Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Canibalismo, capitalismo y moral legal
“María era una mujer radical y solitaria que tenía muy claro aquello que quería en la vida, y estaba convencida de que nada ni nadie iba a impedírselo, pues poseía una enorme fuerza física con la que era capaz de matar a casi cualquier hombre.
También poseía una casa en propiedad ubicada en una tierra aislada en medio del desierto, pero relativamente fértil, la cual en un futuro no muy lejano le podría permitir ver crecer a unas cuantas criaturas, ¡Sus propias hijas! Pero para conseguir este propósito María tenía una necesidad imperiosa: ¡Conseguir una pareja que la dejase embarazada! Sin embargo, con el paso de los años, y mientras esperaba el paso de algún hombre con el único objetivo de acostarse con él, tuvo la mala suerte de que aparecieran las piratas depredadoras, quienes no conformes con robar y apropiarse de las casas, mataban y devoraban a sus inquilinas.
Afortunadamente, María logró huir a tiempo al verles llegar por el horizonte. Pero aquel clima casi desértico del pleno verano almeriense –sin casi comida, ni una sombra en la que resguardarse, ni tampoco agua con la que calmar su sed– acabarían pronto con María de no ser que buscase una solución.
Dicha solución pareció surgir sola, pues de repente se topó con la casa de Eva, una mujer que igual que ella, era solitaria y tenía una extraordinaria fuerza física. Lamentablemente, aquel pequeño oasis alrededor de la casa no daría alimento para que ambas pudiesen vivir y procrear allí.
Aunque María podría tener posibilidades de derrotar a Eva, estaba debilitada por la acumulación de días casi sin comer ni beber; y sin poder ver de cerca a su oponente, realmente no tenía mucha idea de sus posibilidades. Sin embargo, las opciones estaban claras... ¡perecer en el desierto o enfrentarse a Eva y quedarse con la casa! Así que esperó a que anocheciera y se acercó sigilosamente a la puerta de la casa.
Allí se encontró con Eva, que esperaba al acecho el paso de algún animal que poder cazar. Al verse la una a la otra lo primero que hicieron fue mostrar sus tatuajes tribales, una gran mancha negra con fondo anaranjado en la barriga, y unas bandas anaranjadas y negras en los brazos.
Estos colores informaban a la adversaria del peso y fuerza física, una indicación fidedigna de haber ganado batallas anteriores. María pudo ver enseguida que Eva tenía un color anaranjado intenso, que denotaba no sólo una gran fuerza física, sino una gran predisposición a defender su casa hasta la muerte. Eva, por su lado, observó los colores de María con estupor, pues realmente eran muy intensos, y su cansancio acumulado no era aparente. La lucha era por lo tanto inminente.
Eva, sin pensárselo más, saltó sobre María cuchillo en mano (ésta última ya erguía el suyo hacía rato). Las dos se entrelazaron y forcejearon durante más de media hora. Ninguna parecía conseguir apuñalar a la otra. Finalmente, el cansancio de María se manifestó y en el momento en que su debilidad fue patente, Eva aprovechó para rebanarle la yugular. Así acabaron los días de María. Eva, por su parte, estaba exhausta pero tenía un premio, el cadáver entero de María.
En el ambiente de pobreza en el que vivía, la acción a seguir estaba clara: descuartizar y devorar a María. Para ello empezó por beberse la sangre que manaba a borbotones de su maltrecho cuello. Al cabo de unos pocos días a Eva la visitó un hombre ¡el primer hombre que pasaba por allí en mucho tiempo! De manera aparentemente paradójica, aunque Eva acababa de comerse a María, era virgen, y tenía claras intenciones de procrear, aquel hombre, algo raquítico, no sólo no consiguió acostarse con ella, sino que también acabó con la yugular rebanada y finalmente en su estómago. El siguiente visitante corrió mejor suerte y consiguió huir despavorido después de acostarse con ella.“
El lector conocedor del tema se habrá dado cuenta de que en el relato anterior hemos usado intencionadamente dos mujeres en vez de dos hembras de tarántula. En efecto, la mayoría de lo descrito tiene que ver con el trabajo sobre la Tarántula Ibérica (Lycosa hispanica) del equipo de investigación de uno de los autores de este post.
Cambiando a María y a Eva por dos hembras de tarántula, las casas por madrigueras, las piratas depredadoras por hembras de escorpión, los tatuajes tribales por la coloración de las partes ventrales de estas arañas, acostarse por copular y a los hombres por machos de tarántula, la historia se parece mucho a la realidad del día a día de estas arañas. Y no resulta tan escandalosa.
Capitalismo y canibalismo
Hemos decidido dar este quiebro para hacer hincapié en el hecho de que el asesinato y el canibalismo (no digamos ya el realizado durante el acto sexual) son conductas aberrantes a los ojos de nuestra sociedad, incluso aunque se expliquen por razones de supervivencia y reproductivas como en el caso de las arañas.
Sin embargo, aunque la documentación histórica sobre el canibalismo sexual es escasa, sí se poseen datos fehacientes de que tan solo hace unos cuantos siglos en Europa el canibalismo entre humanos no era algo infrecuente, y aunque se practicaba de manera ritual o gastronómica tanto en la Europa prehistórica como en la América pre-colombina, África y Oceanía, el canibalismo esporádico sirvió seguramente para paliar el hambre en situaciones extremas de escasez.
Lejos de querer determinar cuáles son las causas de que tanto el canibalismo como la violencia en general sean cada vez menos frecuentes en nuestra sociedad, sí que nos gustaría abordar un tema importante. Y es que, a pesar de que el canibalismo nos pueda parecer una conducta aberrante, la realidad es que en el ultracapitalismo neoliberal que actualmente sufrimos un solo individuo puede causar un daño varios órdenes de magnitud superior a lo que supondría que este mismo individuo se alimentara exclusivamente de humanos que él mismo matase. Esta conducta caníbal no sólo no está penalizada, sino que es potenciada y venerada por nuestros gobiernos.
La clara tendencia a un descenso en la violencia a lo largo de la historia de nuestra sociedad es un hecho deseable al que podríamos llamar un gran hito histórico, y de ningún modo queremos dar la impresión de que deseamos volver al uso de la violencia para resolver conflictos.
Una de las razones de dicho descenso ha sido sin duda el desarrollo de la “sociedad del bienestar” y el acceso general a los recursos básicos que ella conlleva. Y aquí entra nuestro conocimiento acerca de la influencia del acceso de los recursos sobre el comportamiento de los seres vivos. En ecología distinguimos entre dos tipos de competencia, la competencia por interferencia y la competencia por explotación.
El primer caso se da cuando los organismos compiten directamente por la adquisición de un recurso, o bien usan unos patrones rituales (demostraciones, olores) para defender su territorio. En animales esto llega a su extremo en el canibalismo o depredación intragremial, en la que competidores potenciales se matan y comen uno al otro, obteniendo un doble beneficio, la eliminación de un competidor, y los nutrientes que aporta directamente el hecho de alimentarse de la víctima.
Parecen empresas luchando por el mercado, ¿no? Otra manera es el cleptoparasitismo, mediante el cual, un individuo le roba el alimento o recurso que ya ha ahorrado o almacenado, a otro. Un poco como el caso de las preferentes. En plantas, la competencia por interferencia puede ocurrir por el uso de sustancias alelopáticas, que inhiben el crecimiento de las plantas competidoras. De manera similar a la publicidad negativa sobre empresas competidoras.
El segundo tipo de competencia es la muy apropiadamente llamada competencia por explotación, en la cual cuando un recurso es escaso (o limitante), generalmente los individuos mejor capacitados para acceder a él y consumirlo monopolizan su uso, eliminando su disponibilidad para los individuos con menor capacidad competitiva, destinándolos a morir de hambre, emigrar o utilizar otro recurso menos adecuado. O también desarrollarse más despacio, tener menos descendientes y vivir de manera subóptima.
Como la monopolización del acceso a la vivienda por bancos y grandes propietarios o el acaparamiento de los recursos del estado por parte de bancos y grandes empresas en detrimento de los trabajadores más jóvenes, que se ven obligados a emigrar o abdicar de su desarrollo personal y familiar. Los ultracapitalistas neocon sonreirán al oír que precisamente lo que hacen es seguir las leyes de la naturaleza.
Nada más lejos de la realidad. Hace ya muchas décadas que sabemos que en la naturaleza esta explotación está radicalmente limitada por lo que llamamos restricciones (en inglés “constraints”), que pueden ser tanto de tipo físico, fisiológico, morfológico o comportamental. Por ejemplo, dado que la capacidad de acaparamiento y almacenaje de recursos está supeditada a cuánto puede adquirir un animal a lo largo del día o cuán grande es su estómago (o en plantas cuán lejos pueden llegar las raíces de una planta o cuánta savia puede circular por sus tejidos), el efecto total de unos individuos sobre otros no puede sobrepasar los límites naturales impuestos por dichas restricciones.
Aceptando la violencia como una forma de competencia por interferencia en nuestra especie, y asumiendo que en humanos viviendo en sociedades del bienestar puede haberse atajado aparentemente la escasez de recursos, podríamos argumentar que la explicación más plausible para una tendencia al descenso en la violencia es precisamente ese acceso generalizado a los recursos.
Sin embargo, cuando las necesidades básicas escasean, es lógico esperar que vuelvan a brotar comportamientos agresivos desde los más necesitados. Este comportamiento, nos guste o no, tiene un paralelo con, por ejemplo, las arañas, quienes se toleran mucho más unas a otras (y a distancias más cortas) cuando el alimento es abundante. Cuando los recursos escasean el comportamiento antagonista (territorialidad) y el canibalismo pasan a ser más frecuentes.
Pues bien, en nuestro mundo globalizado con un acceso casi ilimitado a la información (al menos para algunos individuos privilegiados), en un solo día un sólo humano puede movilizar (y por tanto acaparar) una cantidad de recursos varios órdenes de magnitud superior a la que le correspondería según su tamaño corporal; es decir, sin límites ni constricciones de tipo ecológico o evolutivo, más allá de las dictadas por la escasez del recurso.
En un mercado neoliberal sin límites esto está ocurriendo y es perfectamente legal. Dado que los recursos del planeta son claramente limitados y nos estamos acercando vertiginosamente a la capacidad de carga del Planeta, deberíamos preguntarnos por qué está penalizado el asesinato y el canibalismo pero no una adquisición de recursos tan extravagante.
Matarnos y comernos unos a los otros supone una fuente de estrés social que no podemos permitirnos, sin embargo, el daño a otros individuos y al medio ambiente que supone la ultra-explotación de recursos por unos pocos miembros de la sociedad es mucho más grave, sobre todo si nos centramos en el daño que puede infligir un solo individuo.
Aunque es cierto que muchos de nosotros ya estamos indignados, como sociedad deberíamos aprender a estresarnos de la misma manera, o incluso más, cuando vemos que se cometen abusos financieros que cuando viésemos que un vecino se está comiendo a otro, ya que el daño producido por lo primero es muy superior.
Todavía no se ha inventado la hormona que estrese a los individuos ultra-acaparadores de la misma manera que si estuviesen viendo el baño de sangre que supondría el daño físico a todos los individuos que sufren y mueren debido a sus acciones.
Por eso, las leyes del futuro (¡que es ya!) deberían obviar la moral de lo directamente sangriento y penalizar de la misma manera (o incluso más severamente por la diferencia en la magnitud del efecto) a un individuo ultra-explotador que a un caníbal. Si esto parece demasiado radical, lo mínimo que deberían hacer las leyes de todos los países es poner un límite máximo a la riqueza que puede acumular no sólo un individuo, sino toda una familia. Y este límite no debería ser muy alto. O, al menos, debería ser proporcional al mínimo que recibe el individuo más pobre.
Lamentablemente, lo que ocurre actualmente es al revés, cuando unos pocos individuos ultra-explotados se rebelan contra los defensores de estos individuos ultra-explotadores (los guardianes de la ley), que por otra parte son pagados con los impuestos de los mismos individuos ultra-explotados, se habla en todos los medios como de una actitud intolerable y se obvia la razón primera que llevó a esa situación.
Se elimina del debate quién está ejerciendo violencia social de manera masiva. Si queremos seguir habitando este Planeta de recursos limitados, es de suma importancia que asumamos que el ultracapitalismo es una forma de violencia sin precedentes, tanto con otros individuos como con el Planeta en su conjunto.
Ilustración: Werens
“María era una mujer radical y solitaria que tenía muy claro aquello que quería en la vida, y estaba convencida de que nada ni nadie iba a impedírselo, pues poseía una enorme fuerza física con la que era capaz de matar a casi cualquier hombre.
También poseía una casa en propiedad ubicada en una tierra aislada en medio del desierto, pero relativamente fértil, la cual en un futuro no muy lejano le podría permitir ver crecer a unas cuantas criaturas, ¡Sus propias hijas! Pero para conseguir este propósito María tenía una necesidad imperiosa: ¡Conseguir una pareja que la dejase embarazada! Sin embargo, con el paso de los años, y mientras esperaba el paso de algún hombre con el único objetivo de acostarse con él, tuvo la mala suerte de que aparecieran las piratas depredadoras, quienes no conformes con robar y apropiarse de las casas, mataban y devoraban a sus inquilinas.