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Empecemos a dar pasos para acabar con la prostitución

Seguramente, hay personas que todavía imaginan que las mujeres en prostitución son como la alegre Julia Roberts de Pretty Woman, o las sonrientes «putillas» de Antonio Recio de La que se avecina, o la autónoma Paz de Aida. Son tres estereotipos que no tienen nada a ver con la realidad. La realidad es que las chicas que están en la prostitución hoy, captadas en países empobrecidos por criminales de redes organizadas, cuando las llevan a un club, un piso, o las dejan en un polígono o una rotonda, se convierten en una máquina de hacer dinero para los proxenetas. En el documental El proxeneta, el protagonista, un proxeneta arrepentido, lo explica muy bien: «El primer año son muy activas, pero cuando ven que no pueden saldar la deuda, que empieza a pasar a partir del segundo año, y saben que no podrán salir de ahí y tener una vida normal, se desesperan y ya no pueden estar en la primera categoría, por eso las tenemos que trasladar a burdeles de segunda o de tercera categoría». Los proxenetas disponen de sus vidas; los «clientes», de sus cuerpos, y ellas entran en un proceso de desesperación y de angustia, de deterioro emocional y físico: cada vez tienen más dolencias: infecciones, drogodependencias, disociación extrema, estrés postraumático, etc. Las supervivientes de la prostitución lo explican, aunque mucha gente quiere mirar hacia otro lado y prefiere tragarse las mentiras que esconde esta explotación que tenemos aquí tan cerca.

Es irrelevante el hecho que una mujer importada sepa que viene a prostituirse o le digan que viene a trabajar limpiando o en un bar y después la llevan a un burdel. A las que saben que van a prostituirse nunca les explican qué harán, que tendrán que estar con 20 o 25 hombres al día, que dormirán cinco horas, que las multarán para llegar tarde, que la posibilidad de saldar la deuda estará cada vez más lejos, que amenazarán a su familia si quieren denunciar... Así engañan a unas chicas muy jóvenes que solo quieren una vida mejor. Porque siempre se aprovechan de su vulnerabilidad -las buscan con hijos pequeños porque aguantan más-, de su pobreza y de su falta de alternativas. Es una industria donde todo está pensado y programado, es un engranaje organizado para sacar dinero del cuerpo de las mujeres.

Es curioso que cuando se habla de prostitución se pase de puntillas por el tercer actor que es necesario en esta industria, y son los usuarios, los clientes, los puteros. El 40% de los hombres españoles han usado la prostitución. Y esto que estamos en el siglo XXI, en que hay multitud de posibilidades de contactar con mujeres por las redes sociales, en el trabajo, en grupos de amigos, etc. Aún así, hay hombres que prefieren pagar para estar con mujeres con quienes no tienen ningún vínculo afectivo y que saben que están con ellos por pura supervivencia. Hay hombres que no quieren relaciones igualitarias, tampoco en la cama, y saben que pagando tienen patente de corso para hacer lo que quieran. Como sociedad nos tendríamos que preguntar qué tipo de educación emocional y afectiva estamos dando a los hombres. Y como sociedad nos tendríamos que preguntar también si consideramos éticamente lícito permitir que hombres se aprovechan del estado de necesidad de mujeres y por poco dinero puedan acceder a sus cuerpos.

Por eso, hay que dejar de mirar hacia otro lado y plantearnos qué hacer con la prostitución de mujeres para hombres. Hay personas que, con la mejor intención, piensan que tal vez regulando la prostitución como un trabajo, la vida de las mujeres prostituidas mejoraría: Seguridad Social, horarios menos largos, etc. Pero esto ya se ha hecho y sabemos los resultados: en Holanda, Alemania o Nueva Zelanda, la demanda se ha disparado al ser una actividad legal, y, por lo tanto, las mujeres importadas son muchas más, y las condiciones en los clubes, pisos, etc., se han vuelto mucho más precarias. Precisamente lo que quieren los proxenetas es que la prostitución se regule, y convertirse en empresarios respetables del que ellos denominen «sector del ocio». Que, como pasa en Alemania, los hombres puedan acceder, por unos pocos euros, al inmenso harén que tienen a su disposición, y que cualquier actividad de hombres (despedidas de soltero, celebración de victorias de equipos de fútbol, acuerdos comerciales, cumpleaños, etc.) pueda acabar en el prostíbulo. Antes de la legalización, tal vez con un poco de mala conciencia; después, con la legitimidad de ser una actividad amparada por el estado.

Pero, ¿es realmente esto lo que deseamos como sociedad? ¿Cómo podemos decir que queremos relaciones igualitarias entre mujeres y hombres y a la vez instar al estado a legalizar la prostitución? ¿Realmente la violencia contra las mujeres y la prostitución son cosas tan diferentes? ¿Tan poco confiamos en que los hombres puedan cambiar?

Hay otro camino, que han empezado a recorrer países como Suecia, desde hace veinte años, o recientemente Francia, y con unos resultados esperanzadores. En la primera parte de la ecuación están las mujeres en prostitución, que no son perseguidas ni sancionadas, sino que se ponen a su disposición recursos para poder salir de la prostitución. Para los clientes se prevén sanciones porque se los considera prostituidores porque se han aprovechado de una situación de necesidad extrema. También se actúa contra los proxenetas y amos de los locales. Con estas y otras medidas, la prostitución ha bajado drásticamente. La consideración social hacia los usuarios, junto con medidas punitivas, es crucial para reducir la demanda, que en Suecia bajó un 80%. Paralelamente, la educación afectivosexual en las escuelas e institutos también juega un papel importante. La prostitución forma parte del currículum en la educación secundaria, donde no solo se explica que es violencia hacia las mujeres y una muestra de misoginia, sino que revela también una masculinidad débil, puesto que un hombre con una masculinidad bien formada nunca se degradaría pagando para eyacular en la vagina de una extraña.

España es uno de los estados de la Unión Europea donde se ha disparado la prostitución. ¿Qué ha pasado? El año 1995, el nuevo Código Penal eliminó el artículo 452 bis d), que estaba en el anterior Código Penal, según el cual «Serán castigados con las penas de prisión [...]: El amo, el gerente, el administrador o el encargado del local, abierto o no al público, en que se ejerza la prostitución u otra forma de corrupción, y toda persona que, sabiéndolo, participo en su financiación». El vigente Código Penal no prevé la responsabilidad penal del amo de un local donde se ejerza la prostitución. Así, la policía tiene las manos atadas porque no puede hacer nada a los proxenetas que tienen pisos o clubes con mujeres prostituidas. Por eso, España se ha convertido en un gran prostíbulo, y cada vez más juristas reconocen que fue un error eliminar esta figura, conocida como tercería locativa, del Código Penal, puesto que con su reintroducción desaparecería el 90 por ciento de la prostitución, porque se podrían cerrar la mayoría de locales y perseguir legalmente a los proxenetas.

La legislación española también tiene unas limitaciones para mí escandalosas, y es que el sistema de protección español está diseñado para perseguir las redes de trata -con las limitaciones que acabo de mencionar-, pero no para proteger los derechos humanos de las víctimas. Si una mujer denuncia a una red de trata, cuando acaba la investigación la pueden deportar a su país de origen, porque normalmente no tiene permiso de residencia, y allí se arriesga a represalias de la red contra ella y su familia. Si no denuncia -normalmente por miedo-, se queda fuera del sistema de protección y puede acabar en un CIE. Por eso, hay que rediseñar el sistema desde la óptica de la protección de los derechos humanos para proteger a todas las víctimas, tanto las que denuncian como las que no.

Es el momento de actuar. El próximo gobierno del estado tiene que dar pasos para desmantelar el sistema prostitucional. Este gran negocio que se basa hoy en la explotación del cuerpo de mujeres pobres y extranjeras. Y las comunidades autónomas también tienen que remar en la misma dirección. Lula Gómez, una joven artista argentina, decía hace poco que «todo lo que es bueno para el patriarcado es malo para el feminismo», es decir, para la igualdad entre las personas. La prostitución no es el oficio más viejo del mundo, es una de las más antiguas instituciones patriarcales, y ahora que como sociedad estamos caminando hacia la igualdad haciendo escuelas coeducativas, superando la brecha salarial, aprobando planes contra la violencia de género, promoviendo la corresponsabilidad doméstica y también las nuevas masculinidades, tenemos que implementar medidas para acabar con esta escuela de desigualdad y de explotación de mujeres que es la prostitución.

Cristina Domingo es psicopedagoga.