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Turismo con pedigrí cultural en El Carme
¿Puede el turismo convertirse en un valor agregado para la vida de los valencianos? El escepticismo salta, acostumbrados a la masificación veraniegas y en una época donde la palabra gentrificación ocupa las conversaciones de comerciantes tradicionales y de los que buscan viviendas. En cambio, es la apuesta para los impulsores de Convent Carmen, un proyecto cultural y gastronómico novedoso en el antiguo Convent de Sant Josep, en Valencia.
La apuesta es alta. El antiguo convento fue erigido en 1609 en una puerta de entrada del barrio de El Carme, en la plaza del Portal Nou. Y durante 400 años nadie había visto el frondoso jardín que escondían sus muros altos y el voto de clausura de las Carmelitas Descalzas. Hace diez años el empresario Paco Roig compró el recinto para hacer un hotel pero no llegó a ponerse manos a la obra por un litigio con la Conselleria de Cultura. El edificio tiene cierto grado de protección.
Ahora, la familia Burdeos-Andreus, interproveedores de Mercadona con la marca Bosque Verde, está impulsando esta nueva iniciativa cuyo primer foco está en el entretenimiento cultural. La iglesia, una capilla barroca del siglo XVII, ofrecerá conciertos, exposiciones de arte y otras manifestaciones artísticas que prácticamente se extenderán hasta el patio, un antiguo huerto de 2.000 metros cuadrados con pozo, alberca y palmeras centenarias donde han ubicado un mercado gastronómico que ofrecerá más de 120 platos de todo el mundo en cuatro food trucks.
La rehabilitación es mínima, han querido dejar “las arrugas del edificio” en palabras de Francisco Mañez, de Paso Siguiente, la promotora del complejo que ya dirige el Hotel Marqués de Caro, un palacio gótico rehabilitado desde el respeto al patrimonio. Aquí también habrá un hotel, pero no estará listo hasta 2020. El centro cultural abre las puertas el 27 de septiembre.
“Queremos superar el enfoque turístico habitual, ese que ahora se está cuestionando tanto, y crear espacios para que la ciudadanía se apropie de ellos. Si algo funciona entre la gente local, el turista querrá ser local”, explica Mañez. Su socio, JuanMa Sánchez, lo complementa: “Durante muchos años Valencia ha sido una ciudad con muchas ínfulas que maltrataba a su sociedad, ahora empiezan a suceder cosas que impactan en la ciudadanía y nosotros nos queremos sumar a eso”.
De momento, este octubre será una de las sedes de Intramurs, el festival de arte en el centro de la ciudad donde el público participa en las obras, y prometen un otoño movido culturalmente, con actividades programadas por dos periodistas reconocidos en el área: Quique Medina y Vicent Molins.
Su negocio, de momento, será vender comida y bebida. Y a partir de 2020 prevén inaugurar la parte habitacional. El convento no tiene mayor valor arquitectónico, porque resultó muy dañado en la riada y ahora es un edificio bastante anodino de los 70, eso sí, con una terraza con una gran potencialidad. La rehabilitación corre a cargo del mismo reconocido diseñador catalán, Francesc Rifé, que está adaptando la capilla y el patio.
Han proyectado un espacio donde, entre la proliferación de pisos turísticos y hoteles boutiques, aspira a encontrar su diferenciación en el pedigrí cultural.
Los empresarios químicos Burdeos-Andreu se suman así a las iniciativas de mecenazgo cultural que ya tienen otro interproveedor de Mercadona, la familia Soler-Lloret (Deliplus), y la Fundación Hortensia Herrero, esposa de Juan Roig.
¿Puede el turismo convertirse en un valor agregado para la vida de los valencianos? El escepticismo salta, acostumbrados a la masificación veraniegas y en una época donde la palabra gentrificación ocupa las conversaciones de comerciantes tradicionales y de los que buscan viviendas. En cambio, es la apuesta para los impulsores de Convent Carmen, un proyecto cultural y gastronómico novedoso en el antiguo Convent de Sant Josep, en Valencia.
La apuesta es alta. El antiguo convento fue erigido en 1609 en una puerta de entrada del barrio de El Carme, en la plaza del Portal Nou. Y durante 400 años nadie había visto el frondoso jardín que escondían sus muros altos y el voto de clausura de las Carmelitas Descalzas. Hace diez años el empresario Paco Roig compró el recinto para hacer un hotel pero no llegó a ponerse manos a la obra por un litigio con la Conselleria de Cultura. El edificio tiene cierto grado de protección.