En 2012, un proyecto del Gobierno noruego a través de una fundación y por medio del Global Crop Diversity Trust (la organización que gestiona el banco mundial de semillas ubicado en la isla noruega de Svalbard en el Ártico) promovió investigaciones para conseguir cultivos que, utilizando especies silvestres, consiguieran productos (en este caso, la berenjena, uno de los 35 cultivos alimentarios esenciales según el 'Tratado internacional sobre los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura' de la FAO) mejor adaptados al cambio climático, de forma que fueran más resilientes y tolerantes a la sequía. A raíz de esta convocatoria fueron citados en Francia varios especialistas en mejora de berenjena, entre ellos el catedrático de Genética de la Universidad Politécnica de València Jaime Prohens, a quien finalmente se designó para liderar el proyecto.
De este modo, en diciembre de 2013 comenzaba una investigación, encabezada por la Universidad Politécnica de València, que ha finalizado ahora, casi ocho años después, gracias a la financiación del Gobierno noruego que ha aportado cerca de medio millón de dólares. En este proyecto han participado más de una treintena de investigadores, una decena de ellos en València, pero también de otras instituciones de Sri Lanka, Taiwán o Costa de Marfil.
Para conseguir un cultivo más resistente, el proceso ha consistido en cruzar especímenes de berenjena -una planta domesticada originariamente en el sudeste asiático- con especies silvestres y repetir el proceso en varias ocasiones hasta conseguir “una especie que resulta indistinguible de una berenjena, pero que tiene determinadas características de la planta silvestre que la hacen mucho más resistente”, tal y como reconoce Prohens, quien apunta que lo que han hecho, incrementar la base genética de este cultivo, “no es nada nuevo, ya se había hecho con el tomate, que cuenta con variedades que tienen genes de especies silvestres, pero en mucho más tiempo”.
Esta investigación ha permitido crear variedades mucho más tolerantes al estrés por calor, salinidad... lo que permite una mayor eficiencia en el uso de los nutrientes y conseguir la misma producción con menos agua y nitrógeno y que el fruto (familia de las solanáceas) tenga un mayor contenido de compuestos fenólicos. “Somos una referencia a nivel mundial, con materiales de gran valor (y varias líneas de producción con diferentes características), lo que ha levantado mucho interés de entidades que quieren colaborar con nosotros”, relata el catedrático de Genética, quien sostiene que la investigación continúa, “ahora se nos abre un abanico de oportunidades tremendo, ya que hemos dado con cosas que no esperábamos”.
Por ejemplo, la investigación ha conseguido aumentar la cantidad de ácido clorogénico y otros ácidos fenólicos que aumentan las cualidades antioxidantes de la berenjena en muchas de sus variantes, tal y como destaca Mariola Plazas, una de las investigadoras que ha participado en el proyecto. “Estamos ante una revolución en la mejora genética de la berenjena” a la que se ha llegado después de casi ocho años ampliando la base genética del cultivo por medio de cruces de variedades comerciales con hasta quince especies silvestres, defiende el catedrático de la Universidad Politécnica de València.
Alternativa a los transgénicos
La investigación liderada por la Universidad Politécnica de València no tiene nada que ver con los transgénicos. Más bien, se trata de una alternativa. Así, si los transgénicos son organismos modificados mediante ingeniería genética, en este caso estamos ante cruces que se pueden dar en la naturaleza, “nosotros hemos forzado artificialmente un proceso natural”, apunta Prohens, quien explica que todo el procedimiento que han llevado a cabo no está sujeto a ningún cuestionamiento ético ni legal: “Tenemos localizadas diferentes líneas que se han desarrollado de manera tradicional sin utilizar otras técnicas que la legislación no permite”.