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Ante el pecado de Susana, la virtud de gobernar

Rafa García encontró su momento convincente cuando recriminó a Ximo Puig su pecado político más reciente. “La gente está avergonzada de lo que ocurrió en octubre”, fue su admonición por el derribo a manos de los barones territoriales (entre ellos Puig) del entonces secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, después resucitado por las bases. Añadió, para hacer más hiriente el reproche, que no ha explicado “por qué era bueno que gobernara Rajoy”.

Fue el punto más débil de Ximo Puig en un debate en el que estuvo más solvente que su rival. “Nunca he defendido gobernar con el PP”, respondió el secretario general, que acabó proclamando: “Todos nos equivocamos”. El alcalde de Burjassot le había recriminado poco antes que hubiera apoyado a Susana Díaz en las primarias del PSOE cuando abandera el federalismo e insiste en ser consecuente con la plurinacionalidad de España que proclama el nuevo PSOE de Pedro Sánchez. “Tres días después de las primarias, ella ya ponía en duda la plurinacionalidad”, comentó García sobre la dirigente andaluza.

Ahí Puig se sintió más seguro. “Hay que federalizar España y también el partido”, dijo, para advertir que volverá a plantear el acuerdo con Compromís y Podemos en las candidaturas al Senado que precisamente Pedro Sánchez le prohibió en las últimas elecciones generales, con la consecuencia, habría que añadir, de haber dejado a los socialistas valencianos sin más representación en la Cámara alta que el senador autonómico Joan Lerma.

En realidad, el debate entre los dos candidatos a secretario general en las primarias del PSPV-PSOE, organizado en la sede de los socialistas, se reducía a calibrar si el pecado cometido por Puig con Susana Díaz es tan grave como para justificar que, cuando le quedan dos años de su primer mandato, quede convertido en un “pato cojo”, como llaman los estadounidenses a los presidentes salientes en su tramo final.

Porque, aunque Puig reiteró que, pase lo que pase en las primarias, seguirá al frente de la Generalitat Valenciana, es obvio que lo haría debilitado en su papel y con serias dudas de poder volver a repetir si fuese vencido por su oponente. “No elegimos solo a un líder orgánico, sino a un líder con un proyecto político para este país”, clamó Puig, que defendió la importancia del Pacto del Botánico como “un instrumento para cambiar la sociedad valenciana” mediante políticas de progreso que han permitido “superar 20 años del PP”.

Poco pudo contraponer a ese argumento el alcalde de Burjassot, más allá de un ramalazo de patriotismo de partido poco verosímil: “Trabajaré para que vuelvas a gobernar otra vez con mayoría absoluta”.

Los males que aquejan al PSPV-PSOE no son nuevos, ni insólitos en la familia socialista española y la socialdemocracia continental. García parece proponer un aparato de partido poderoso al margen de la gestión institucional, sin diferencias sustanciales en la acción política. A su vez, Puig aporta como redención de sus pecados la virtud de gobernar. Ni uno ni otro aclararon en qué consistirá la renovación que todo el mundo pregona ni la integración, que cada uno interpreta, en el inminente congreso del partido. “La dirección es una cuestión del secretario general”, advirtió Puig a García, recordándole que antes hay que dirimir quién manda en él.