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Cambio climático: de la catástrofe a la oportunidad

Imagina que para ir a trabajar tienes que cruzar un barranco. Es el camino más corto y más rápido. Está seco, así que la única consecuencia es el polvo que se acumula en el coche y que tienes que lavar cada cierto tiempo. Imagina que un día el barranco se inunda y al pasar con el coche el motor se llena de agua y se para. Consecuencia: hay que ir al taller y seguramente te costará un dineral. Ahora imagina que el barranco se inunda todos los meses. El primer mes, quizás también el segundo, puede que la inercia te haga atravesar el barranco con agua y afrontes los efectos que para tu coche y tu bolsillo tiene. ¿Pero el tercer mes? ¿El resto de meses? ¿Seguirías tomando ese camino todos los días, cruzando el barranco, con el riesgo de llenar el motor de agua y visitar el taller mecánico una vez al mes? Seguro que no. Cambiarías de camino, buscarías otro aunque fuese menos corto y menos rápido porque te resultaría más seguro y económico.

Ahora imagina que eres un gobierno y donde dice coche y barranco decimos paseo marítimo y temporal. O camino rural y temporal de nieve. O urbanización y lluvias torrenciales.

Los gobiernos, como cada uno y cada una de nosotras, deben tomar decisiones enmarcadas en un contexto. Y el contexto actual no es el de hace unos años. La Comunitat Valenciana es una de las zonas de Europa más vulnerables a los efectos del cambio climático. Según un informe del Observatorio de la Sosteniblilidad, más de 150.000 valencianos y valencianas viven en zonas expuestas a sufrir graves inundaciones en un espacio de 10 años. Ya hemos empezado a ver con nuestros propios ojos lo que eso significa.

En menos de un año hemos sufrido tres episodios de desastres meteorológicos graves. Abril 2019: un temporal de lluvias torrenciales y fuertes vientos afecta a todo el territorio, especialmente a las comarcas de la Marina Alta, la Safor y la Ribera siendo el mes de abril más lluvioso desde que se tienen registros. Septiembre 2019: la DANA inunda la Vega Baja. Enero 2020: el temporal Gloria combina nieve, viento y lluvias torrenciales, dejando incomunicado parte de nuestro interior y destrozado nuestro litoral. Cada temporal que vivimos es catalogado como “histórico”, con valores que suponen nuevos máximos en las series de datos, con una intensidad y unos efectos sobre las infraestructuras, las viviendas, el territorio y la economía valenciana desconocidas hasta ahora. Este último temporal se ha cobrado kilómetros de paseos marítimos y lo que es mucho peor: 13 vidas humanas en todo el país.

Todos los informes técnicos elaborados por personas expertas coinciden en que estos fenómenos, típicos de la zona pero ahora intensificados y multiplicados por el cambio climático, van a ser cada vez más frecuentes y posiblemente más violentos. Ahora mismo, ante estos fenómenos extremos los gobiernos hacen dos cosas: primero, actúan frente a la emergencia (cada vez con protocolos más rápidos y eficientes, y nos hemos de felicitar por ello); segundo, declaran zona catastrófica y destinan recursos a paliar los daños y reconstruir. O sea, sacan el coche del barranco y lo llevan a reparar al taller.

Pero el barranco se volverá a inundar y el coche se volverá a estropear. Los fenómenos meteorológicos extremos ya no son una excepción en nuestro territorio, no son una anécdota de hace 10 años que podamos contar. Estos efectos devastadores del cambio climático son ya la norma, por lo que el recurso a la emergencia y la declaración de zona catastrófica no pueden ser la única respuesta. No podemos declarar que vivimos en una zona permanentemente catastrófica.

Hay que tomar otro camino. Pero aquí el símil ya no nos vale. Un gobierno no puede simplemente decir que hay que cambiar la ruta y que ahora ya no reconstruiremos los paseos marítimos. Porque no es un coche lo que tenemos que cuidar, es una sociedad plural y diversa, una sociedad no homogénea, con sus particularidades y también, por supuesto, con sus desigualdades. La respuesta ante un contexto diferente no solo tiene que ser diferente, tiene que ser innovadora y creativa, pero también inclusiva y respetuosa con el entorno, para no volver a cometer el error de creernos que el planeta es nuestro y lo moldeamos como si fuese plastilina.

El alcalde del municipio de Bellreguard ha hecho la propuesta de no reconstruir el paseo marítimo destruido por el temporal, de dejar el espacio al natural y recuperar las dunas. Un cambio de rumbo necesario y valiente, pero quizás el camino tomado es demasiado recto para un gobierno. Más allá de cómo afecta a la hostelería y al turismo una medida así, pensemos cómo afecta a la gente y a quién beneficia. ¿Quién puede pasear por la arena de las dunas para disfrutar de un bien común como son las vistas al mar? ¿Quién puede correr de noche por un espacio natural sin iluminación artificial? Podríamos seguir haciéndonos preguntas y la respuesta sería siempre la misma: no todo el mundo.

Lo que pretendemos decir es que la forma en la que vivimos y disfrutamos de las calles y plazas de nuestros municipios tiene mucho que ver con nuestro género, edad, raza, orientación sexual o condiciones físicas o cognitivas. También nuestros paseos marítimos. Con el urbanismo podemos seguir perpetuando las desigualdades o fomentar la igualdad. La pavimentación facilita la accesibilidad a personas con movilidad reducida y a personas cuidadoras (desgraciadamente aún en su mayoría mujeres, madres, abuelas y cuidadoras) que deben manejar coches de bebés o sillas de ruedas. La iluminación permite disfrutar del espacio público en las horas nocturnas con seguridad, su ausencia supone una limitación mayor para mujeres y también personas del colectivo LGTBi+. Son solo dos ejemplos de cómo el urbanismo, o la falta del mismo, puede ser exclusivo (pensando solo en el hombre blanco heterosexual) o inclusivo (pensando en todas las personas con independencia de su sexo, edad, raza, orientación sexual...).

Bienvenido el debate y bienvenidas quienes se atreven a plantearlo y a pensar diferente. Pero no es momento de soluciones rápidas, sino de aprovechar la oportunidad para que la solución mejore la vida de todos y todas: mujeres, hombres, niños y niñas, personas con diversidad funcional, personas mayores, colectivos excluidos. Quizás la alternativa en el caso del litoral sean infraestructuras ligeras, desmontables y más respetuosas con el entorno, que nos permitan asegurar condiciones de accesibilidad y seguridad pero a su vez sean fácilmente recuperables en caso de un temporal. Paseos marítimos con pasarelas que se puedan retirar en épocas de climatología adversa para instalarlas nuevamente superado este periodo.

Gobernar es pensar en caminos alternativos cuando los que hemos transitado hasta ahora se hacen imposibles. Pero gobernar también es trazar los nuevos caminos para que nadie se quede atrás. El cambio climático nos está generando ya muchos problemas, es para los valencianos y valencianas una garantía de catástrofes frecuentes, pero también puede ser una oportunidad. Aprovechemos esta oportunidad para repensar cómo vivimos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno, y que la nueva mirada sea desde la sostenibilidad pero también desde la igualdad.

*Àngela Ballester, directora general de Coordinación Institucional de la Vicepresidencia Segunda de la Generalitat Valenciana

*Jaume Monfort, director general de Calidad, Rehabilitación i Eficiencia Energetica de la Generalitat Valenciana