Los diarios de Max Aub: el socialista que escribe lo que le “dictan las orejas”

Lucas Marco

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El 2 de enero de 1939, en plena huida hacia Francia, el escritor Max Aub (París, 1903 - México, 1972) anota la primera entrada de su diario hacia el exilio. “Habría que plantearse si escribió diarios antes del exilio, pero parece que se han perdido”, explica el catedrático de la Universitat Autónoma de Barcelona Manuel Aznar Soler, editor de los monumentales Diarios 1939-1972 de Max Aub publicados por la editorial Renacimiento.

El autor de la serie novelística El laberinto mágico estuvo internado en varios campos de concentración franceses y encarcelado en la prisión de Niza. En el campo de concentración del estadio de Roland Garros, en París, el novelista reflexiona —el 15 de abril de 1940— sobre su oficio: “La escritura es cosa verbal. Todo escritor que no escribe en voz alta está muerto. Las cosas que se dicen por escrito las dictan las orejas. Se escribe con las orejas. Si falta una palabra no es la razón quien la quita: el oído”.

Max Aub fue internado en el campo el 5 de abril de 1940 tras una denuncia anónima. Un mes antes, el embajador de la España franquista en Francia, José Félix de Lequerica, había remitido una nota al ministro galo de Asuntos Extranjeros denunciando al escritor como “judío” y “comunista notorio con actividades peligrosas”, según el documento localizado en los archivos por el estudioso Gérard Malgat, autor de Max Aub y Francia o la esperanza traicionada (Renacimiento).

Gracias a la ayuda del cónsul del México en Marsella, Gilberto Bosques, Max Aub pudo ser liberado y embarcarse hacia México, país en el que residiría exiliado hasta su muerte. “El Gobierno mexicano se comportó de manera ejemplar con los republicanos españoles por orden del general Lázaro Cárdenas”, recuerda el especialista Manuel Aznar. Comenzaba así su etapa de trasnterrado, el concepto acuñado por el filósofo José Gaos.

El 12 de agosto de 1945, el escritor anota: “¡Qué daño no me ha hecho, en nuestro mundo cerrado, el no ser de ninguna parte! El llamarme como me llamo, con nombre y apellido que lo mismo pueden ser de un país que de otro (...) El agnosticismo de mis padres —librepensadores— en un país católico como España, o su prosapia judía, en un país antisemita como Francia, ¡qué disgustos, qué humillaciones no me ha acarreado! ¡Qué vergüenzas! Algo de mi fuerza —de mis fuerzas— he sacado para luchar contra tanta ignominia”. 

Los diarios reflejan la primera etapa mexicana, acuciado por las penurias económicas y muy pendiente de los acontecimientos en el mundo. Max Aub, republicano negrinista, relata su difícil relación con el exilio comunista y las batallas internas de los perdedores de la Guerra Civil. “En los diarios refleja claramente ese dolor por la falta de entendimiento con los amigos comunistas”, sostiene el editor de la obra.

El escritor reniega del falso dilema de la Guerra Fría y se sitúa en una suerte de tierra de nadie entre los dos bloques enfrentados: “Ser liberal en este mundo de hoy es algo así como empeñarse en hablar latín en un almacén de novedades de capital norteamericano”, escribe el 11 de marzo de 1948.

Max Aub deja anotada una definición de su interpretación del socialismo el 29 de julio de ese año cuando escribe a una de sus hijas. “Carmen: mañana cumples doce años. No puedo hacerte ningún regalo porque no tengo dinero. Te lo digo por escrito para que te sea menos pesado. Lo único que te deseo es que vivas en un mundo en el cual, cuando tu hijo cumpla doce años, no sea un problema no tener dinero para hacerle un regalo”.

A pesar de todo, “uno de los privilegios del exilio republicano es que no viven en la España de Franco y pueden intervenir en los debates más importantes de la época con libertad de expresión”, señala Manuel Aznar, que ha incluido en el libro la credencial de Max Aub como cronista del diario mexicano Excelsior. El escritor se buscó la vida con colaboraciones en adaptaciones cinematográficas o traducciones.

El volumen también recoge las impresiones de Max Aub de sus viajes, especialmente a Europa pero también a Cuba —con una revolución “más cubana que marxista” a la que su hija Elena aparece muy ligada— y a Israel (“una teocracia”, escribe el 22 de febrero de 1967). “Allí se siente español y mexicano, no se identifica con el sionismo”, explica Manuel Aznar.

El novelista, asiduo lector de la Nouvelle Revue Française, también reseña sus encuentros en el Hexágono con escritores como Jean-Paul Sartre o Albert Camus, sobre cuya repentina muerte anota el 4 de enero de 1960: “Era humilde, modesto, tímido, siempre sacó fuerzas de flaqueza para defender la verdad. Más español, todavía, por la guerra”. 

Sin embargo, el escritor francés con el que mantuvo una relación más cercana fue André Malraux, con quien había participado en el rodaje, en plena Guerra Civil, de la película Sierra de Teruel, de la que fue ayudante de dirección y encargado de la traducción del guión. “En todos los viajes, en cuanto llega a París, la primera persona que ve es André Malraux, continuamente aparece en los diarios”, dice Manuel Aznar. Max Aub siempre “antepone la amistad por encima de todo”, apostilla, incluso cuando su amigo, ministro de Cultura del general De Gaulle, expresa su postura ante la revuelta estudiantil y obrera de Mayo del 68.

El país de origen del exiliado aparece irremediablemente en el conjunto de los diarios. El retorno a la España franquista en 1969, relatado en La gallina ciega, fue una experiencia “muy amarga”, según Manuel Aznar.

Además de hallar su biblioteca robada por el régimen en 1939 y de reencontrarse con amigos como el poeta Juan Gil-Albert, Max Aub traza un retrato “feroz” de los estudiantes antifranquistas con los que se topa (especialmente en la librería Viridiana de Valencia de donde “sale muy decepcionado”). Una idea “muy radical y particularmente injusta sobre la juventud estudiantil española”, apunta el editor de los diarios y de la última edición de La gallina ciega, también publicada en Renacimiento.

El volumen incluye las minuciosas notas a pie de página de Manuel Aznar, una auténtica guía de personajes, y reúnen fragmentos dispersos publicados anteriormente, además de textos inéditos. Su publicación prosigue la reivindicación de Max Aub, cuya fundación con sede en Segorbe alberga el valioso archivo del novelista, como uno de los autores más importantes del exilio republicano. Recientemente se ha estrenado el documental interactivo, dirigido por Elisa Ferrer, con su colección de libros confiscado por el franquismo como brújula.

Manuel Aznar, uno de los especialistas más destacados, está “impresionado” con la “Internacional maxaubiana”. “Me han invitado a un congreso en Italia al que asisten jóvenes hispanistas italianos que han publicado cosas o hacen sus tesis doctorales sobre Max Aub, hay un interés por su obra en todo el mundo”, concluye.