El término intelectual es relativamente moderno. Fue acuñado en Francia a finales del siglo XIX, durante el llamado affaire Dreyfus, e inicialmente se usó despectivamente para designar a quienes apoyaban al capitán judío, representantes del mundo de la cultura y del arte como Émile Zola, Octave Mirbeau o Anatole France. Más tarde adquirió un significado positivo. La figura del intelectual se entiende como la de un hombre sabio, testigo crítico del poder, una mezcla de Pepito Grillo y mosca cojonera que vigila excesos y abusos, y vela por la ética y el bien común. ¿Qué pasa cuando los intelectuales relajan su función crítica y se dedican a jalear y enaltecer a los poderosos?
Es lo que ha ocurrido estas últimas décadas en España denuncia Gregorio Morán en su último trabajo, un ensayo de 800 páginas, El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los letrados (Akal), que se presentó recientemente en la UNED de Valencia. Un lúcido y exhaustivo repaso a nuestra reciente historia cultural y política, entre 1962 y 1996, concebido desde “la ironía y el sarcasmo más que desde la ira”, dice Morán.
Este trabajo de Morán fue en principio un proyecto para la editorial Crítica, del grupo Planeta, pero un capítulo sobre la Real Academia Española (RAE) en el que se juzga con dureza al anterior director Víctor García de la Concha, algunos de sus integrantes y las normas de la casa, provocó un desencuentro y, finalmente lo editó Akal.
¿Qué pasó con todos aquellos intelectuales que en los sesenta fueron progres, en los setenta moderados, en los ochenta conservadores y en los noventa carcas?
Esa evolución se debe en parte a la edad, pero también a que en los sesenta tenían escasos intereses personales que defender y ahora sí los tienen. Los intelectuales de mi generación son ya mayores, piensan en el retiro y se han hecho institucionales. Quieren ser académicos, ganar premios y se preocupan más de medrar que de su propia obra. Entre los últimos intelectuales beligerantes e independientes sólo se me ocurre mencionar a Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo y, por supuesto a Rafael Chirbes.
¿Le guarda rencor a Planeta?
Ningún rencor. Como dice uno de los personajes de El Padrino, no se trata de nada personal, sólo una cuestión de negocios. También un indicio de que hoy día el problema de la censura es económico no político o ideológico.
¿Por qué eligió a Jesús Aguirre , el cura como hilo conductor?
Aguirre fue quizá el más exitoso de los intelectuales de su generación, aunque no el más el brillante. Un personaje fascinante que superó grandes dificultades como hijo que fue de madre soltera, que llegó a ser duque de Alba consorte y estuvo en todas las salsas políticas y culturales de su época. Todo el mundo hablaba mal de él, pero su trayectoria es alucinante. Estuvo en las huelgas mineras del 62, en el contubernio de Munich, y hasta ofició la única misa por Grimau tras ser ejecutado. Dio un giro radical desde la defensa de la lucha armada a ser duque de Alba. Me fascinaba la animosidad que existía hacia Jesús Aguirre, el desdén que sufría por su propio grupo. No le consideraban un igual y, sin embargo, yo le considero el más representativo.
Cultura y poder. ¿Un amor imposible en este país?
El Franquismo despreció la cultura y la Transición tampoco le dedicó mucho interés. Los socialistas trataron mejor que la derecha a los intelectuales y artistas ,pero se cobraron los favores con el tema de la OTAN, que nadie regala nada y menos el poder. También el PP de Aznar tuvo su mandarinato cultural pero esa época no está incluida en mi libro.
Alguna predicción para las próximas elecciones.
Me he equivocado en muchas ocasiones en este aspecto, pero veo con buenos ojos la irrupción de Podemos. No sé si ganarán o no, pero creo que su existencia es positiva porque traen aires y savias nuevos contra una casta imperfecta, corrupta y agotada, incapaz de regenerarse desde dentro.
Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es autor de un puñado de libros fundamentales para interpretar la historia cultural y política de la España contemporánea. Entre ellos: Adolfo Suárez: historia de una ambición, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985, El precio de la transición, El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo, Los españoles que dejaron de serlo, Adolfo Suárez: Ambición y destino.
El término intelectual es relativamente moderno. Fue acuñado en Francia a finales del siglo XIX, durante el llamado affaire Dreyfus, e inicialmente se usó despectivamente para designar a quienes apoyaban al capitán judío, representantes del mundo de la cultura y del arte como Émile Zola, Octave Mirbeau o Anatole France. Más tarde adquirió un significado positivo. La figura del intelectual se entiende como la de un hombre sabio, testigo crítico del poder, una mezcla de Pepito Grillo y mosca cojonera que vigila excesos y abusos, y vela por la ética y el bien común. ¿Qué pasa cuando los intelectuales relajan su función crítica y se dedican a jalear y enaltecer a los poderosos?
Es lo que ha ocurrido estas últimas décadas en España denuncia Gregorio Morán en su último trabajo, un ensayo de 800 páginas, El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los letrados (Akal), que se presentó recientemente en la UNED de Valencia. Un lúcido y exhaustivo repaso a nuestra reciente historia cultural y política, entre 1962 y 1996, concebido desde “la ironía y el sarcasmo más que desde la ira”, dice Morán.