Nunca había estado en un debate parlamentario. Son cosas que me caen lejos. Pero ahora ya no puedo decir lo mismo. He asistido a uno: al debate sobre la Ley de Memoria Democrática y para la Convivencia celebrado en las Corts Valencianes. Estaba en la tribuna de invitados y ahora entiendo mejor lo difícil que resulta mantener las formas cuando tienes enfrente a la bancada del PP. Y no quiero ni pensar en la época -la interminable época- en que ese partido tuvo la mayoría absoluta en las instituciones. No quiero ni pensarlo. ¡Qué horror!
Es como si los diputados y diputadas del PP acudieran al hemiciclo después de rociarse el cuerpo y el alma con un spray contra la democracia. La democracia es para ellos y ellas esa plaga de mosquitos que incordia hasta la exasperación. Les provoca sarpullidos. Es escuchar la palabra democracia y empezar a rascarse como si tuvieran la sarna. Al lado del portavoz Luis Santamaría se sentaba un tipo de pelo a lo Primo de Rivera que no paró de reírse todo el rato, de protestar cualquier decisión del presidente de las Corts, de jalear a los suyos como si fuera un director de majorettes en un partido de fútbol americano. Era clavado clavadito al fundador de la Falange. Se lo juro a ustedes. No sé cómo se llama. Ni me importa. Sé que estaba allí. Y que yo lo veía. Nadie me lo ha contado. Le va la marcha. La bronca. La gomina en el pelo. El tiempo aquel del falangismo. El gesto hosco cuando se habla de democracia. Ya lo dije: el spray que repele a los mosquitos.
El debate fue largo. Primero habló la Consellera de Justicia, Gabriela Bravo. Explicó la Ley en términos generales. Argumentó con la necesidad de reconciliación y de una convivencia tranquila entre toda la ciudadanía. No habló de división de víctimas. Podía haberlo hecho. Pero no lo hizo. Aludió a todas las víctimas: las unas y las otras de la guerra civil y las únicas de la dictadura. No añadió que se refería a la dictadura franquista. Sólo se habló durante mucho rato de la dictadura a secas. Es como si la palabra “franquista” estuviera prohibida. Luego, esa palabra ya salió en el debate. La Consellera estuvo comedida, en su punto institucional. Se atuvo al sentido de la Ley que se proponía en el debate. Pero esa ecuanimidad institucional no le sirvió para aliviar la agresiva respuesta de la oposición.
Esa respuesta corría a cargo de Luis Santamaría, portavoz del Partido Popular. Y todavía no doy crédito a las barbaridades que dijo. Muchas, muchas barbaridades. Se centró muchísimo en el gran papel de la transición. Para el PP -lo dijo- esa nueva Ley traiciona la transición, su espíritu de concordia, su esfuerzo por la reconciliación entre todos los españoles. Eso decía. De ahí no lo sacabas. Y de repente dijo una palabra mágica: “Alzamiento”. Nada menos. Llamar Alzamiento al golpe de Estado fascista que condujo a la guerra y después a la dictadura franquista. Y hubo más, mucho más, en las miles de veces que intervino en la sesión. Su tesis se resume en una línea: sigamos callados, dejémonos de leyes de memoria y sigamos con los muertos en las cunetas, con el relato de la derrota republicana durmiendo su pesadilla de cuarenta años de franquismo y de otros cuarenta años de democracia, sigamos anclados en el oprobio que ha significado mundialmente una de las dictaduras más crueles de las tiranías contemporáneas. ¡Ah, se me olvidaba!: en un momento dijo Santamaría -sin que se le moviera un pelo de las pestañas- que mejor se callaban quienes habían sido subvencionados por una dictadura de verdad. A ver si saben ustedes a qué dictadura se refería: ¡pues a la de Venezuela! Les juro que es cierto lo que digo, y me sonrojó entonces no la bajeza de esa mentira repetida hasta la saciedad sino el nivel intelectual de quienes siguen defendiendo la dictadura franquista y no la democracia en nuestro país. ¡Qué nivel, dios, qué nivel!
A ver si saben lo que defendió Ciudadanos en la voz de su nueva portavoz Mari Carmen Sánchez. También acertaron: ¡abstención! Nada nuevo bajo el oscuro sol anaranjado de la franquicia del PP en las Corts y en todas partes. Los ex de ese partido, con Alexis Marí al frente, en sus cortas intervenciones dejaron claro su apoyo a la Ley y a su más que necesaria aplicación.
Las intervenciones de Mercedes Caballero, Llum Quiñonero y Marian Campello (PSPV, Podem y Compromís), defendiendo la Ley de Memoria, dieron al texto que yo había leído hacía unos días una dimensión de verdad, de justicia, de memoria y de reparación que a mi entender no contempla aquella primera redacción. Por eso, por el elevado tono crítico con el pasado franquista que ostentaron las tres intervinientes, lo que salía por la boca del portavoz del PP era una continua defensa del olvido y el silencio, de la transición tan maja que la Ley quiere destrozar, de que qué malos eran los del Frente Popular, de que ya está bien de hablar de muertos republicanos porque en una parte y otra hay abuelos muertos por la violencia “entre hermanos”. Ya había hablado de los abuelos en alguna otra ocasión anterior. Pero esta vez se le llenó la boca de abuelos y ahí ya no pude más y me eché unas risas. Y me acordé de lo que decía Nicolás Guillén de esas risas provocadas “por hombres limitados”. ¡Otra vez el nivel, señor, otra vez el nivel de la bancada del PP y de su portavoz! Empezó a soltar abuelos Luis Santamaría por el hemiciclo: su propio abuelo, el de los comunistas de la sala, el de los socialistas, el de los ugetistas, el de los anarquistas… yo qué sé cuántos abuelos empezaron a volar como golondrinas de Bécquer por los cielos del hemiciclo.
Allí sólo faltaba el abuelo de Heidi para completar un cínico y triste panorama de vergüenza intelectual y democrática. ¡Qué sonrojo, dios señor, qué sonrojo!
Para acabar: está claro que la enmienda presentada por el PP a la totalidad de la Ley significa lo que todo el mundo sabe: un partido que sigue anclado en la defensa del franquismo no quiere ninguna Ley de Memoria porque considera que esa Ley ofende a sus antepasados y de paso a ellos mismos. Todos ellos -o casi todos ellos- tienen un Martín Villa en sus ancestros. Por eso no quieren ninguna Ley que enturbie su tranquila identidad totalitaria. Por eso se aferran a la transición como protectora de sus privilegios, unos privilegios obtenidos durante la dictadura franquista y nunca derogados por la democracia.
Y por eso, también, la redacción definitiva de la Ley de Memoria Democrática y para la Convivencia no puede ser, una vez más, una redacción dictada por el miedo a la derecha. Ojalá la que salga finalmente sea una auténtica defensa de la verdad, de la justicia y de la reparación de esa memoria republicana que asoló un golpe de Estado fascista hace justo ahora ochenta y un años. Ojalá salga eso y no otra muestra de debilidad frente a la derecha. Ojalá.