procuran evitar pasar por delante de la Jefatura de Policía de Via Laietana para no revivir el trauma sufrido en sus dependencias. Son muchas las vidas truncadas de hombres y mujeres que han sufrido en silencio el dolor y el trauma de la tortura que nadie ha atendido. Por esto, somos pocos los que estamos dispuestos a hablar de tan terrible experiencia.
En 1969, con 19 años, entré a trabajar en la empresa SEAT y me impliqué en la organización del sindicato Comisiones Obreras. Pero lo que hoy es un derecho constitucional, entonces era un delito. La empresa me denunció a la policía, que me detuvo la madrugada del 16 de diciembre de 1970 en la puerta de mi casa cuando me dirigía al trabajo.
A partir de ese momento comenzó una terrible pesadilla. Fueron 20 días de torturas en las dependencias de la Via Laietana, ya que al haberse declarado el estado de excepción para reprimir las movilizaciones de obreros y estudiantes contra las condenas a muerte de seis militantes de ETA Político Militar, la policía no tenía límite de tiempo para los interrogatorios y las torturas en las comisarías.
Veinte días de aislamiento en los apestosos sótanos de Via Laietana, sin ningún contacto con el exterior, ni con la familia ni con los abogados, perdiendo la noción del tiempo en sus celdas oscuras, de las que cada dos o tres horas, día y noche, me subían a los despachos para los interrogatorios y las torturas. Torturas de todo tipo: palizas, amenazas de dispararme, el quirófano, la rueda, la bañera… Y todo tipo de vejaciones, alternadas con la intervención del policía bueno que trataba de convencerte de que delatases a los compañeros para salir bien parado.
Fue como entrar en un pozo sin fondo, aislado e indefenso a merced de los torturadores, donde la posibilidad de estar indefinidamente en sus manos era la peor tortura. Tanto es así que ir a la cárcel para mí fue una liberación.
Mientras la Prefectura de Via Laietana sea la Jefatura superior de policía de Barcelona seguirá proyectándose sobre ella la sombra de su pasado franquista.
En otros países democráticos, los lugares de represión, como la ESMA en Buenos Aires o la sede de la Gestapo de Lyon, se han transformado en espacios de memoria. Así pues, para nuestra cultura democrática es un deber de memoria transformar la Prefectura de Via Laietana en un centro de interpretación de lo que fue la represión de la dictadura, para recordar a los que lucharon contra el franquismo y denunciar la tortura siempre y en todo lugar.