Cuando una mujer es asesinada víctima de la violencia machista las instituciones convocan minutos de silencio. Una rutina que cada vez me provoca más rechazo e indignación. Porque no soporto ver detrás de la pancarta o en el escenario simbólico de la protesta a quienes pudiendo tomar medidas decididas no las toman, a quienes tienen la responsabilidad de impulsar las políticas necesarias para acabar con la cultura machista, que es en definitiva la raíz del mal, y actúan con tibieza, demoran decisiones, no priorizan asignaciones presupuestarias o incluso a quienes consienten la pervivencia de una cultura que mata a muchas mujeres y a todas las demás les hace la vida difícil e injusta.
Esta semana el asesinato de Jéssica Bravo nos ha conmocionado algo más. Hemos incendiado las redes y hemos dedicado minutos de silencio y repulsa que, como los fuegos de artificio, se van apagando a medida que se acercan al suelo para acabar sin concretarse en apenas nada. Se dan algunos pasos, sin duda, y muchos dirán que acabamos de firmar un pacto autonómico y está en trámite un pacto estatal contra la violencia de género, pero siempre nos falta la peseta para el duro. De hecho hay quienes lo firman y a la vez defienden la mercantilización de las mujeres con la legalización de los vientres de alquiler o la regulación de la prostitución como si no fueran formas de explotación y violencia contra las mujeres. Y estamos hartas ya, que quieren que les diga. Nos inundan las muestras de buena voluntad teórica y nos faltan los hechos valientes, rápidos y eficientes. La sensación, realmente, es que hay una toma de conciencia pero falta convicción. Se está contra la violencia machista como se está en general a favor de la paz en el mundo.
Sabemos sobradamente que en el sistema educativo se encuentra una de las claves para desmontar la cultura machista, el motor de las violencias de género. Pero llevamos ya 2 años de legislatura en la Comunitat Valenciana y ninguna medida realmente significativa en coeducación. Un futuro maestro o maestra puede salir de la universidad sin haber cursado una sola asignatura en materia de género. No hay medidas en relación a las editoriales para que no entre en los centros educativos ningún material sexista, aunque quien paga los libros, en esta comunidad autónoma, es la administración pública. La figura de la coordinación de igualdad en los centros educativos, incorporada este curso, ha de desarrollar también la coordinación de convivencia, y en apenas una o dos horas a la semana, sin la garantía además de que esta coordinación la ejerza una persona con formación suficiente en igualdad. Es todo tan tímido, tan lento, tan poca cosa, que a veces cuesta mucho no pensar que solo es un mero producto estético.
Una herramienta tan potente para la reproducción de modelos culturales como la televisión es un vivero de machismo, en especial los productos infantiles, pero también los de adultos. Damos premios nacionales de televisión a programas sexistas que son un insulto a las mujeres en particular y a la inteligencia en general. Con la que está cayendo y tenemos que ver en la televisión pública, que pagamos también las mujeres, a impresentables machistas como Sostres hablando de acoso sexual, programas que cosifican, que ensalzan hasta el infinito los estereotipos y los roles de género, que invisibilizan a las mujeres,… porque en su día se fió todo a una ilusa o no tan ilusa autorregulación, que no ha servido absolutamente para nada.
Los recortes se cobran vidas y la corrupción también, en la medida en que detraen recursos muy necesarios. Estamos hartas de señalar que la formación en género y la aplicación de la perspectiva de género en el sistema judicial es imprescindible y urgente. Lo saben bien todas las Juanas Ribas, y ahora también todas las Jéssicas y esos niños y niñas huérfanas. Porque sin recursos y formación para realizar, entre otros, valoraciones ajustadas a la realidad, las mujeres son asesinadas. Aún teniendo las herramientas legales para evitarlo, como en el caso de Jéssica, en que el código penal permitía haber encarcelado a su asesino por quebrantar la orden de alejamiento, el sistema de protección presenta fallos que dejan a las mujeres expuestas a su agresor.
En 2016, según datos del CGPJ, el 37% de las órdenes de protección solicitadas en España en los juzgados fueron denegadas. En la Comunidad Valenciana el 26%, en Cataluña el 55%. Menos de la mitad de las denuncias por violencia machista llegan a sentencia. En 2016 se presentaron 142.893 denuncias y se dictaron 27.652 sentencias. Por el camino muchas mujeres las retiran o se acogen a la dispensa a la obligación de declarar y no ha de extrañarnos que haya incertidumbre en cuanto a las garantías y apoyo que nos ofrece el sistema de protección porque son bajas. Se ha puesto toda la carga de responsabilidad y acción en las víctimas. Incluso las campañas de prevención se dirigen a ellas (“se puede salir”), en lugar de a ellos (ni se te ocurra entrar). O se focaliza en ellos incidiendo en la idea más clásica del modelo único de masculinidad hegemónica, que desde el feminismo se lucha por desterrar (“un hombre de verdad”). Se las empuja a denunciar, porque la denuncia es condición sine qua non para ser tomada en consideración y para recibir la acreditación para acceder al sistema de protección –al menos hasta ahora-, pero en realidad en un sistema de protección que, en primer lugar, desconfía de las mujeres y además no dispone de los recursos humanos ni económicos necesarios para dar respuesta con garantías.
Cuando Jéssica denunció que su expareja la amenazaba y que había quebrantado la orden de alejamiento, el juzgado de guardia lo dejó en libertad. A Andrea la mató su padre pese a las 47 denuncias que interpuso su madre por maltrato y amenazas. Este año 7 niños y niñas han sido asesinados por violencia machista, la cifra más alta desde que se tienen registros, para matar en vida a sus madres. Pero el asesino de Jéssica, con 4 denuncias y una orden de alejamiento vigente, tenía régimen de visitas con su hijo y se está hablando de implantar la custodia compartida impuesta, cuando sabemos que es una herramienta clave para que los maltratadores puedan seguir ejerciendo la violencia contra las mujeres.
No nos engañemos, estamos a años luz de erradicar el machismo y con él la violencia contra las mujeres. Y una vez más es el movimiento feminista el que está empujando y sacudiendo de forma pacífica pero rotunda y solvente a los poderes públicos y a esta sociedad tibia y cómplice. Hace unos días nos reuníamos un grupo amplio de mujeres para organizar la manifestación del 25N, Día internacional contra la violencia de género. Es necesario salir y mostrar el rechazo rotundo el día 25, pero servirá de poco, como los minutos de silencio, si el día 26 y los sucesivos no se mantiene una postura social e institucional alerta y combativa contra el machismo en el día a día, hacia los demás y en relación a uno o una misma.