Imagínense que su hijo se lleva todos los días los juguetes al colegio por el miedo de perderlos si demuelen su casa. Ahora póngase en el lugar de un niño palestino o una niña palestina que todos los días sale de su chabola,a 50 grados, para poder ver, jugar, compartir sueños y conjurar miedos con otros niños que viven la situación de ahogamiento físico, económico y psicológico en mitad de una tierra inhóspita. Esto es el día a día que viven los beduinos en Palestina.
Estar en tu hogar, donde desarrollas tu vida y se generan tus vivencias más íntimas, sentir como a las 7 de la mañana te dan diez minutos para que abandones tu vida antes de que el ejército sin autoridad legal ni moral, arrase los apenas 100 metros donde se quedan tus recuerdos e hipotecan tu futuro. Demoler el pasado, el presente y el futuro.
Mientras esto sucede, tus hijos son testigos de la humillación de ser arrastrado fuera de tu hogar, no poder enfrentarte a aquellos que en unos minutos van a acabar con tu hogar, y además deberás pagar no sólo la demolición sino además el despliegue policial que ha venido a acabar con tu vivienda y con tu futuro.
Demoler una vivienda no es sólo acabar con cuatro paredes, es demostrar que el abuso de la fuerza es un arma más del asedio al pueblo palestino. Y mientras tanto, a pocos metros planificar urbanizaciones con casas, para la ocupación, que disponen todas las comodidades, fortificar el espacio, establecer pasos controlados por militares para restringir la libertad de movimientos y además demoler en cualquier momento y en cualquier lugar el hogar de una familia palestina sin que está pueda hacer nada, todo para que el expansión de los asentamientos judíos sigan avanzando inexorablemente.
Quizá la palabra que defina esta actuación es “desvertebrar”, romper el armazón que une y da conjunto a todo. Desvertrebar el territorio, las familias, la cultura, la lucha, romper los lazos, entre el presente y el futuro, entre el amor y la lucha, entre la esperanza y la injusticia.
Nuevamente los niños y las niñas son los más afectados, se les roba un presente seguro, se les somete a una presión psicológica que les hace acrecentar sus miedos e inseguridad, y además les hacen ser portadores de su vida, donde hasta los juguetes se convierten en extensión de su propia existencia.
A pesar de todo, cuando miras a los ojos a un niño o una niña palestino que acaba de dibujar su poblado en una cartulina y la escuela es el edificio más grande de todo el dibujo, que son eso, niños y niñas que sonríen, lloran, ríen y tienen el mismo brillo en los ojos que cualquier otro niño en cualquier parte del mundo. Esto es lo que he visto hoy cuando visitamos Abu Al-Nowwar Kinder garten, niños y niñas beduinos que tan sólo quieren jugar y ser libres en su propia tierra.
*Federico Buyolo, director general de Cooperación y Solidaridad