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Las vidas rotas de Pablo Hasél, Valtonyc y Elgio

El rapero Pablo Hasél, en una imagen del documental 'No Callarem'

Nando Cruz

20 de octubre de 2022 22:22 h

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Pablo Hasél lleva veinte meses encerrado en una prisión de Lleida. Valtònyc vive exiliado en Bruselas desde hace más de cuatro años. El primero sale cada día a un rato a caminar a un patio de apenas diez metros de largo y se ha mentalizado para cumplir bastantes años de condena. El segundo ha tenido que cambiar varias veces de domicilio debido a las más de 500 amenazas de muerte que ha recibido. A veces tiene pesadillas: sueña que vuelve a Mallorca, pero que tiene miedo de quedarse allí. Elgio sigue viviendo donde siempre, en Sabadell, pero aún no ha conseguido sacudirse el miedo de entrar un día en la cárcel. “Cuando tienes ejemplos tan cercanos, la posibilidad de entrar no es una ilusión”, sabe.

Quedaron atrás los días más intensos de las acciones de defensa de la libertad de expresión y de protesta contra los juicios a raperos, tuiteros y titiriteros. Ha pasado también una pandemia. Ahora llega el documental ‘No callarem’ para recordar que no todo el mundo ha recuperado su vida normal, que aquella oleada de criminalización de la protesta fue respaldada por la ley Mordaza. El documental se estrenará el 29 de octubre en el festival In-Edit y retrata el pasado y el presente de estos raperos a los que la Audiencia Nacional marcó para siempre.

“Éramos un grupo de rap y nos trataban como una banda armada”, recuerda Elgio, escandalizado, refiriéndose al colectivo La Insurgencia del que formaba parte cuando un buen día, al salir de la universidad, unos policías le entregaron una citación judicial. Apenas nadie había oído sus canciones, pero tenía que ir a declarar a la Audiencia Nacional por enaltecimiento del terrorismo. Las canciones de Valtònyc tampoco eran precisamente hits. “Quieren meterme siete años en la cárcel por canciones que no han tenido ningún tipo de consecuencia. Si eso no es venganza, ¿qué es?”, se pregunta el mallorquín desde el exilio.

La idea de rodar ‘No callarem’ surgió de Fran García, miembro de la plataforma del mismo nombre que impulsó en 2017 y 2018 dos multitudinarias acciones de protesta en defensa de la libertad de expresión. Cofinanciado por 868 mecenas, con Carne Cruda entre los impulsores, además de autores del guión, y con un presupuesto que ronda los 70.000 euros, el documental cuenta con la participación de las raperas Ana Tijoux y Bittah (del dúo Tribade), la cantante Yolanda Sey, Albert Pla, Za!, Las Bajas Pasiones y la saxofonista de jazz Irene Reig, entre otros. García aclara que si no participan más raperos es porque no han visto “mucha predisposición y empatía por esta causa. Poca gente del hip-hop se ha mojado y se ha pronunciado al respecto”, recuerda.

Tanta injusticia me desquicia”

‘No Callarem’ está planteado como un recorrido intermitente por la vida de tres jóvenes que pronto intuyeron que el hip-hop podía ser una buena válvula de denuncia y desahogo. En el documental vemos a un adolescente Valtònyc batiéndose en el patio del instituto con el maestro de la glosa mallorquina Mateu Xurí. También, a Hasél recordando el impacto de escuchar el primer disco del grupo de rap angelino N.W.A. Y a Elgio, tararendo en el coche una vieja canción del grupo Falsalarma que escuchaba cuando de joven iba al entreno de fútbol.

El documental no ahonda tanto en la restrictiva legislación española o en las supuestas afrentas a la paz social de los tres raperos como en las razones por las que decidieron utilizar el rap como herramienta de denuncia y desahogo y en el precio que están pagando por ello. Hasél rememora aquel día en que, paseando en bici, vio un barrio de chabolas en pésimas condiciones y se preguntó cómo podía haber gente viviendo en esas condiciones. También explica que la primera rima que mostró a sus colegas de clase decía: “Tanta injusticia me desquicia”.

Elgio ya creció escuchando y admirando las rimas revolucionarias de Hasél. Aún conserva un libro de poemas del rapero de Lleida que le compró por Internet y que le llegó con una dedicatoria escrita a mano. El libro se titulaba “De la ansiedad a la esperanza”. Pero los desequilibros sociales, Elgio los vivió en primera persona: nacido en Moldavia, sufrió un proceso migratorio difícil, con épocas de escasez económica y hasta un desahucio.

Así se aceleró el tránsito de escribir canciones de amor para su madre a rimar versos tipo: “Hacen falta escraches, hacen falta pintadas / Hace falta gente que no se agache por nada”. Y si Hasél grabó su primer rap con 16 años, Valtònyc está pagando por uno que colgó a los 17. “Jorge Campos mereix una bomba de destrucció nuclear”, cantaba, refiriéndose al fundador de Actúa Baleares, partido hoy integrado en Vox. “La hipérbole se nota, ¿no? Nadie tiene plutonio en su casa”, aclara el rapero mallorquín. Pues no. “Esta frase me ha costado seis meses de prisión”, remarca.

Cada cual lleva su condena como buenamente puede, pero estamos ante tres vidas rotas, truncadas o, cuando menos, alteradas por una decisión judicial. Valtònyc se precipitó con 24 años a un exilio forzoso en una ciudad, Bruselas, donde cuesta desarrollar un sentimiento de pertenencia. Vive extirpado de su familia y, como explica en el documental, hace unos meses tuvo que “enterrar por Skype” a su madre.

Antes de entrar en prisión, Hasél llevaba más de una década sintiendo el aliento de la policía en su cogote: aceptando con resignación, por ejemplo, ser retenido por la policía en una estación de buses y viendo cómo inspeccionaban su cuaderno de notas por si seguía escribiendo versos constitutivos de delito. “Hace diez años nos contábamos nuestros desamores por Messenger”, le recuerda Hasél a Bittah. Ahora solo se pueden comunicar por correo postal o si la rapera lo visita a la cárcel, como hizo durante el rodaje de ‘No callarem’.

Elgio es el mejor parado de los tres protagonistas del documental, aunque sigue condenado a seis meses de prisión, ocho de inhabilitación y 1.200 euros de multa. Tanto él como el resto de raperos de La Insurgencia han recurrido la condena. El recurso está en manos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. “Mi sentencia, de momento, no me impide hacer prácticamente nada, pero te cambia la vida; eso es innegable”, reconoce vía email. No ha tenido problemas laborales, pero sabe que si trabajase en algún puesto de la administración pública lo habrían despedido debido a esos ocho años de inhabilitación. Aunque luego están los costes económicos de afrontar un juicio y, claro, el impacto emocional.

La tesis de Valtònyc

En un momento del documental, la chilena Ana Tijoux pregunta a Valtònyc por qué cree que el estado se sintió amenazado por unos raperos sin apenas fans ni repercusión social. Su teoría es la siguiente: tras la crisis económica de 2008, la gente estaba tan harta que se empezó a movilizar y las redes sociales les dieron un poder de organización hasta entonces inimaginado, que puso en guardia al estado. En ese clima de protesta, el auge del yihadismo fue la excusa idónea para introducir modificaciones en la ley antiterrorista que, con la excusa de reprimir el terrorismo yihadista, se escudarían en el delito de enaltecimiento del terrorismo para castigar la disidencia política y, de paso, acallar al resto de la sociedad.

En 2018 España se convirtió en el país europeo con más artistas condenados por delitos vinculados con la libertad de expresión. Y en 2022 el clima de protestas ha desaparecido casi por completo. Si algo inquieta de ‘No callarem’ es justamente el país que retrata. Hace apenas una década, la gente rodeaba el Congreso de los Diputados. Hace cuatro años, miles de personas se reunían en Barcelona en un festival en defensa de la libertad de expresión. Hace solo un año y medio del encierro en la Universidad de Lleida con el que se intentó frenar la detención de Pablo Hasél.

Otras muchas cosas han cambiado también. Las informaciones inculpatorias se siguen acumulando en el expediente del rey emérito y su descrédito social es indudable. Sin embargo, sigue en la cárcel el rapero que firmó ‘Juan Carlos el Bobón’. La pandemia habrá contribuido a desactivar esta y tantas otras luchas, pero lo cierto es que el debate sobre la libertad de expresión ha desaparecido prácticamente del mapa. Y cuando se retoma, es en un contexto totalmente nuevo donde conviven raperos de ultraderecha y opinadores que se sienten cancelados. Que pregunten a Hasél sobre la cultura de la cancelación. A diferencia de otros convictos, a él ni siquiera le permiten grabar canciones en la cárcel.

El productor de ‘No callarem’ desearía que el documental contribuyese a reactivar la lucha por la libertad de expresión y por la absolución de los raperos. “Tras una pandemia, la energía está muy limitada y cada cual destina la que puede a las luchas que siente más cercanas, pero, para mí, el problema es no sentir como algo cercano el ataque a la libertad de expresión. Sin libertad de expresión, ¿cómo lucharás por una mejora de tu sueldo o contra la subida del precio de la luz?”, dice. A la pregunta retórica de García, Hasél responde rapeando en los últimos compases del documental: “Mañana puedes ser tú, si no eres rico. Mañana puedes ser tú quien sufra esta barbarie. Pero mañana puedes ser tú quien organizada lo cambie”.

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