Algunas imágenes preferiríamos no verlas, pero eso no evitará que los hechos se sucedan. Nuestros resortes de autodefensa se conectan para evitarnos el mal trago de ver aquello que nos desagrada, las escenas que nos incomodan, las situaciones que se escapan al canon publicitario de una existencia perfecta y ortodoxamente feliz. Pero la realidad es persistente y se sobrepone, una y otra vez, hasta dejar patente su huella en nuestras retinas, queriendo tintar de normalidad su reflejo.
La creación de la imagen ambiental es un proceso bilateral entre observador y observado. Lo que él ve se basa en la forma exterior, pero la manera como interpreta y organiza esto, y cómo orienta su atención, influye a su vez en lo que ve. “El organismo humano es sumamente adaptable y flexible, y diferentes grupos pueden tener imágenes sumamente diferentes de la misma realidad exterior”.[1] En ocasiones una campaña publicitaria puede mostrarnos un entorno convertido en paraíso terrenal para legitimarse como destino vacacional, pero quizás lo que el turista encuentre sea el abismo por el que se precipitan las más básicas normas de convivencia y civismo. Así funciona la doble moral cuando el negocio entra en juego y así lo pone de manifiesto las imágenes de Javier Izquierdo. Nuestra cultura, a diferencia de otras, prefiere esconder el fracaso y disimular el error, por lo que nuestra evolución se convierte en una tarea complicada, pues es por medio de esos reconocimientos que lograríamos subsanar déficits que hace ya mucho que nos acompañan.
Mientras que el fotoperiodismo se mantiene ligado a la inmediatez y la caducidad de la noticia, el reportaje se introduce en un territorio atemporal para narrar y documentar un acontecimiento. La llegada del archivo y el documento gráfico al territorio del arte no es nueva, en este caso se produce en Palma con el trabajo #passionformagaluf de Javier Izquierdo, de la mano de la Galería La Real. Sin embargo, es poco habitual que una galería de arte apueste por mostrar un conflicto que sucede en su propio territorio. Siempre es más cómodo comprometerse con causas lejanas que tomar posición en asuntos que nos quedan cerca, pues el riesgo asumido es mayor. Tanto el autor como la galería ratifican con este proyecto una actitud firme, que dista del buenismo caritativo con el que miramos los males ajenos. El lugar es “aquí” y el tiempo es “ahora”, pues para evitar la impostura que continuamente reverbera deberemos empezar por ponernos delante de un espejo. La incomodidad está servida.
El trabajo de Javier Izquierdo se enmarca en el documentalismo clásico, captando instantes sobre los que se posa su cámara, pues no sólo en los conflictos armados se libran batallas. Magaluf, una zona de explotación turística intensiva en la isla de Mallorca, ha sido el entorno elegido por el fotógrafo. Desarrolla un trabajo documental que persigue plasmar la cotidianidad de un lugar que se transforma con la llegada masiva de jóvenes británicos en su mayoría, en una inacabable búsqueda de alcohol y sexo. Las imágenes recopiladas no son un signo de lo excepcional, sino que reflejan el paisaje habitual durante ciertos meses del año. El lugar se ha convertido en un parque temático del desfase, en el que los excesos se suceden como parte de una misma representación que cambia de actores cada día sin que varíe el hilo argumental. Ese bucle sin fin, esa masa embrutecida, representa el fracaso de cualquier constructo educativo en una sociedad desarrollada.
Cuando la prioridad es la rentabilidad económica a corto plazo, se aplican políticas que obvian la sostenibilidad ambiental y las consecuencias sociales de promocionar esos modelos de relación. Seguramente los propietarios de las corporaciones hosteleras no quisieran para sus hijos el tipo de holidays en el que han basado su explotación de negocio. Esta es la “cara B” del modelo turístico y económico de la isla, la que no aparece en los folletos, aunque progresivamente ha ido acaparando espacio en la crónica de sucesos de los informativos.
Con este trabajo fotográfico Javier Izquierdo evita los juicios morales, pues lo que persigue es hacer consciente al espectador de su responsabilidad. El ciudadano debe recuperar su autoridad sobre las decisiones administradas desde los órganos del poder político y económico, esa es la gran transformación social que debiera desarrollarse. Lograr el reempoderamiento implica deshacerse de la actitud de indiferencia propiciada por la democracia representativa, carente de fórmulas para la participación, que solo designa a los ciudadanos la función de acudir a las urnas, deseando de inmediato que vuelvan al estado de sopor.
Las bases de esas transformaciones se deben planear en el terreno del sistema educativo, marcando objetivos claros que impulsen resultados lentos pero exponenciales. Es tiempo de desplazar el modelo educativo enraizado en los saberes memorísticos para extender otras formas de aprendizaje y formación integral de las personas, que contemple al individuo en su conjunto y contribuya al estímulo de sus potencialidades. Las tendencias de homologación personal, así como el desprecio de las singularidades humanas, se convierten en obstáculos que empobrece el principal yacimiento de riqueza que posee la sociedad: las capacidades de cada individuo.
No puede pasarse por alto el nivel de frustración de la juventud. La exacerbación lúdica recogida en las imágenes de Javier Izquierdo da signos de una huída a ninguna parte; seguramente porque no hay un lugar posible. Aplacar el dolor con alcohol y participar en un ritual colectivo de iniciación, puede que sea ese el modo antropológico de dar salida a un estado irretornable que conduce a la edad madura. Entre tanto algunos se quedarán por el camino, literalmente, otros puede que acarreen en sus vidas consecuencias de diferente índole y unos pocos, desde la barrera, comerciarán con esta explosión de júbilo conducida bajo patrones de consumo.
No anda escaso de razón Neil Postman cuando postula que, si bien hemos logrado obviar un mundo dominado por el fascismo temido por Orwell, estamos sin embargo inmersos en el peligro real de deslizarnos hacia un mundo, entrevisto por Aldous Huxley, en el que predomina el olvido y la irrelevancia. Orwell temía a quienes podían prohibir los libros, privarnos de información y alejarnos de la verdad, secuestrando nuestra cultura[2]. Huxley, sin embargo, temía que no hubiera razón para prohibir los libros, porque nadie quisiera ya leerlos, temía que tuviéramos tanta aparente libertad, que nos convirtiéramos en seres pasivos y egoístas; temía que la verdad se ahogara en un mar de asuntos irrelevantes; temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial.
[1] LYNCH, Kevin. La imagen de la ciudad. Gustavo Gili, Barcelona, 1984.
[2] GARCÍA NOBLEJAS, Juan José. Medios de conspiración social. EUNSA, Pamplona, 1997.
Algunas imágenes preferiríamos no verlas, pero eso no evitará que los hechos se sucedan. Nuestros resortes de autodefensa se conectan para evitarnos el mal trago de ver aquello que nos desagrada, las escenas que nos incomodan, las situaciones que se escapan al canon publicitario de una existencia perfecta y ortodoxamente feliz. Pero la realidad es persistente y se sobrepone, una y otra vez, hasta dejar patente su huella en nuestras retinas, queriendo tintar de normalidad su reflejo.
La creación de la imagen ambiental es un proceso bilateral entre observador y observado. Lo que él ve se basa en la forma exterior, pero la manera como interpreta y organiza esto, y cómo orienta su atención, influye a su vez en lo que ve. “El organismo humano es sumamente adaptable y flexible, y diferentes grupos pueden tener imágenes sumamente diferentes de la misma realidad exterior”.[1] En ocasiones una campaña publicitaria puede mostrarnos un entorno convertido en paraíso terrenal para legitimarse como destino vacacional, pero quizás lo que el turista encuentre sea el abismo por el que se precipitan las más básicas normas de convivencia y civismo. Así funciona la doble moral cuando el negocio entra en juego y así lo pone de manifiesto las imágenes de Javier Izquierdo. Nuestra cultura, a diferencia de otras, prefiere esconder el fracaso y disimular el error, por lo que nuestra evolución se convierte en una tarea complicada, pues es por medio de esos reconocimientos que lograríamos subsanar déficits que hace ya mucho que nos acompañan.