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La caricia última de Sada Abe

José Manuel Rambla

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Apurar al máximo, ir un poco más allá suele ser una tentación a la que a menudo nos entregamos sabiendo de antemano que, inevitablemente, acabaremos yendo demasiado lejos. A veces, incluso, de forma irreversible. Pero llegados a un punto resulta imposible parar. Cuando la mano de la bella Sada Abe comenzó a acariciar por última vez el cuerpo de Kichizo Ishida ya era imposible la más mínima resistencia, antes incluso que los dedos rodearan su cuello, buscando arañar con cada presión añadida una nueva dosis de placer hasta acabar con la vida de su amante.

La trágica historia de Sada y Kichizo, tan bellamente llevada al cine por Nagisa Oshima, tiene al menos el consuelo del goce compartido. Sin embargo, esto no siempre es así y en ocasiones la ceguera al apretar, cada vez un poco más, a mano alrededor del cuello ajeno, no responde nada más que a eso: simple ceguera voluntaria. Algo de eso parece estar pasando en Europa, y especialmente en España, si tenemos en cuenta las últimas advertencias lanzadas por el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría.

A juicio de esta organización tan poco sospechosa de ser uno de esos círculos bolivarianos, neocomunistas y postpopulistas, resulta que las contínuas bajadas salariales amenazan con provocar “considerables penurias entre los trabajadores y sus familias”. Obviamente, detrás de estas manifestaciones no se esconde un súbito influjo del discurso social del papa Francisco, sino la certeza de que continuar asfixiando esas gargantas acabará siendo contraproducente incluso para la mano egoista que las aprieta. Si Sada buscaba una nueva sacudida de goce en sus entrañas, los neoliberales que rigen la troika parecen ya contentarse con la simple acción de estrangular, habiendo renunciado incluso a sentir el más mínimo placer en ello.

Si eso pasa en la economía, lo mismo está pasando en las dimensiones siempre eróticas del poder y la política. Porque las regeneraciones de la vida pública promovidas por Mariano Rajoy parecen abocar sin remedio a la democracia a interpretar el papel del amante pasivo dispuesto a entregar la vida en ese juego por los territorios del éxtasis sexual. Solo que el líder conservador español lejos de perseguir un orgasmo interminable, se conforma con asegurarse las alcaldías en las próximas elecciones a golpe de pucherazo legalizado, la nueva viagra política con la que aspira a revigorizar la maltrecha monarquía parlamentaria.

El problema en todo este asunto es, claro está, que mientras los protagonistas de El imperio de los sentidos elegían libremente su destino, en España los ciudadanos tienen que asumir sin discusión el papel de víctima pasiva de los sueños eróticos de otros. Otra cosa, claro, es que acepten resignados el reparto de papeles. Y por lo que dicen las encuestas no parecen que vayan a asumirlo de muy buena gana. Por eso resulta urgente atenazar con fuerza esos cuellos. De lo contrario habrá que recuperar ese guión alternativo del que tanto se vuelve a hablar. Ese en el que el dirigente socialista Pedro Sánchez ofrezca con generosidad de enamorado su cuello inmaculado a las perversiones de una Sada Abe que aprendió las artes del amor en algún curso de la Faes.

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