En general sabemos distinguir a una persona conservadora de otra progresista. Los conservadores se oponen a la inmigración, al aborto, a los impuestos y al matrimonio gay, y quieren más privatizaciones y penas más duras para los criminales. Los progresistas están a favor de la aumentar los impuestos a la rentas más altas, quieren igualdad de derechos, más servicios públicos, y están en contra de la pena de muerte, por ejemplo.
Son ideas diferentes y a veces opuestas, pero ¿podemos decir que tienen cerebros diferentes? Y si fuera así, ¿se puede convertir a un conservador en progresista? ¿Y al revés, convertir a un progresista en conservador?
Científicos de todo el mundo han estudiado esta posibilidad y se han encontrado con que, en efecto, hay diferencias muy claras entre los cerebros de las personas conservadoras y progresistas.
Con un escáner de resonancia magnética se observó que los participantes progresistas cuentan en su cerebro con más materia gris en una zona llamada cortex del cíngulo anterior. Esta es la parte del cerebro que sirve para detectar errores, el control de los impulsos, evaluar socialmente a los demás y cambiar de opinión. Por el contrario, cuando los voluntarios eran conservadores, tenían más desarrollada la amígdala, la parte del cerebro que procesa el miedo y la ansiedad.
Las personas conservadoras tenían reacciones más intensas ante las amenazas, fueran reales o imaginarias, y prestan más atención las cosas negativas que a las positivas.
Por ejemplo, en un estudio se decía a los participantes que durante la prueba podrían recibir una descarga eléctrica. En realidad, luego no se les hacía nada. Lo que se vio es que la simple amenaza hacía que la amígdala de los más conservadores se volviera hiperactiva. Mucho más que la de los participantes progresistas.
La trampa del miedo
Los científicos saben desde hace tiempo cómo convertir a las personas progresistas en conservadoras: basta con meterles miedo.
En un experimento se pidió a algunos participantes progresistas que rellenaran un cuestionario hablando sobre cómo veían su propia muerte. Otro grupo no tuvo que responder a estas preguntas.
Después se les hicieron a todos preguntas sobre el aborto y la pena capital. Quienes habían imaginado su propia muerte dieron respuestas mucho más conservadoras que los demás.
Ninguna sorpresa, entonces, cuando en todo el mundo el discurso conservador se centra en el miedo: miedo a los inmigrantes, a la pérdida del poder adquisitivo, miedo a quienes son diferentes, miedo a las ideas nuevas.
¿Sería posible hacerlo al revés y convertir a un conservador en progresista? Este es el experimento que se llevó a cabo en la universidad de Yale. En este estudio también se incluía un cuestionario en el que se preguntaba a los participantes por temas espinosos, como el matrimonio gay, el aborto, la inmigración o el feminismo. Sin embargo, antes se les había pedido que respondieran a otra pregunta: ¿Qué superpoder te gustaría tener?
Para responderla, podían elegir entre el poder de volar o el de ser totalmente invulnerables. Entre quienes eligieron como su superpoder la posibilidad de volar no hubo variaciones, pero los participantes más conservadores que optaron por ser invulnerables se hicieron más progresistas y tolerantes. Solo con sentirse más seguros.
Esta respuesta coincide con un estudio anterior, también de Yale, en el que a los participantes se les daba información sobre la epidemia de gripe aviar. Antes de contestar preguntas políticas, se ofrecía a un grupo de participantes gel desinfectante para las manos, y a otros no.
Quienes se sentían seguros después de ponerse el gel tenían una actitud más tolerante hacia la inmigración. En definitiva, las creencias políticas más radicales están dictadas por un instinto básico de supervivencia y respuesta a las amenazas.
Precisamente por este motivo, la confrontación no parece ser la mejor forma de hacer que estas personas cambien de idea, ya que se reafirmarán más en sus creencias. Pero de esto hablaremos otro día.