La fosa común que esconde los horrores del campo de concentración franquista de Albatera sale a la luz

Fue el campo de concentración más importante de la España de la posguerra. Allí fueron a parar una vez acabó el conflicto bélico destacados cargos republicanos, alcaldes, militares o artistas que se habían quedado sin billete en el último buque que salió de Alicante camino del exilio, el Stanbrook. Pese a que la crueldad y el horror se dieron cita en el que antes de su reconversión había sido el campo de trabajo más emblemático de la República (destinado a presos que incluso contaban con permisos de fin de semana), el de Albatera es actualmente uno de los más desconocidos de los casi doscientos que llegaron a existir. Ahora, el arqueólogo e investigador Felipe Mejías arroja luz sobre un enclave que el franquismo se apresuró en borrar.

Pese a ello, gracias al trabajo que ha venido realizando el también historiador para la cátedra Interuniversitaria de Memoria democrática de la Comunidad Valenciana -en la que participa la Conselleria de Justicia, así como la Universidad de Alicante, la Universitat de València y la Universitat Jaume I de Castelló- ha podido dar con la ubicación de la fosa común, “o pequeñas fosas” del campo de Albatera, situado actualmente en el término municipal de San Isidro. En esta localidad ha desgranado este sábado sus indagaciones en las XI Jornadas sobre el Campo de Concentración que ha organizado la Coordinadora de Asociaciones por la Memoria Histórica de Alicante (Coahmi).

“La única forma de saber dónde están los muertos es preguntando a la gente”, explica Mejías, quien detalla a eldiario.es el proceso que ha seguido hasta dar con el hallazgo. Anteriormente, otros investigadores iniciaron el mismo cometido, pero se encontraron “con el miedo o ignorancia” de los propietarios de las tierras agrícolas donde se asentó el campo, un terreno en el que solo ha quedado en pie la caseta de los guardias o “cuina”. Sin embargo, los contactos de Damián Sabater, conocido por renunciar a la alcaldía de San Isidro en marzo de este año tras cumplir su programa electoral, le abrieron varias puertas.

Así, Felipe Mejías ha podido hablar con un antiguo operario y tres propietarios. En concreto, con un agricultor que en los años 50 labrando se topó con “un cráneo con pelo y cuero cabelludo a metro y medio de profundidad”; en otro emplazamiento, el descubrimiento macabro fue el de “un brazo con los huesos todavía en conexión anatómica”; y otro testimonio dio con un fémur. En definitiva, “todos coinciden en señalarme un sitio concreto” de un área que en su conjunto abarca los 700 metros de largo.

Era la época en la que llegaron a esta zona del sur de la provincia de Alicante colonos procedentes de otros puntos del país para cultivar las tierras dentro del proyecto del Instituto Nacional de Colonización del Ministerio de Agricultura. “Esa gente trabajaba todos los días en el campo y cuando se encontraban con huesos humanos los encargados les decían que eso eran muertos de la guerra que no había que hacer caso”, rememora Mejías.

Otros de los testimonios de esos años los aportaron unos niños que contaron siendo ya adultos que iban con frecuencia a esa zona con sus bicicletas a coger dátiles y que un día vieron una fosa abierta con cadáveres “y cuando volvieron al día siguiente ya la habían tapado a la mitad”. Esta pista y la aportada por labradores que al cavar se encontraron con cemento oscuro, “que seguramente sea cal viva”, tendría la lectura para el arqueólogo de que la fosa podría estar en varias capas “lo que indicaría filas superpuestas”.

Asimismo, el operario le ha contado a Mejías que trabajando allí en 1977 cuando el Ministerio de Agricultura le encargó trazar zanjas en todos los bancales para evacuar el agua de una zona de saladar “salieron varios muertos en varias zanjas separadas en intervalos de ocho a diez metros entre cada zanja”, pero el descubrimiento “volvió a silenciarse”. Además, otros testimonios como los de los hijos de los dueños de esas tierras le han puesto en la pista de las palmeras donde siguen estando los agujeros de los disparos de los vigilantes de las torres.

Los planes de Mejías, responsable para la provincia de Alicante de localizar fosas comunes, pasan ahora por realizar “un estudio en mayor profundidad” del campo cuya ubicación exacta y perímetro tiene localizado gracias a unas fotografías aéreas de 1946 realizadas por los americanos. “Es curioso, porque en ellas se ve la estructura de un campo que desde el terreno no se percibía porque lo habían arrasado y solo permanecían algunos escombros”, explica. Tiene previsto con la ayuda de un georradar terminar de hacer la prospección que se ha iniciado de la fosa o pequeñas fosas comunes encontradas para acabar finalmente excavando el terreno, “localizar los cuerpos y entregárselos a los familiares”.

Fallecimientos y supervivientes

En un lugar que pasó de dar cabida como campo de trabajo republicano a 1.600 presos -sin que se registrara ningún fallecido- a 16.000 según Ginés Saura, miembro de Coahmi, ¿cuántas personas podrían permanecer enterradas? “Imposible saberlo de momento”, responde Felipe Mejías. En el registro civil de Albatera constan ocho muertos durante los seis meses que permaneció abierto el campo –de abril a octubre de 1939-, según el historiador Miguel Ors. Pero como apunta el también historiador Francisco Moreno, “los testimonios orales hablan de muchas más víctimas”. “Por fusilamiento las estimaciones que tenemos son entre 10 y 30 personas aproximadamente”, apunta Mejías.

A este respecto cuenta en un documental Eduardo de Guzmán, un periodista anarquista preso, que lo pusieron en formación junto con otros compañeros y “fusilaron delante de nosotros a tres muchachos”. No obstante, “lo más seguro es que los principales motivos de muerte en el campo fueran de enfermedad, penuria, deshidratación y hambre”, aclara Mejías.

Entre las fallecidas se encuentra la hija del histórico dirigente del PCE Santiago Carrillo, presa en este campo junto con su primera mujer. “Allí mi hija contrajo una enfermedad que acabó con ella. La niña era pequeña y no había leche, no había nada y las condiciones fueron realmente trágicas”, recuerda en el documental Rejas en la memoria. En anteriores jornadas organizadas por la Coamhi pasó el poeta comunista Marcos Ana, quien recordó cómo se fugó del campo de Albatera para acabar siendo detenido en Madrid y convertirse en el preso que más tiempo paso en una cárcel franquista.

Otros de los testimonios, que también ha fallecido, es el de Juan Ramos, recuerda Saura. Estuvo preso en el campo con 14 años y tiempo después en un documental reconoció la cara de Rudolph Hess, ministro de confianza de Hitler, del que recuerda que cuando fue a beber agua del suelo tras varios días deshidratado le dio una patada en el estómago.

La dureza del día a día la contó en los años 80 Juan Caba quien tras revelar que a él y a otros republicanos capturados les llevaron desde Alicante a Albatera en un vagón de tren abarrotado con cien personas donde murieron varios por asfixia, llegaron al campo donde “las torturas y vejaciones” fueron una constante y el hambre el principal problema. Les entregaban cada dos o tres días “una lata de sardinas de 125 gramos y un chusco de 200 gramos para cada 5 personas”.

La fotografía

El trabajo de investigación de Felipe Mejías, condensado en un artículo de 60 páginas que publicará en breve, incluye documentación gráfica que hasta ahora no había visto la luz como la fotografía que acompaña el artículo.

La imagen está fechada en febrero de 1938, cuando el campo de Albatera todavía era republicano. En contra de la opinión que todavía está extendida de que el campo anterior a Franco era de concentración, tanto Mejías como Saura niegan la mayor. “Era de trabajo, de rehabilitación de presos por razones de delincuencia común o políticas”, explica Saura. “El campo republicano tenía barracones donde dormían bajo techo, enfermería, y con un régimen de visitas de familiares”, explica Mejías. “Incluso algunos por buen comportamiento tenían los fines de semana libres y volvían el lunes”, añade. “Era un campo emblemático para la República, del que se sentían orgullosos por representar un sistema penitenciario novedoso”, concluye el arqueólogo.

Pero fue acabar la guerra civil y el bando nacional aprovechó la infraestructura para cercar a miles de personas que habían quedado atrapadas en el lado perdedor. A partir del 1 de abril de 1939 hasta que Franco ordena su cierre el 27 de octubre de ese año, “pasó a ser un campo de concentración puro y duro”, señala Mejías quien duda de que, como apuntan algunos historiadores, fuera también un campo de exterminio. “No estaba pensado para ese fin, el de exterminar a gente como ocurrió con los nazis, pero lo cierto es que sí que dejaron morir a la gente de hambre y sed”.

“Yo pienso que el campo de Albatera tenía una semejanza con esos campos de exterminio, aunque quizás lo que tenía era menos estructura, porque esto era muy artesano en todo”, reveló en su momento el preso Narciso Julián.