“Una de las experiencias que más huella ha dejado en mi vida”. Así define Natxo Serra el recuerdo de su participación en el 15M en Valencia. Hace una década, el domingo 15 de mayo, miles de personas salieron a las calles para reivindicar más democracia, con la resaca de las movilizaciones universitarias contra el Plan Bolonia y una crisis económica que cerraba a la juventud la posibilidad de tener un trabajo digno y un techo.
Las imágenes de las cargas policiales en la plaza del Sol en Madrid contra los primeros acampados propiciaron que el lunes 16 unas pocas decenas de personas plantaran sus bártulos en la plaza del Ayuntamiento de Valencia, según recuerda el historiador Jorge Ramos, uno de los activistas que participaron en la movilización. “Al día siguiente hubo centenares de personas y el fin de semana miles y miles”, afirma Ramos, comisario de la exposición que estos días retrata la histórica movilización.
Hasta allí se acercaron miles de personas, la mayoría jóvenes. Todas provenientes de tradiciones políticas completamente diferentes o de movimientos sociales. Y muchas sin adscripción política alguna. Aina Costa se acercó por “puro idealismo”. “No sabía muy bien qué aportar la jurista que había estudiado Derecho”, recuerda hoy en día.
Los propietarios de las floristerías que rodean la plaza miraban el creciente ambiente con cierto escepticismo y la Policía Local mediaba en los cortes de tráfico (hace diez años la plaza del Ayuntamiento aún era una enorme rotonda urbana). La acampada comenzó a organizar poco a poco asambleas descentralizadas, siempre con un componente horizontal, que incluían desde la comisión de comunicación y redes sociales y la de acción hasta una comisión del amor (“Mucha gente conoció a sus parejas o a sus mejores amigos en la plaza”, dice Ramos).
La socióloga y politóloga Laila Lakkis se acercó, sin conocer a nadie, para “conocer qué ambiente había”. Desde el primer momento se implicó en la comisión de comunicación: “Fue algo muy bonito pero parecía que se nos iba de las manos, venía más y más gente cada día”. Esther Sanz, responsable de Unides Podem, venía del movimiento estudiantil contra el Plan Bolonia y de organizaciones de izquierda de carácter más ortodoxo. “Fue el despertar político de mucha gente pero los que veníamos de algún tipo de colectivo aprendimos una nueva cultura política, a trabajar de manera más creativa y a salir de la endogamia política”, sostiene.
“Lo hicimos todo con total entrega y compañerismo”, relata Natxo Serra, actualmente uno de los dirigentes de Verds-Equo, la pata verde de Compromís. “Durante unos meses la vida fue como siempre hubiésemos querido ser en todo momento, me impresionó por la forma de hacer las cosas, los debates, cómo todo el mundo escuchaba desde el respeto. La base importante del éxito del 15M radicó en esas formas”, asegura.
“Había mucha gente que quería hablar, que por primera vez sentía que la escuchaban; fue emocionante e importante”, sostiene el historiador Jorge Ramos. Aquel cierto romanticismo, con aires de mayo del 68, también tuvo sus momentos tensos durante los debates y, especialmente, en las movilizaciones que salían de la plaza.
Frente a las Corts Valencianes y en la entrada de la comisaría de Zapadores se produjeron fuertes cargas policiales con heridos y detenidos. “Fueron los peores momentos”, recuerda Aina Costa, que colaboraba en la comisión jurídica formada por abogados. “Recuerdo que en la carga frente a la casa de los caramelos me llevé un palo grande”, dice Lakkis.
También supuso un “ejercicio de desobediencia civil masiva”, remarca Jorge Ramos. “En la asamblea general había 10.000 personas”, agrega el profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València.
El poso del 15M
Aun diez años después de las masivas movilizaciones, es difícil establecer hasta qué punto el 15M cambió para siempre la política española. Desde luego, lo hizo. “En el caso valenciano fue determinante para los resultados electorales del 2015, el fin del ciclo del PP y de la hegemonía del bipartidismo”, argumenta Natxo Serra. Para Ramos, además de una “escuela de ciudadanía y de lucha memorable”, el movimiento del 15M fue una demolición del ciclo bipartidista inalterable desde la Transición. “Una parte relevante de esas personas ayudaron a crear Podemos”, recuerda Ramos. Esther Sanz anota otro ingrediente del 15M: el fin del silencio sobre la monarquía española.
La socióloga Laila Lakkis, en cambio, lamenta que “se ha vuelto a disipar por completo, quizá por la ley mordaza”. Aina Costa también destaca otro poso menos vistoso: del grupo de debate sobre soberanía alimentaria nació una red de grupos de consumo en el territorio. “Muchos de esos grupos de consumo sobreviven, es lo único a lo que sigo vinculada”, explica.
“Para mucha gente fue un movimiento extraordinario, tuvo un eco local e internacional único”, concluye Ramos.