Yo tengo el dudoso privilegio de haber vivido de primera mano dos situaciones que ilustran lo que ocurre ahora, una vez más, en el PSOE, y lo que pasa a grandes rasgos en la política nacional e internacional y en la mayoría de medios de comunicación. La primera es el borrellazo, es decir, aquella inesperada y, para gran parte de la militancia socialista y de la izquierda, esperanzadora irrupción de Borrell como candidato a las primarias ante el que presentaba el aparato, Almunia. Era yo becaria en Radio Nacional en Madrid aquel sábado, 21 de marzo de 1998, y fue una suerte para mí que aquel notición para cualquier periodista del país se produjera en fin de semana, horas bajas informativas, pues de lo contrario seguro que no me hubiese tocado ser la responsable de que el anuncio del socialista entrara enseguida en el siguiente boletín horario, ni me hubiese enterado de las presiones políticas que sufrió aquel día la cadena pública, dentro de una serie de acontecimientos encadenados que dieron lugar a que en breve tiempo Borrell ganara las primarias y luego fuese desfenestrado, como es comúnmente sabido.
Voy a contar los detalles, no porque sea una abuela Cebolleta, sino porque así se verá mejor el nivel de la peligrosidad que la caverna veía en Borrell. La noticia llegó al boletín por los pelos, pues el nuevo candidato hizo el anuncio cuando quedaba poco para las señales horarias, más en aquella época en que los testimonios sonoros los extraíamos manualmente de una enorme cinta (parece mentira, pero la digitalización de los medios es muy reciente) que teníamos que cortar para seleccionar la parte que nos interesaba (de ahí que a esos testimonios de los protagonistas de las noticias se les llamen aún “cortes”).
Para más inri, el técnico encargado de hacerlo estaba en su rato de descanso y ajeno a las urgencias informativas se negaba a sacar el dichoso corte (cosas del poco personal en redacciones los fines de semana). Le tocó a la menda recién llegada tajar la cinta con precisión en un aparatoso aparatejo llamado Revox, temiendo porque mi poca experiencia en cuestiones técnicas hiciera que diésemos la noticia los últimos y mi capacidad profesional, siempre bajo sospecha en un becario, se viese cuestionada. Sudaba y me palpitaba el corazón, pero saqué el corte a tiempo para que el técnico de marras viniera tooodo lo despacio que podía mientras yo miraba el reloj del estudio que marcaba unos segundos para el boletín, se sentara en su silla y le diera por fin al botón que permitía que los locutores empezaran a contar el notición que abría ese informativo. A esta experiencia “traumática” le siguió otra enseguida, y será por ello que lo recuerdo todo perfectamente.
Cuando el corazón comenzaba a latirme a ritmo normal y mi autoestima ganaba enteros, el teléfono de la redacción sonó para que el director de Radio 5 nos dijera desde su casa (habitual ausencia de jefes gordos en redacciones en fin de semana) que por qué no habíamos llamado al PP para tener un testimonio que acompañara al de Borrell en el dichoso boletín. Apelaba a una supuesta balanza informativa que él en su fuero interno sabía absurda para cualquier periodista en nuestra situación: la noticia ese día, y más en ese primer momento, era Borrell. Lo dejamos medio satisfecho argumentando con criterio profesional que ya meteríamos las reacciones en siguientes boletines. “¡Ya me la he cargado!”, fue lo primero que pensé; lo segundo fue: “joder, sí que han llamado rápido los del PP a este para que nos presione”.
La segunda anécdota es más local pero se imbuye de pleno en las entrañas del PSOE, en concreto, de este partido en una ciudad mediana española donde estuve trabajando durante siete años (especifico que yo trabajaba en el partido, no en general en la ciudad mediana). Hace de esto nueve años y el lugar era feudo del PP; ahora ya no, no sé si porque se ha visto envuelta en la trama Púnica de la que, por cierto, ya yo tenía algún conocimiento. El caso es que el PP era imbatible allí y en toda la Comunidad Autonónoma y el PSOE local tenía que designar candidato a las elecciones, con multitud de movimientos y división interna en dos bandos (en realidad había más, pues se organizaban en cinco agrupaciones por zonas geográficas que disputaban entre sí). Al final acabaron en una candidatura, de consenso hacia el exterior pero con torpedos desde dentro. Eso sí, las Juventudes y la militancia de base lo apoyaba y también los zapateristas de la Comunidad y de Madrid.
Yo se lo advertí a aquel valiente, porque yo llevaba años viviendo aquel infierno de disensiones. Él venía del mundo universitario, aunque era militante desde joven, tenía prestigio profesional, ninguna mácula, estaba en la línea de un Zapatero que ya gobernaba en su primera y plácida legislatura, y tenía mucha ilusión y mucha inocencia, a pesar de ser muy inteligente, pues conocía el partido, pero creo que más le parecían disensiones democráticas arreglables que el verdadero Juego de Tronos que era. Tenía buena imagen en la sociedad y si ganaba, o al menos subían en concejales, muchos ganaban (los que iban en esos puestos de la lista electoral), pero si perdía o no subían, muchos tenían afilados los cuchillos.
La presión fue muy alta en la confección de esa lista electoral dentro de las luchas por cuotas de poder. Y voy a contar algo que pasó y nunca supo nadie del partido: aquel hombre me pidió en dos ocasiones que yo fuera candidata en puestos superiores de la lista; a mí, que nada había pedido nunca, que nunca había pertenecido a bandos, a mí, cuya misión primordial con sus antecesores había sido advertirles lo evidente: que las disensiones aireadas en prensa mediante filtraciones internas no eran una buena política de comunicación y que si fallaba la estructura del partido, la comunicación no servía para nada. Yo le dije que no las dos veces, pero me ofrecí para ayudarle yendo de relleno, en esos puestos del final de la lista que nunca salen elegidos y que nadie quiere ocupar.
Recuerdo perfectamente aquella larga noche de elecciones. Los resultados estaban casi al 100% escrutados y yo me había perdido el recuento porque mi hijo de 18 meses estaba en urgencias, pero el deber laboral me obligó a dejarlo en casa sobre las 12 de la noche después de toda la tarde en el hospital, con la fiebre, que había rondado los 40, ya más baja, y un diagnóstico de neumonía que asustaba a unos padres primerizos, a la vez algo tranquilizados porque no fuera de esas neumonías que requieren dejar al niño ingresado.
Lo cuento porque cuando iba a la sede del PSOE mi mente estaba más en mi pequeño que en el partido y mi cabreo de madre trabajadora con complejo de culpa era considerable. Sin embargo, la segunda cosa que tengo grabada de esa madrugada es la expresión del candidato cuando conoció los resultados, que tampoco eran malos para la potencia popular en aquellos lares y para un PSOE muy divido durante años y que lo había aireado en prensa: él había mantenido concejales y subido votos. Sin embargo, aquel hombre, justo en aquel momento, vio las caras de sed de su sangre de sus hermanos cainitas sin silla de regidor. Se encerró conmigo en un despacho, en un despacho en el que habíamos compartido muchas palabras sobre política y programa, y sobre campañas de prensa y publicidad innovadoras. Y con cara de derrota, no de derrota electoral, sino de la derrota de un hombre honesto con el corazón demasiado a la izquierda, me dijo, recordando mi advertencia de que el aparato era mucho aparato: “tenías toda la razón. Dile a los medios que ahora salgo. Dimito”. Los jóvenes intentaban entrar en el despacho y decirle que aguantara, que liderara la oposición, y los lobos callaban, seguros de que sus colmillos siempre se hunden bien en la carne honrada. Después de la dimisión, aún dijeron que se iba porque el universitario lo que quería era ser alcalde y no comerse el marrón de cuatro años de secano. Confieso que tuve muchas ganas de llorar, y ya no sabía si era por mi hijo, por el cansancio o por la caída de las utopías.
Y no digo yo, porque no lo sé, si Pedro Sánchez es lobo, cordero, o mediopensionista, pero sí digo que hoy el secretario general del PSOE de Orihuela, con su carta de dimisión, me ha traído a la memoria a aquel candidato en aquella noche, aunque al alicantino no lo conozco personalmente y no pondría ya la mano en el fuego por casi nadie.
Hoy, sin embargo, hay una diferencia sustancial. Entre entonces y ahora, ha pasado el 15-M y ha llegado Podemos y el penúltimo espectáculo del PSOE ha cabreado a mucho militante y a mucho votante. De lo que estoy segura, cuando veo lo que dice la gestora socialista y cuando veo que el PP pasa de mendigar abstenciones a inclinarse hacia terceras elecciones, es que la maniobra del conservadurismo y de la mayoría de medios, que al fin y al cabo es la maniobra del poder económico que ambos tienen detrás (véase el caso de Felipe González por no hablar siempre del PP), una vez más, como siempre, como ocurre no sólo en aquella ciudad de provincias, ni en aquel estudio de radio, sino como ocurre todos los días en todo este nuestro planeta, los poderosos llevan, otra vez, una batalla más ganada.