Defender la democracia en el Idioceno

4 de agosto de 2023 22:29 h

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Mientras se iban sucediendo olas de calor que han dejado tras de sí incendios pavorosos por todo el Mediterráneo, y la comunidad científica redoblaba su preocupación por el comportamiento de los océanos, en España llegaba a su fin una campaña electoral desarrollada en formato vodevil. El debate trasladado por los medios de idiotización masiva, auténticos oligopolios al servicio de los intereses de las corporaciones propietarias, o sea, del gran capital, ha sido esperpéntico. Tanto, que en la recta final de la campaña las redes se han mimetizado a derecha e izquierda del espectro político, convirtiéndose en un auténtico festival del humor.

El silencio sobre el mayor de los problemas que afronta hoy la humanidad, la emergencia climático-ambiental, ha sido atronador. La crisis que mantiene en jaque la supervivencia de nuestra especie estaba presente en los programas electorales, donde es fácil comprobar la abismal diferencia que existe entre los partidos sobre la forma de encararla. Mientras que para algunos es el eje vertebrador del programa, otros niegan la mayor y proponen sacar a España del Acuerdo de París. Sin embargo, para el oligopolio mediático a sueldo, auténtico director de orquesta de la campaña, este fue un asunto sobre el que pasar de puntillitas. (Está ahí, sí, pero hay que hacer como si no estuviese…). 

Científicos de muchas disciplinas han propuesto llamar Antropoceno a la época geológica actual para dejar constancia de los impactos que el ser humano está dejando sobre el planeta. Inspirados en la Guía del Autoestopista Galáctico, en un post anterior sugerimos un nombre alternativo, Idioceno, para reflejar no sólo estos impactos sino el comportamiento extravagante de una especie, supuestamente inteligente, que parece emperrada en culminar un disparatado suicidio colectivo llegando al extremo de negar la evidencia científica. Pues bien, como si de una extraordinaria coincidencia cósmica se tratase, nos llegaban noticias de que se habría descubierto el lugar ideal para estudiar los marcadores clave que identifican el inicio del Antropoceno justo en el ecuador de un evento que ha resultado ser un indiscutible “marcador social” de que nos encontramos de lleno en el Idioceno: ¡la campaña electoral!

En un país que disfruta de una democracia plena según los diferentes índices de democracia, un país que tiene un peso específico nada desdeñable a nivel internacional, muy en particular en estos momentos de difícil equilibrio en Europa tal y como ha puesto de manifiesto la reciente salvación in extremis de la Ley de Restauración de la Naturaleza, el carácter carnavalesco de una campaña electoral que ha transcurrido entre comparsas y chirigotas cual orquesta del Titanic, mientras las evidencias de que nos acercamos al abismo nos siguen estallando una tras otra ante las narices, sólo puede ser explicado si aceptamos que vivimos en pleno Idioceno.

Las urnas han dejado tras de sí una situación compleja cuya resolución está lejos de ser clara. En el caso de que las elecciones tuviesen que repetirse en navidades nadie espera un comportamiento diferente de los medios de idiotización masiva, por más que la prensa independiente vuelva a poner todo su empeño en encarrilar la campaña por otros derroteros. Adormecida por el más que presumible hartazgo de los electores, volverá a girar sobre quién sabe qué nuevas gracietas idiocénicas, y mucho nos tememos que la emergencia climático-ambiental seguirá sin ser invitada a la gran fiesta de la democracia. 

La opción alternativa es que el bloque progresista consiga superar todos los escollos y pueda formar gobierno. Siendo lo que deseamos la inmensa mayoría de los progresistas, a nadie se le escapa que la legislatura será de una complejidad enorme. El Gobierno tendrá que vérselas con una oposición en “empate técnico” que, presumiblemente, continuará votando no a todo lo que se proponga, con los sempiternos poderes fácticos (y su oligopolio mediático), con una situación internacional que promete seguir complicándose, y dentro de un bloque tensionado por intereses particulares, lo que incluye las muy cansinas guerras fratricidas que caracterizan a la izquierda. Ante un panorama semejante no parece muy plausible que el Gobierno se lance a implementar una agenda para combatir la emergencia climático-ambiental que sea verdaderamente efectiva. Sólo sintiendo el respaldo masivo de la inmensa mayoría de la población el gobierno apostaría por adoptar medidas que sabemos que son tan radicales como imprescindibles para no seguir hundiéndonos en el abismo. 

Si algo ha quedado patente tras estas elecciones es la extrema necesidad de que los ciudadanos hagamos política callejera activa. Por política callejera no hay que entender una suerte de “guerrilla urbana”, sino todo lo contrario. La política callejera es la base sobre la que se construye una verdadera democracia participativa, y consiste en algo tan simple como llevar el debate político a los círculos más cercanos de los ciudadanos: familia, amigos, compañeros de trabajo, de aficiones, asociaciones vecinales… La extrema polarización en la que vivimos instalados ha convertido este debate casi en un imposible, una situación indeseable que nos lleva a preguntarnos si la democracia es factible en el Idioceno, duda que pone los pelos como escarpias pues, con todas sus imperfecciones, la democracia es un tesoro que todos deberíamos cuidar con mimo. 

Tal vez la emergencia climático-ambiental tenga una cara amable (ya se sabe que no hay yin sin yang, ni viceversa). Siendo como es el tema más crítico y urgente a debatir pues, literalmente, con él se nos va la vida, el diálogo puede encarrilarse utilizando una lógica científica aséptica trasladada a un lenguaje que sea comprensible por todos. Adicionalmente, emplear la política callejera para debatir la emergencia climático-ambiental nos permite utilizar un arma secreta muy poderosa: ¡la empatía! Discutas con quien discutas raro será que no tenga hijos, sobrinos, nietos… muchas personas a las que quiere. Por obstinado que sea el interlocutor, por empoderada que tenga la ignorancia a golpe de bulos y desinformaciones, en lugar de exasperarnos debemos aprender a reconducir las emociones recordando que sus necesidades son las mismas que las nuestras: legar un planeta habitable a sus descendientes. 

La ruptura total entre bloques escenificada por la clase política no deja de ser un reflejo de una sociedad fracturada, en la que dos tercios de la población parecerían querer arrojarse mutuamente por la ventana ante la aparente impasibilidad del tercio restante, que se abstiene. Hay que dar la vuelta a esta situación para tendernos la mano, única forma en la que conseguiremos salir del atolladero infernal en el que nos hemos metido. De la transversalidad de la crisis da buena cuenta que países como Italia y Grecia cuyos gobiernos no son, precisamente, de la izquierda radical, estén hoy pidiendo con desesperación un frente común para luchar contra los efectos del cambio climático. 

Todos los que somos conscientes de lo crítico del momento tenemos la obligación de comenzar a practicar la política callejera, una lucha dialéctica para combatir el empoderamiento de la ignorancia que desvirtúa la democracia hasta convertirla en un patético circo ambulante. Hay que concienciar sobre la emergencia climático-ambiental, y sobre la necesidad de que se implementen medidas urgentes, radicales y efectivas. Insistimos: nadie debe llamarse a engaño. Pase lo que pase, los políticos solo reaccionarán con la contundencia requerida cuando haya un auténtico clamor popular que lo demande, no una mayoría pírrica salida de las urnas. Y el tiempo apremia… 

Para comenzar esta política callejera partimos con una cierta ventaja: según un barómetro del CIS del pasado mes de marzo a los españoles les preocupa mucho (30,4%), o bastante (42,2%), el cambio climático, y consideran que la acción del ser humano influye mucho (56,4%) o bastante (30,2%) en el mismo. Sin embargo, preguntados por los problemas que existen en España, en orden de importancia, el cambio climático aparece ¡en el número 30! Es decir, aun admitiendo que el problema existe, y mostrando su preocupación, la gente sigue sin ser consciente de su urgencia. Este es nuestro punto de partida.

Con el espíritu de ayudar a la política callejera y animar a ponerla en práctica, en un próximo post vamos a ofrecer una guía detallada, pedagógica y con abundantes referencias para responder a los mantras clásicos de los negacionistas más pertinaces (“En verano siempre hace calor”, “En el pasado hizo mucho más calor que ahora”, “Las políticas verdes solo persiguen hundirnos económicamente”…). Un primer paso para comenzar a caminar todos juntos, en defensa de una salida democrática y justa a la crisis ambiental sin precedentes que se nos viene encima.