Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
La ignorancia de Trump condena a su país a la intrascendencia y al resto a hacer mejor aún los deberes
Llevaba avisándolo desde hace tiempo, tanto durante su campaña electoral como tras ser elegido presidente. Avisándolo y justificándolo con “hechos alternativos”, una colección de medias verdades y falsedades abiertas salpicadas de teorías de la conspiración sobre las causas y consecuencias del cambio climático. De hecho, los recortes en la observación del clima llevada a cabo por la NASA, seguidos de los realizados en los presupuestos federales de 2018 suponen, en la práctica, desmontar en gran medida la investigación sobre el cambio climático liderada con gran eficiencia por EEUU en las últimas décadas.
La decisión tomada por Trump parece apoyarse en la ignorancia y en la soberbia. En la ignorancia, por negar u obviar la abundante evidencia científica sobre nuestra injerencia en el clima del Planeta, sobre como los cambios en el clima están teniendo efectos devastadores en muchas regiones y sobre la elevada probabilidad de que los escenarios más pesimistas se alcancen incluso antes de lo previsto. En la soberbia, por pensar que EEUU aislado del resto del mundo podrá no solo permanecer ajeno a los impactos del cambio climático sino incluso mejorar su economía generando empleo y riqueza. Pero lo mas probable es que sea, sencillamente, una defensa de los intereses de los lobbies ligados a la industria de los combustible fósiles, que han financiado generosamente su campaña, y un intento de recuperar los menguantes apoyos del Partido Republicano que tanto necesita para mantenerse al frente de su administración.
El interés de la administración Trump y los medios de comunicación que la apoyan en negar la evidencia objetiva y circunscribir el debate político a un intercambio de opiniones refleja su incapacidad para defender con hechos sus políticas. Los ejemplos de esta política de hechos alternativos se multiplican a diario, pero alcanzan su punto álgido en su negacionismo ante el efecto de la contaminación industrial, el fenómeno de la evolución biológica y el cambio climático.
En todos estos casos, la evidencia acumulada sobre estos efectos es tan amplia e interdisciplinar que no puede resumirse en unas líneas, ni puede evaluarse sin que el lector haga un cierto esfuerzo de formación y análisis crítico. La evidencia sobre la existencia, causas y efectos del cambio climático incluye observaciones empíricas sobre la composición de gases de nuestra atmósfera; detallados experimentos y modelos sobre el efecto que éstos tienen sobre el intercambio energético del planeta; complejos modelos climáticos y oceanográficos que confirman que el funcionamiento actual de nuestro clima y de los océanos no puede explicarse sin tener en cuenta el forzamiento de origen humano; largas series de observaciones sobre los cambios en las variables climáticas, las cubiertas de hielo de los polos y glaciares, o la frecuencia de esos fenómenos extremos que a menudo denominamos “catástrofes naturales”; modelos que predicen y observaciones que corroboran los cambios en la distribución de las especies de plantas, animales y patógenos; y un largo etcétera que, sencillamente, no puede negarse de plano con un sencillo recurso a un puñado de opiniones disidentes sin mayor soporte sólido que un extraordinario interés en multiplicar su exposición mediática.
Las consecuencias de la irreflexiva y egocéntrica actitud de la administración Trump no serán solo devastadoras para la salud pública y ambiental de EEUU: también tendrán consecuencias para su seguridad y para el bienestar de su población.
Aunque sabemos que ya estamos experimentando actualmente estos efectos, una parte de la población puede considerar que tendrán lugar a medio y largo plazo –y, en tiempos de crisis, adjudican mayor relevancia y prioridad a la economía y el patriotismo (“hacer América grande de nuevo”). Esta visión es peligrosamente naif. Primero, porque la proliferación de “catástrofes naturales” asociadas al cambio climático revela que sus efectos son reales y cuestan ya miles de millones de euros y cientos de vidas humanas cada año. A nadie debería escapársele que el aumento de energía disponible en la atmósfera está asociado a la mayor variabilidad del clima, lo cual resulta en un aumento de los eventos extremos que sufrimos cada año. Recordemos cuántas veces hemos oído “el invierno más seco desde que hay registros”, “el invierno más suave”, “el otoño más lluvioso” y otras frases similares en la última década. Por ejemplo, la energía acumulada en forma calor en el mar se ha traducido ya en una mayor frecuencia e intensidad de huracanes, tornados y tormentas tropicales. Conviene recordar que tanto la intensidad como las consecuencias de huracanes tan desastrosos como el Katrina (que dejó alrededor de 1,200 muertos y 100 mil millones de dólares en pérdidas) habrían sido mucho menores en las condiciones climáticas y con el nivel del mar de principios del siglo XX. Y esto por citar solamente un ejemplo relevante referente al país que la administración Trump pretende proteger.
En segundo lugar, es peligrosamente naif porque, incluso centrándonos exclusivamente en el desarrollo económico a corto plazo, las decisiones de la administración republicana de Trump (centradas en eliminar todas las cortapisas que las regulaciones ambientales ponen a las empresas más contaminantes) suponen una renuncia suicida a la que es una de las principales fuentes de desarrollo industrial y tecnológico en la actualidad: las energías renovables y la tecnología verde. Prueba de ello es la oposición de la mayoría de los ciudadanos y muchas grandes empresas, que llegaron a publicar un anuncio de una página en The New York Times defendiendo el Acuerdo y pidiendo que se mantenga la inversión en las tecnologías ligadas a la lucha contra el cambio climático y a la adaptación ante aquellos cambios que no podremos revertir a tiempo. Otra prueba es el rápido anuncio hecho por Rusia y China, los grandes beneficiarios del abandono de estas áreas tecnológicas por EEUU. O la invitación cursada por el presidente francés, Emmanuel Macron, para que los investigadores y tecnólogos americanos se trasladen a Francia a “hacer el Planeta grande de nuevo”. Como argumenta la irónica respuesta que Ben&Jerry's ha publicado en respuesta a la decisión de la administración Trump, “la economía local será verde, con o sin EE.UU.” Es extremadamente triste ver como en el máximo representante de un país que se enorgullecía de considerarse como el más compasivo del planeta encuentra ahora regocijo en consagrarse como adalid de la prepotencia y la insolidaridad.
Pero no todo son malas noticias. Los desmanes y desplantes de la administración Trump están, al mismo tiempo, permitiendo demostrar las fortalezas del sistema de contrapesos que, introducidos por unos padres fundadores que conocían bien las miserias de la naturaleza humana, caracterizan a la gobernanza de EEUU. La alianza de alcaldes por el clima ya ha manifestado su intención de seguir honrando los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París. Algunos líderes republicanos, como el exgobernador de California Arnold Schwarzenegger, han criticado abierta y vigorosamente la iniciativa de Trump.
La respuesta de la Comisión Europea también ha sido contundente, aunque el gobierno español ha reaccionado tarde y con excesiva tibieza, quedando fuera de las declaraciones de los principales países europeos. Un nivel elevado de respuesta a las políticas de la administración Trump puede tener de hecho un efecto potenciador del compromiso de otros países y organizaciones sociales contra el cambio climático, facilitando una respuesta más eficaz a esta amenaza global.
Además, un reciente análisis de las posibles consecuencias negativas de la permanencia de EEUU en el Acuerdo de París para el cambio climático sugiere que la decisión de la administración de Trump de rescindir de ese acuerdo puede considerarse como una buena noticia. Permaneciendo dentro de ese acuerdo, las actuaciones de una administración centrada en negar el cambio climático y defender a toda costa los poderes de la industria de combustible fósil (con medidas como el incumplimiento de los objetivos en términos de emisiones, obstrucciones a futuras medidas para mejorar el acuerdo, recortes en financiación) podría llevar a otros países a actitudes y acciones similares.
Son tiempos difíciles, en los que las fuerzas de unos pocos que amenazan el bienestar global se están manifestando sin tapujos. Tiempos en los que la ciudadanía tiene la ocasión de dejar de refugiarse en el día a día y empezar a pelear por sus derechos y por su propia calidad de vida. Si lo hacemos, es posible que la decisión de la administración Trump marque un punto de inflexión: el momento a partir del cual todos comenzamos a hacernos cargo de nuestro propio futuro.
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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.