La Olimpiada Popular de Barcelona, el envés del espectáculo nazi de Berlín de 1936

Tomeu Ferrer

Barcelona —

“La celebración de la Olimpiada Popular fue una forma de reivindicar el deporte popular frente al deporte elitista, en definitiva de una visión democrática del mundo, que esto era la República, contrapuesta a la minoritaria, el fascismo”. Así caracterizaba el historiador Carles Santacana una de las claves de la organización en Barcelona, hace 80 años, de los juegos alternativos a los olímpicos oficiales, que se hicieron en Berlín y que se convirtieron en el mayor escaparate nunca imaginado de la ideología nazi.

Santacana participó en una mesa redonda organizada en la antigua sede de la UGT en Barcelona, en la Rambla Santa Mónica de Barcelona, justo en el edificio que albergó el comité organizativo la Olimpiada Popular, cuando el local era la sede del Centre Autonomista de Dependents de Comerç i la Indústria (CADCI). Junto a  Santacana tomaron la palabra el ex diputado David Companyon, de la Fundació Alternativa; Josep Antoni Pozo, historiador y sindicalista de UGT de Catalunya y concluyó Camil Ros, secretario general de la UGT catalana.

La muestra se había podido ver antes en la sede de CCOO y ha rodado por otros centros cívicos y localidades catalanas. Companyon, afirmó: “si esta olimpiada hubiera pasado en otro país se habrían hecho películas sobre su significado”. Glosó, por ejemplo, la aventura del club Clarium nacido alrededor de una revista obrera británica que, para distribuirla, creó un equipo ciclista, que se desplazó en 1936 a Barcelona y que este verano, 80 años más tarde, volvieron a hacer el viaje en bicicleta hasta la capital catalana para conmemorar los juegos que finalmente no se pudieron celebrar.

El exdiputado de EUiA reveló que la imagen más icónica de la Barcelona de la victoria obrera del 19 de julio, “la de Marina Ginestà, una miliciana que hacía guardia en la azotea del hotel Colón, fue fotografiada por Hans Gutmann, un fotógrafo desplazado para cubrir la olimpiada ”.

También glosó Companyon el ensayo del concierto que debía ofrecer Pau Casals en la inauguración del evento deportivo y que también se frustró por el alzamiento fascista.

La Olimpiada de Popular se diseñó para contraponerse al espíritu de los juegos que cada cuatro años organiza el Comité Olímpico Internacional (COI) y especialmente a los de Berlín, en pleno auge del nazismo. Si en los juegos de 1936 de Berlín se prohibió la participación de deportistas judíos, en los de Barcelona el internacionalismo fue uno de sus signos de identidad. A pesar del poco tiempo que hubo para la organización, en la capital catalana participaron 20.000 personas, más unos 3.000 acompañantes procedentes de 23 países. Para una ciudad sin infraestructuras de alojamiento, una movilización como aquella sólo se pudo asumir hospedando a los atletas y acompañantes en domicilios particulares. Todo sin casi fondos públicos y con el apoyo entusiasta de entidades como sindicatos y asociaciones deportivas de barrio o vinculadas a centros como el Ateneu Enciclopèdic Popular, entre otros.

La visión enfrentada a los juegos oficiales también se notó en la participación. En los Juegos Olímpicos sólo tomaron parte estados consolidados, mientras que en Barcelona pudieron tomar parte territorios sin Estado, como Alsacia, País Vasco o Catalunya.

Del Pozo, en su doble vertiente de historiador y sindicalista manifestó: “la olimpiada se inscribe en la reivindicación de deporte popular, es decir, de la reclamación que los trabajadores tengamos tiempo libre para dedicarlo al cultivo de actividades deportivas y a la cultura”. La denominación deporte popular es precisamente una aportación catalana, dijo, porque en toda Europa se hablaba de deporte obrero, pero la preeminencia en Catalunya de la CNT, contraria a realizar actividades competitivas, hizo que se cambiara el nombre para incluir a otros sectores, como menestrales o pequeños comerciados y agricultores.

Otro elemento distintivo del evento fue la implicación de las entidades obreras y populares de todo el Estado español. Así, después de Barcelona el núcleo solidario más importante estaba en Madrid e incluía en su seno los principales sindicatos y también los partidos de izquierdas.

“Había conciencia de que el nazismo era un régimen muy peligroso para los trabajadores y que había que combatirlo”. Por eso se quiso confrontar en la forma y en el fondo la organización de la olimpiada popular con los fastos de los Juegos Olímpicos de Berlín“, explica Del Pozo. El convencimiento de los que asistieron era tan claro, que al estallar la revuelta franquista, el 18 de julio, muchos decidieron quedarse e integrarse en las milicias antifascistas. Y los comités creados para organizar el evento deportivo se transformaron también organismos clave para las columnas que se desplazaron hacia Aragón a luchar contra la revuelta facciosa.

Por su parte, Santacana ha descalificado las apelaciones a despolitizar el deporte, que tradicionalmente han hecho desde las autoridades olímpicas, con la politización y sustrato popular de las jornadas barcelonesas. “El COI, justo después de la primera guerra mundial vetó a los deportistas alemanes y austriacos, porqué eran los perdedores. En los juegos de Berlín aceptó el veto a los atletas judíos, y cuando se planteó hacer unos juegos olímpicos en Barcelona, en 1931 cuando se debía decidir la sede, no quisieron ni desplazarse a la capital catalana para evaluar la candidatura. Entonces la ciudad estaba en plena euforia republicana, lo que no les gustaba, pero estos mismos compromisarios no tuvieron ningún problema en votar mayoritariamente a favor de los juegos en Berlín, aunque todavía Hitler no había subido al poder”, afirmó.

Santacana ha mencionado el silencio que las autoridades políticas catalanas han tenido en relación con la Olimpiada Popular. Según su apreciación el hecho de que ya en 1979 se solicitase oficialmente la celebración de los juegos olímpicos oficiales hizo que intencionadamente no se reivindicara la Olimpiada Popular alternativa a los juegos del COI, para no molestar a los dirigentes de este organismo, muchos de ellos nobles y miembros de las clases altas. “Es curioso como de hechos históricos de gran relevancia para el movimiento obrero, como la Olimpiada Popular o las colectivizaciones en Catalunya, no quede memoria entre los sectores populares, pero  el otro lado, el poder constituido, no olvida nunca estos eventos”, ha dicho Santacana.

Finalmente, Camil Ros ha destacado la importancia de no perder la memoria histórica y el papel de los sindicatos en las reivindicaciones populares. “Hemos de recordar el pasado para construir mejor el futuro, porqué los otros sí se acuerdan de todo y nosotros, parece que lo hemos olvidado”, dijo.