Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Comportamientos paradójicos en el proceso de producción y publicación del conocimiento científico
La comunicación e intercambio del conocimiento resultante de la investigación ha sido, es y será una pieza clave del desarrollo científico. Newton ya dejó constancia de este hecho incuestionable cuando dejó escrito aquello de que “si he logrado ver más lejos es porque he subido a hombros de gigantes”.
En la época moderna, y de la mano del desarrollo de la política científica, la comunicación del conocimiento científico ha vivido una época de apogeo asociada al desarrollo de la sociología del conocimiento, y particularmente a las contribuciones de Robert K. Merton, especialmente su obra cumbre publicada en 1973, The Sociology of Science Theoretical and Empirical Investigations (publicada en español en 1977). Con un origen que se remonta al siglo XVI, las revistas científicas han adquirido un rol determinante en la comunicación formal, entre los propios investigadores, del conocimiento producido por la investigación científica. En este artículo nos referimos específicamente a esta comunicación científica, la que se denomina “publicación científica” en el seno de la comunidad investigadora; otros tipos de comunicación y difusión de la ciencia, como la divulgación o el periodismo científico, tienen medios, dinámicas y problemáticas propios. Con frecuencia, estas revistas nacieron y han permanecido ligadas a sociedades científicas, academias y asociaciones encargadas de promover y socializar la investigación científica, así como a los grandes centros académicos y científicos.
Este apogeo también se ha soportado sobre editores de reconocido prestigio profesional, quienes han sido los verdaderos responsables de una política editorial orientada a un bien colectivo, tratando de diseminar con conductas que sean lo mejor para el conocimiento científico y buscando la independencia frente a los lobbies científicos e incluso empresariales y de las organizaciones. Tales profesionales juegan el papel de árbitros e incluso toman decisiones que pueden estar en desacuerdo con los revisores, en aras de sostener un debate científico público de manera lo más civilizada y equitativa posible. Se trata así de promover el conocimiento científico con prácticas sustentadas en la seriedad, el equilibrio y la justicia.
Progresivamente, sin embargo, este modelo de libre difusión de conocimiento ha derivado en la mercantilización del conocimiento científico, con la expansión de las grandes editoriales científicas privadas como Springer, Elsevier, o Macmillan (entre otras no menos interesantes, pero más modestas en su empeño). La supuesta crisis de las revistas científicas (entiéndase crisis en su acepción de cambio profundo de consecuencias importantes, y no necesariamente en la de situación mala o difícil) es fruto de procesos multifacéticos que van coincidiendo temporalmente con el predominio del neoliberalismo y la apuesta por la globalización. Coincide además con la instrumentalización de algo tan positivo como el nacimiento de un área de especialización que se define como la ciencia de la ciencia, cuya secuela es la promoción de la bibliometría y la formalización de las evaluaciones cuantitativas. Y más recientemente, se ha visto modulada por los nuevos desarrollos digitales, que afectan tanto a la edición y publicación de contenidos, como como al acceso a los mismos, por no citar los efectos sobre la credibilidad.
Esta situación se salda con un mayor protagonismo de las editoriales y un foco mayor en las métricas que en la calidad de la información y el debate científico (es decir, el contenido de los artículos). Ese cambio de foco ha causado la consiguiente merma y, a veces, incluso desaparición de los grandes editores, mientras que se da un peso excesivo a las recomendaciones de revisores cada vez más inexpertos gracias al apoyo de asistentes editoriales, cuya capacidad científica y/o técnica es cada vez más limitada.
Quiebras en la comunicación del conocimiento científico
La fragilidad institucional, la instrumentalización polarizada y las limitaciones del actual sistema de evaluación de la calidad de la ciencia, son tres de los factores que condicionan la encrucijada en la que se encuentra la actividad científica (ver Informe sobre la Ciencia y la Tecnología en España 2019, capítulo 5, págs. 67-79).
Algunas de las quiebras en la actividad de investigación científica y la comunicación de sus resultados tienen que ver con:
- La incapacidad casi endémica de los gestores de la ciencia para entender los procesos de producción, diseminación y uso de los conocimientos científicos, por más que muchos de ellos sean (o hayan sido) personas dedicadas a la investigación científica en algún momento de su carrera profesional.
- La mercantilización de la ciencia y la aplicación de una mentalidad y modelo de gestión “empresarial” , que refleja una percepción de la utilidad inmediata de la ciencia basada en esa falta de comprensión de cómo se hace la ciencia. Esta mentalidad se aplica en los proyectos desde el primer momento, cuando se solicita la financiación, en el que tienen que establecerse una serie de hitos, de entregables (entre los que se encuentran las publicaciones), que suponen una predicción de lo que se espera encontrar en el futuro.
- La exigencia de desarrollar aplicaciones y patentes, que resulta abiertamente contradictoria con el papel de una ciencia abierta en el que dicho desarrollo corresponde a otros actores del sistema de I+D. Esto es también consecuencia del cortoplacismo utilitarista con el que se juzga la actividad científica, que en este caso exige que un mismo actor recorra por sí solo todos los pasos que van desde la generación de conocimiento hasta la generación de rendimiento económico.
Queremos detenernos aquí particularmente en aquellas quiebras en la comunicación del conocimiento científico a través de la publicación de los resultados de la investigación, que se producen como resultado de las ya citadas limitaciones del actual sistema de evaluación de la calidad de la ciencia. Las publicaciones (principalmente las revistas científicas, y en menor medida y dependiendo de las áreas, los libros académicos) han dejado de ser exclusivamente un medio para el intercambio de conocimiento, para convertirse, además, en a) un enorme negocio para las editoriales científicas, y b) en un elemento clave para el desarrollo de los proyectos de investigación y de las carreras profesionales del personal investigador.
El mercado del conocimiento científico se ha convertido en un provechoso negocio, sobre todo para aquellas editoriales que se han convertido en grandes empresas multinacionales y que controlan el grueso de las publicaciones. Un negocio que cuenta con una demanda constante, a través de una clientela cautiva y fiel que necesita del conocimiento publicado para seguir desarrollando su trabajo y que, paradójicamente, son a su vez los productores de dicho conocimiento, que fluye hacia las editoriales gratuitamente, ya que esos investigadores (clientes y productores simultáneamente) reciben sus salarios de sus instituciones, en su mayor parte universidades y organismos de investigación públicos. Es más, su función como colaboradores necesarios de las editoriales se completa con su tarea de revisión científica de los textos enviados para su publicación. Un trabajo por el que, salvo contadas excepciones, en el caso de un muy reducido número de revistas, no reciben ninguna remuneración por parte de las editoriales, por lo que una vez más la remuneración del tiempo dedicado corre a cargo de las instituciones que los emplean.
Por otra parte, las publicaciones científicas se han erigido en valores necesarios para la empleabilidad y promoción del personal investigador y del profesorado universitario, y para el propio desarrollo de los proyectos de investigación. La obtención de financiación (y, por tanto, la propia posibilidad de puesta en marcha de proyectos científicos, y su posterior desarrollo) pasa indefectiblemente por la valoración, entre otros aspectos, de la capacidad, calidad o “excelencia” de los investigadores que constituyen los equipos de investigación solicitantes. Y en dichas valoraciones, la cantidad y calidad de publicaciones que atesora un investigador en su curriculum vitae constituyen no el único, pero sí el principal de sus méritos. Los mismos que se tienen en cuenta para el acceso a puestos estables (contratos laborales o plazas de personal docente e investigador funcionario) y en los procesos selectivos de promoción profesional.
La valoración de la cantidad, obviamente, no plantea grandes problemas. No así la de la calidad, que descansa en un sistema que emplea indicadores simples fácilmente aplicables por no expertos o incluso, en algunos casos, por sistemas automatizados. Este afán de objetivar las evaluaciones mediante su cuantificación (hasta el punto de que algunos investigadores de la ciencia y sus dinámicas llegan a autodefinirse como “cuantitavistas”) ha propiciado un sistema de evaluación que intenta proporcionar métricas cuantificables de la calidad de la investigación. Este intento, ya de por si altamente problemático en algunas disciplinas, se ha visto además mermado por la lógica del mercado y la economía a la que están sometidos los editores y las revistas actuales, y que alcanza también al personal investigador. Esto ha propiciado la perversión de la generación del conocimiento, favoreciendo medidas que conducen a su mercantilización y degradando la calidad de la comunicación científica.
Esta nueva función, o nuevo valor, de las publicaciones científicas, somete a los investigadores a una necesidad perentoria de publicar (reflejada en el aforismo ‘publicar o perecer’, publish or perish), y ha conducido a la sacralización del impacto de las revistas y el número de citas de los artículos para establecer los criterios de excelencia. El número de veces que un texto científico es referenciado o citado por otros investigadores se considera un indicador de calidad del mismo. Estas citas determinan, a través de una sencilla fórmula matemática, lo que se denomina el “impacto” de las publicaciones científicas. El uso de este tipo de indicadores cuantitativos sencillos, sin una evaluación detallada del contenido de los textos recogidos en dichas publicaciones, resulta cuanto menos dudosa y es objeto de crítica, debate y disparidad de criterios en cuanto a su adecuación para la valoración de la ciencia y su contribución a la mejora y progreso de la misma.
La veneración por los gestores de la investigación y agencias de evaluación de los criterios de evaluación cuantitativos y de los informes proporcionados por la bibliometría (aplicación de métodos cuantitativos, matemáticos y estadísticos, al estudio de las publicaciones científicas) ha provocado la desconsideración de los contextos y circunstancias en los que se produce el conocimiento científico, al marginar o incluso obviar el análisis cualitativo. Esto ha derivado en una desvirtuación de la comunicación científica y de sus medios (revistas, principalmente), al convertirlos en punto final (como instrumentos al servicio de la valoración cuantitativa de la actividad investigadora) por encima de su rol tradicional como medio de transmisión de información científica hacia otros medios de la comunidad generadora de I+D. Este desvirtuación nace de una incomprensión profunda sobre la utilidad real de la ciencia, su impacto y, en definitiva, su contribución al bien común.
Esta presión por publicar y la consecuente inflación de publicaciones científicas, ha amparado la aparición, en este mercado editorial, de las denominadas “revistas depredadoras”, que han venido a engrosar el catálogo de quiebras al que nos estamos refiriendo. Se trata de publicaciones que no aplican los mínimos estándares de calidad que se esperan de las publicaciones académicas, y que, habitualmente, exigen a los autores el pago de una determinada cantidad por la publicación de sus artículos. El menoscabo de la exigible calidad científica en estas revistas se manifiesta, por ejemplo, en la ausencia de revisión por pares (el proceso de control de calidad mediante el que otros científicos evalúan los manuscritos presentados, como paso previo a su publicación), o la minimización o desestimación de la opinión de los revisores sobre los artículos cuando es negativa, ya que el rechazo editorial de un artículo para publicación implica no cobrar los cada vez más cuantiosos costes de publicación.
Finalmente, la renuencia de las comunidades científicas a debatir sobre cómo diseminar los conocimientos científicos aceptando decisiones discutibles por la enorme dependencia de la financiación de los proyectos o de los reconocimientos profesionales por agencias que desgraciadamente se están alejando de la transparencia. Es evidente que la ciencia por su propia naturaleza no tiene mucho recorrido sindical, pero en la comunidad internacional a través de sus órganos se debería reflexionar acerca de los riesgos de estas prácticas que por una vía de dependencia u otra (pública o privada) ponen en riesgo la imagen de la ciencia ante las sociedades actuales cada vez más sujetas a incertidumbres, desconfianzas y miedos.
Peter Higgs, premio Príncipe de Asturias de investigación científica y técnica, y premio Nobel de Física, es uno de tantos eminentes científicos conocidos por la calidad de sus contribuciones, no por su volumen (lo conocerán los lectores por la partícula fundamental que lleva su nombre, el bosón de Higgs). En una entrevista concedida a The Guardian en 2013, el año en que recibió el premio Nobel, afirmaba que es difícil imaginar cómo podría haber encontrado suficiente paz y quietud para hacer lo que hizo en 1964 en el sistema académico actual, y concluye que actualmente no podría haber obtenido un puesto académico por no ser suficientemente productivo para los estándares del sistema actual.
El gran conflicto tras un siglo de política científica
Las importantes diferencias entre ámbitos y disciplinas científicas se están agrandando en momentos en que se debería confluir, y cambios y acontecimientos impensables hace dos décadas han dejado en evidencia a los modos y costumbres hasta ahora predominantes en la publicación científica, cuestionando los (a veces insoportablemente) largos períodos empleados en la evaluación de los manuscritos, el anonimato durante la misma bajo el pretexto de las bondades del método ‘doble-ciego’ y sin reconocimiento ni solución de sus múltiples quiebras para la ciencia actual evaluación de la ciencia, la homogeneidad en dichos procesos y la pérdida del papel (que en algunos casos alcanza la dejación de funciones) de los editores, la dificultad extrema para la perspectiva inter o multidisciplinar (en un momento en que la interdisciplinariedad es la única manera de contribuir a respuestas incisivas en la solución de ciertas preguntas).
La pandemia de la covid-19 ha dado pie a, o ha reforzado en su caso, algunos intentos de superar estas quiebras, pero paradójicamente en algunos casos han venido a agravarlas o incluso a plantear nuevas paradojas o contradicciones. Por ejemplo, al afectar al inexcusable control del rigor científico en aras de la agilidad en la publicación, el impulso de fuentes de publicación abierta y no sujeta al tradicional sistema de revisión por pares o peer review: es el caso de los repositorios de prepublicaciones, que ciertamente ha agilizado la (pre)publicación, pero paradójicamente han tenido un efecto inflacionista en el número de publicaciones y deflacionista en los necesarios filtros, con el consecuente cuestionamiento de la calidad y el rigor del conocimiento científico depositado en ellas . Otros efectos paradójicos son la reactivación del debate sobre la propiedad del conocimiento científico y el acceso abierto al mismo, o el incremento de la presencia de la divulgación científica, el periodismo científico y la difusión de información científica, trufada de otra pseudocientífica, cuando no falsa o deliberadamente manipulada en forma de bulos, mentiras y medias verdades a través de redes sociales
En suma, el apresurado y desordenado mundo en que vivimos está desafiando las dinámicas de producción y comunicación del conocimiento científico y a la propia institución ciencia, en sus modos e idiosincrasia, en una época en que se están viendo perturbadas las respuestas que se demandan a dos grandes instituciones que han evolucionado convergentemente casi sin saberlo: democracia y ciencia.
Apunte final: Mientras este texto estaba en proceso de elaboración y edición, la publicación de un artículo por el reconocido y mediático filósofo social Nuccio Ordine refrenda la importancia de este tema, que ha permanecido circunscrito hasta ahora principalmente a los ámbitos de las comunidades científicas y universitarias, y abre la posibilidad de un debate más amplio puesto que hay muchos intereses y emociones en conflicto.
Nota: Este artículo ha sido escrito por Jesús Rey y Emilio Muñoz, con la colaboración de Joaquín Hortal, Luis Santamaria, Astrid Wagner y Ana Campos del Equipo de Ciencia Critica
Sobre este blog
Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
4