El tren a escala: ciudad, transporte y clima

Cierta mentalidad desarrollista daba por hecho no hace tanto tiempo que los trenes y los tranvías, y no digamos las bicicletas, eran cosa del pasado, casi una reliquia. El progreso se encarnaba en los aviones y los automóviles. Solo el AVE en la larga distancia y el subterráneo metro de las ciudades cuadraban con el imaginario “moderno” de los promotores de aeropuertos y autopistas, apóstoles del asfalto y la velocidad.

Sin embargo, los tranvías han recuperado su papel en la mayoría de las ciudades donde lo habían perdido y el ferrocarril se perfila como el gran aliado de una civilización abocada a luchar contra la emergencia del cambio climático. El tren es, con diferencia, el menos contaminante de los medios motorizados de transporte, un sector que, en España, es responsable en conjunto del 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

El problema climático, el transporte y la movilidad sostenible empujan a sacar la planificación ferroviaria de la rutina política y a otorgar la importancia que merecen, no solo a la alta velocidad, sino al ferrocarril de mercancías y los trenes de cercanías. Si dejamos aparte el transporte marítimo, con diferencia el más contaminante, de la política ferroviaria dependerá en buena medida que se alcancen los objetivos de reducción de la huella de carbono.

De momento, Renfe dispone de un plan director que prevé una reducción del 2% de emisiones en 2030. Pero el efecto del ferrocarril sobre la transición ecológica va mucho más allá y tiene que ver, además de con el transporte de pasajeros y mercancías, con su capacidad de generar una movilidad metropolitana lo más sostenible posible en las grandes ciudades. Y en todos los niveles, los déficits son todavía enormes, especialmente en lo que se refiere al transporte de mercancías y a las líneas de cercanías.

Sin salir de la costa mediterránea, los asuntos pendientes son muchos. Esta semana pasada, el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos, y el comisionado para el Corredor Mediterráneo, Josep Vicent Boira, ambos valencianos, recibieron la felicitación por escrito de la coordinadora europea para el Corredor Mediterráneo, Iveta Radičová, por la entrada en servicio de la variante de Vandellós, en Catalunya.

“Este enlace permitirá reducir el tiempo de viaje entre Barcelona y Valencia, pero lo más importante es que aumenta aún más la interoperabilidad del Corredor Mediterráneo, al ofrecer un tramo ferroviario adicional en ancho UIC”, señalaba en su carta la representante de la dirección general para la Movilidad y el Transporte de la Comisión Europea. “Espero que se mantenga el impulso actual y aplaudo las obras ya avanzadas en los tramos entre Tarragona-Martorell-Castellbisbal, uno de los pasos de tren más densos de España”.

Según la responsable de la CE, la variante de Vandellós “es una pieza clave en el desarrollo de un Corredor verdaderamente conectado e interoperable que vincule personas, países y regiones de la Europa unida”. Así son las cosas a escala continental. Pero aparecen otras tan importantes o más en los niveles regional y urbano. Resolver el nudo ferroviario de Valencia es uno de los grandes retos a medio plazo que afectará a la eficacia de la red ferroviaria en todas esas escalas. También en la metropolitana.

El jueves pasado, en la Estació del Nord de Valencia se produjo un incidente cuando una viajera exteriorizó su protesta por el retraso en uno de los madrugadores trenes de cercanías golpeando con una cuchara la estructura metálica del andén, en una improvisada cacerolada que se ha decidido a practicar de un tiempo a esta parte secundada por otros pasajeros ante los reiterados retrasos y cancelaciones. Dos policías nacionales trataron de identificarla y llevársela sin lograrlo porque los otros pasajeros se solidarizaron con su actitud en un tumulto cargado de tensión.

Es un síntoma llamativo del creciente malestar ante el funcionamiento de los trenes de cercanías valencianos, una red que a todas luces reclama inversiones del Gobierno y una planificación adecuada para los miles de usuarios que cada mañana se desesperan al ver sus horarios de trabajo desbaratados. Escribió G. K. Chesterton que “el único modo de estar seguro de coger un tren a tiempo es perder el anterior”, pero no creo que el humor del escritor británico pueda consolar a quienes sufren un día y otro la desagradable ineficiencia de un servicio llamado a tener un protagonismo creciente en la era de la emergencia climática.