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Opinión - Nos están destrozando la vida. Por Rosa María Artal

El accidente de metro

Alfons Cervera

Volvemos al principio. A aquel tristemente inolvidable 3 de julio de 2006. Volvemos a los túneles del Metro. A la fatídica curva de la estación de Jesús. Al barrio de Patraix, en València. Casi doce años desde que los vagones se estrellaron en esa curva y dejaron entre la chatarra 43 personas muertas y 47 heridas. Lo que vino luego es muy conocido. El gobierno de Francisco Camps no hizo ni caso. Estaba dedicado, en esos días, a la acogida del Papa Benedicto XVI con todo lujo de cornetas y tambores. Los altavoces de Canal 9 y Ràdio Nou destilaban mentiras en todos los horarios. Mentir es contar sólo una parte de la verdad. Y eso hicieron Canal 9 y Ràdio Nou: contar sólo la visita aristocrática del Papa y relegar al silencio el accidente del Metro. Las personas muertas y heridas no existían para el gobierno del PP y sus mamporreros mediáticos. Las pantallas donde se reflejaba el boato de la ceremonia, con uniforme diseñado entre lo boy scout y lo castrense, costaron una millonada. Era Hollywood. Era nuestro dinero y se lo gastaron, bajo las órdenes opusdeístas de Juan Cotino, en la cuchipanda papal.

El dolor de familiares y amigos se cubrió de más dolor cuando desde el mismo día del accidente ese gobierno, con su presidente a la cabeza, se negó a recibirlos: ni siquiera para decirles que lo sentían, que sentían tanta muerte, tanto daño infligido en carne propia y en la de un recuerdo que se iba a quedar ahí, como una mancha de sombra, como un mal fario enganchado a la memoria. El PP despreció las señales del daño, las voces que desde la Plaza de la Virgen salían cada día 3 de todos los meses de tantos años hacia las ventanas del Palau de la Generalitat, donde Francisco Camps se tomaba esas voces a guasa: como si fueran un chiste que le contaba alguien de los suyos entre rezo y rezo, entre hostia consagrada y hostia consagrada, entre regalos de la trama Gürtel y más regalos de esa misma trama que convirtieron este pobre país nuestro en un estercolero.

Nunca hubo una investigación seria por parte del gobierno del PP. Nunca la Justicia se esmeró en hacer posible la vía hacia esa investigación que dejara las cosas en su sitio justo. Antes al contrario: la jueza que instruía el caso del accidente, Nieves Molina, cerró ese caso en varias ocasiones. Sólo le importaba a esa jueza dejar claro que la única causa del accidente era la velocidad excesiva del tren. Un solo culpable: el conductor. No contaba para ella la seguridad o inseguridad de ese tren, los incidentes que ese mismo tren había sufrido en ocasiones anteriores, las amañadas declaraciones de testimonios aleccionados por una empresa pagada por el propio gobierno de Camps y los responsables de Ferrocarriles de la Generalitat. Nada le importaba a la jueza de instrucción que no fuera sacarse de encima el caso lo más rápidamente posible.

Cambió el gobierno y hubo una nueva Comisión de Investigación. Pero la jueza volvía a cerrar el caso. Era como una obsesión: reabrir el caso por imposición judicial y cerrar el caso por decisión propia.

Ahora hay una noticia que salta gratamente por sorpresa: la Audiencia Provincial obliga al Juzgado de Instrucción a reabrir la causa del accidente del Metro que tuvo lugar aquel ya lejano 3 de julio de 2006. Serán llamados de nuevo los presuntamente responsables técnicos y políticos de aquella masacre. La memoria nunca ha decaído en el ánimo de la Asociación de Víctimas del Metro 3 de julio. Nunca ha dejado de pelear una gente que ha sido, en estos últimos años, un ejemplo civil de resistencia insobornable. Nunca se fueron a casa, a descansar tranquilamente después de tantos años de lucha por la memoria de sus muertos y heridos. Siguieron en la brecha del recuerdo, de una inagotable vocación de justicia, de saber que sin dignidad la vida no tiene ningún sentido.

No sabemos lo que pasará a partir de ahora. Una vez más regresa la confianza en que la justicia ha de poner las cosas en su sitio. Demasiadas veces los recuerdos se convierten en chatarra, como los vagones del Metro aquel día de verano. Pero los recuerdos que dejaron en mucha gente el dolor y tanto daño en los túneles del Metro nunca será chatarra en nuestra memoria. Nunca.

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