El debate sobre la ocupación del espacio público es aún asignatura pendiente, aunque paulatinamente forzado por la intrusión de gadgets como el patinete eléctrico o los balance boards, formas de transporte relativamente fáciles de conseguir y costear y que vienen con ese atractivo que acompaña a todo lo nuevo en el sector tecnológico. En esta discusión, no obstante, parece que hay un excluido: el viandante. La persona que camina para ir al trabajo, hacer unas compras, o simplemente por pasear.
El catedrático de Urbanismo de la Universidad Politécnica de Madrid, José Fariña, apunta en uno de sus textos que una de las soluciones que le dio el planeamiento -urbanístico- a la ciudad producida por la Revolución Industrial fue la separación de funciones. Trabajo, vivienda, compras y ocio tendrían desde entonces espacios separados en un núcleo urbano, lo que produce, según el autor, una ciudad fragmentada. Las distancias, dice el académico, “son demasiado grandes para ir andando o en bicicleta y demasiado bajas las densidades -de población- para posibilitar un transporte colectivo eficiente y rentable”. Así, con los años, las ciudades han estado pensadas para desplazarse en coche. A parte del efecto obvio, el aumento de la contaminación, que un núcleo se ordene en torno a los desplazamientos privados, tiene otras consecuencias: los viandantes pierden espacio. El vehículo privado no es el principal medio de transporte por uso, pero sí es de los que más espacio acaparan en la ciudad. Gana el individuo, pierde el colectivo.
Ayuntamientos de prácticamente todos los países occidentales llevan años poniendo en marcha medidas para que los peatones empiecen a ganar espacio. Bien sea por la conciencia ante el cambio climático, bien por tratar de ayudar al comercio. El caso es buscar algo que se aleje de la jungla de asfalto y se parezca a una ciudad más amable para las personas. En esta línea aparecen también cada vez más estudios sobre ciudades y género, sobre cómo la estructura urbana afecta de forma diferente a hombres y a mujeres.
En algunas ciudades se viven como una revolución los pequeños cambios en la movilidad de las personas y en sus espacios. Valencia ha sido objeto de polémicas con cada peatonalización anunciada, como lo fue el corte al tráfico de parte de la Gran Vía en Madrid o el anuncio de las 'supermanzanas' en Barcelona. Pero las calles peatonales no son un invento de Manuela Carmena, de Ada Colau o de Joan Ribó, pero tampoco de Satanás.
Algunos autores apuntaron que el progreso de las ciudades podría ir en el mismo camino que el regreso al pasado. Al otro lado del mundo y casi una década atrás, cuando Michael Bloomberg era alcalde de Nueva York, llevó a cabo en esta ciudad una prueba piloto llamada 'Luz verde para Midtown', un popular eslogan para eliminar el tráfico de Broadway. Los resultados convencieron al gobierno de la ciudad para emprender la peatonalización de zonas claves como Times Square. Nueva York, capital cultural, acabó ganando 8.000 metros cuadrados de calle para celebrar eventos, actuaciones, performance o, simplemente, para que pasen por allí decenas de millones de personas al año.
El paso del tiempo demuestra cómo si le das espacio a la gente, la gente toma ese espacio. Si hay un banco, te sientas; si hay música, bailas. Estos pequeños cambios, que se hacen sin apenas presupuesto, reciben el nombre de actuaciones blandas o urbanismo táctico. Son proyectos piloto, modificaciones sin obra y actuaciones fácilmente reversibles en caso de no funcionar. Un acierto-error, prueba-ensayo para una ciudad amable.
En Europa, París, Londres y Cracovia han llevado a cabo estas iniciativas en los últimos años. El pasado año se inauguraba el parque de las Riberas del Sena, que transformaba más de 3 kilómetros de antigua autopista de la capital francesa en un espacio verde. Por su parte, los ingleses disfrutan desde 2011 de 80 metros de calle que une tres grandes museos. No sin críticas de la derecha y los conservadores.
El Ayuntamiento de Valencia se ha ido sumando con coloridas iniciativas -no del gusto de todos- para dar visibilidad a los cambios en la ciudad. Desde la concejalía de Movilidad han ido ampliando espacios entre acera y carretera con un verde llamativo para acostumbrar a los viandantes a los nuevos espacios. Unos cuantos maceteros y un suelo pintado son suficientes para mostrar esta oferta. Se trata, sin más, de dar espacio a quienes viven la ciudad.