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Qué queda de la Primavera Valenciana cinco años después

Esta semana se han cumplido cinco años de las protestas que llevaron el nombre de la Primavera Valenciana. Cinco años desde que miles de estudiantes y no estudiantes llenaron las calles para reivindicar sus derechos. Y en el acto de conmemoración, apenas aparecieron 100 personas, en su mayoría del colectivo iaioflautas y StopDesahucios. La presencia estudiantil fue irrisoria. Las redes estaban llenas de mensajes, fotografías y vídeos rememorando el aniversario. La calle, prácticamente vacía. No tanto por olvido como porque muchos optaron por el activismo político que ha llevado a algunos a las instituciones.

Los orígenes

Era febrero de 2012 y apenas unos meses atrás el Gobierno había presentado el borrador de la Ley de Educación, la ‘Ley Wert’, todo un golpe al modelo educativo: más alumnos por clase, reválidas, menos autonomía de los centros y suprimir la educación para la ciudadanía. Era también la época en la que los recortes hacían mella en los institutos valencianos; algunos hasta el punto de no poder encender la calefacción -hoy lo llamaríamos pobreza energética-. La administración autonómica arrastraba meses de impagos y los estudiantes acudían a clase con mantas y protestaban en los patios. Y llegó el día en el que se cansaron de protestar en casa y salieron a la calle.

En enero comenzaron las manifestaciones masivas por el ‘tijeretazo’ a la educación pública, que tuvieron su réplica en el mes siguiente. El 15 de febrero los alumnos del IES Lluís Vives, junto a la plaza del Ayuntamiento de Valencia, hicieron una sentada cortando la calle. La Policia cargó contra los estudiantes y se llevó a un menor detenido. El vídeo de las protestas se hizo viral gracias a un incipiente Twitter en el que usuarios lo difudieron bajo el hashtag #LluisVivesSinMiedo. La manifestación estudiantil convocada al día siguiente acabó en protesta por la represión policial frente a la comisaría y fue respondida con más represión. Se generó así un círculo que se retroalimentaba durante una semana: los estudiantes protestaban por la brutalidad policial, los agentes antidisturbios cargaban contra ellos y detenían -y retenían- a decenas de personas, lo que llevaba a nuevas protestas en solidaridad con los agredidos y los detenidos.

Pronto se acuñaría el término #PrimaveraValenciana para definir el movimiento y bajo esta etiqueta se comunicarían los estudiantes. La policía detuvo en aquellas protestas entre 40 y 60 personas, hirió a multitud de jóvenes -unos quedaron inconscientes, otros tenían fuertes contusiones en la cabeza- y envió más de 100 multas de entre 100 y 300 euros a participantes y testigos de las manifestaciones. No era de extrañar este abuso, teniendo en cuenta que el jefe superior de Policia se refirió a quienes protestaban como “el enemigo”.

La brutalidad policial no solo provocó una ola de solidaridad con los estudiantes, sino que alimentó la indignación de la oposición política. Los diputados autonómicos de la izquierda pidieron la dimisión de la delegada de Gobierno, Paula Sánchez de León, y en el Congreso se exigieron explicaciones del Ministro de Interior. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de viaje en Londres, lamentaba que se diera “esta imagen de España”. Mientras, en Valencia, el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, también del PP, decía en la radio: “hay que acabar con las protestas violentas que no respetan el derecho de manifestación”. Según él, había que evitar un “efecto llamada” y la alcaldesa, Rita Barberá, afirmó que las manifestaciones y protestas estudiantiles respondían a “una estrategia predeterminada de la izquierda”

La delegada de Gobierno, responsable de dirigir a la Policía, no dimitió hasta 2014 y no explicó las causas.

El viacrucis judicial de los manifestantes

La Primavera fue más que unas semanas de protesta. Desde las primeras detenciones y cargas policiales, varios colectivos de abogados comenzaron a prestar servicios jurídicos a los arrestados por la policía. Uno de ellos fue la Asociación Jurídica Primavera Valenciana, en principio un grupo de abogados del colectivo 15M.

Estos profesionales explican el calvario por el que pasaron los estudiantes detenidos y otras personas que simplemente protestaban: detenciones, pasar la noche en el calabozo -por una decisión política, aseguran que se le escapó al superior de policía-, multas, juicios… “Algunos menores tenían que ir cada 15 días a firmar al juzgado por haber participado en una manifestación”, explican. Finalmente solo dos adultos fueron condenados por agresiones a un agente antidisturbios. Los estudiantes fueron todos absueltos, muchos ni llegaron a iniciar el trámite porque se sobreseyó el caso al no haber indicio de delito. Y además, cambiaron los papeles: algunos antidisturbios fueron condenados por las agresiones.

Estos juristas tienen claro que las cargas policiales de la Primavera sirvieron de ensayo, “fue un pulso de la Policia previo a la Ley Mordaza, ver hasta dónde podían llegar”. ¿Qué nos enseñó este movimiento? “Sirvió para unir a diferentes generaciones, se retrató la Policia con atestados falsos, se hizo pedagogía jurídica para conocer las normas… Se aprendió a protestar”.

Cómo se ve hoy aquel movimiento

Jordi Juanes fue uno de los estudiantes que acudió a las primeras protestas y al aniversario. Entonces empezaba a estudiar ingeniería electrónica y no participaba en ningún movimiento. Hoy, con la carrera a punto de terminar, lleva su lucha a través del sindicato de estudiantes BEA (Bloc d’Estudiants Agermanats). “El movimiento me hizo pensar mucho. Ví lo que había: la Policía al servicio de la Delegación de Gobierno que trata a estudiantes como el enemigo, helicópteros que te vigilan, cargas policiales con golpes en la cabeza… Ví cómo un agente dejaba inconsciente a una chica y al llamar al 112 la operadora no daba crédito. Vivir eso te cambia”.

“Me da rabia que haya habido protestas masivas y ahora esté casi vacío. En Valencia ha salido tanta mierda que la gente ha explotado y ahora, cuando sale un nuevo caso, lo asimilamos como uno más. Ya no se indignan, no salen a la calle”, lamenta.

La opinión de Jordi coincide con la de Josep Nadal, diputado de Compromís, cantante de la Gossa Sorda y, en su día, manifestante en la Primavera Valenciana. “Tiene una idiosincrasia singular; es la culminación de otras luchas por todo el País Valenciano contra el modelo económico del PP”, sintetiza. El movimiento, “le da al PP valenciano un sello especial de corrupto, que se intensifica después en temas como Gürtel” y ayuda a focalizar la atención mediática en la sociedad valenciana. “No es que el PP aquí fuera más corrupto, es que tenía más oposición”.

Para Nadal la Primavera como unión de muchas luchas supuso una especie de despertar para la sociedad valenciana. “La suma de injusticias hace a la gente despertar. La reacción de la Policía, del PP menospreciando la protesta... Pasa de ser una cuestión estudiantil a una cuestión antirrepresiva”, aduce.

El cambio en las instituciones y la desmovilización en las calles

La Primavera Valenciana fue un movimiento sintomático de que algo se movía en la sociedad, algo que tenía que llegar. Las elecciones municipales y autonómicas de 2015, en las que pactos de izquierda arrebataron las instituciones al PP, le dieron el nombre de “año del cambio”. El ‘cambio’ llegó tres años después de las protestas y entre sus rostros se encuentran multitud de personas que estuvieron en las calles.

Sin embargo, muchas promesas se han visto ralentizadas o con trabas para cumplirse por un gobierno central hostil y los problemas estructurales siguen ahí: paro, recortes en sanidad, educación, pérdida de derechos laborales… Pero la movilización social ha bajado. “Creo que la gente entiende que las luchas tienen un momento, que quieren descansar y preocuparse de otras cosas... Un gobierno progresista ayuda a que la gente se relaje un poco y las críticas ahora se focalizan en el gobierno central -que tiene la mayoría de competencias-, pero no creo que sea positivo que hayan descendido. La calle debe ser autónoma de los partidos”, explica Nadal.

Quizás plantear el ‘cambio’ en las instituciones hubiera sido un error de planteamiento, o así lo argumenta Lluís Hernández, militante de Joves de Esquerra Republicana. “Hubo grandes movilizaciones fuera de Valencia pero desde 2014 y 2015 se ha ido perdiendo la fuerza. La gente pensó que el objetivo era echar al PP pero es un mal objetivo, porque era un medio; había que echarlos para hacer cosas nuevas”. Para él, la Primavera Valenciana funcionó porque organizó las ideas de mucha gente descontenta, con mucha fuerza, en un momento concreto. “El fallo fue no vehicular esta fuerza”, añade. Ahora, Lluís lamenta que se haya desmovilizado la calle, porque aún queda mucho por hacer. “El PP sigue siendo el partido más votado y veremos si en las próximas elecciones un pacto de la derecha no vuelve a ganar a la izquierda”.

Adoración Guamán, profesora de Derecho en la Universidad de Valencia, también colaboró con el asesoramiento jurídico. Licenciada en Ciencias Políticas y autora de varios libros sobre calidad democrática, analiza así el movimiento en su quinto aniversario: “Comenzábamos a ver la situación con expectativas de cambio, pensando que aquello era realmente la continuación de lo que ya había empezado a caminar con el 15M, porque veíamos que la desproporción policial y la incapacidad y mala gestión política estaban consiguiendo desbordar la capacidad de aguante de la sociedad valenciana tras décadas de soportar las políticas de recortes, la corrupción, la represión… las cargas fueron la gota que colmó el vaso”.

Para la autora, la escasa participación en la conmemoración de la primavera no implica que haya desaparecido. “Lo importante es que en aquel momento se movilizó mucha gente que hoy sigue trabajando por el cambio en defensa de las mayorías sociales, que muchas de aquellas personas hoy están en las instituciones y que no deben olvidar de dónde vienen y que les llevó a movilizarse”, asegura.

Hace cinco años un grupo de estudiantes llenó las calles de Valencia. Gritaban “menos corrupción y más educación”, “Rector, atiende, el campus no se vende” y portaban centenares de pancartas con sus lemas. Y hace cinco años dejaron un mensaje aún más fuerte para toda la sociedad: “Somos el pueblo, no el enemigo”.