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Joan Miró asesina la pintura en el IVAM
En el año 1927, el crítico de arte francés Maurice Raynal recogió por primera vez unas declaraciones que definirían, por sí solas, gran parte del trabajo de Joan Miró a partir de los años treinta: “Je veux assassiner la peinture”, confesaría el pintor, escultor, grabador y ceramista catalán. Toda una declaración de intenciones que venían a condensar en cinco palabras su transformación como artista. La experimentación que llevaba a cabo con la idea del antiarte y la poesía que dadaístas y surrealistas entendían como un estado mental, y no como un conjunto de versos. Como una mera fórmula de arquitectura verbal.
A pesar de este impulso de asesinar la pintura, Miró utilizó hasta prácticamente su muerte, recursos plásticos y pictóricos de todo tipo. Pintó de manera ininterrumpida casi cuarenta y cinco años. Algunos cuadros los quemaba, otros los rasgaba, pero el artista hizo miles de dibujos y cientos de pinturas: solo la fundación que lleva su nombre tiene a su cargo 217 pinturas, unos 8.000 dibujos y casi toda la obra gráfica, además de 178 esculturas, 9 textiles y 4 cerámicas que la mayoría de las veces dibujaba antes. Se estima que la colección contiene más de 14.000 obras, sin contar las que se encuentran desparramadas por todo el mundo, ya sea en el MoMa de Nueva York, en la National Gallery de Washington; en el Philadelphia Museum of Art o en el Centre Pompidou de París. Contradicciones.
Las mismas que expresaba cuando hablaba de su arte o mostraba la documentación rigurosa y la preparación metódica, calculada y organizada que utilizaba para expresarse. Pero que, al ponerse manos a la obra se dejaba llevar por el caos imaginativo y el deseo irrefrenable de experimentación. Joan Miró. Ordre i desordre explora estas contradicciones con la primera gran exposición dedicada monográficamente a su obra en Valencia, una carencia que el IVAM ha querido solucionar.
Del pintor antiacadémico al grafitero
Joan Miró. Ordre i desordre se inaugura el 15 de febrero de 2018 y, no obstante, ya tiene dos años de vida. Nació en 2015, cuando Joan Maria Minguet Batllori, doctor en historia del arte y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, fue invitado a dar una conferencia en el marco de la muestra “Construint nous mons”, que ofrecía una relectura del arte del siglo XX de acuerdo con la colección permanente del IVAM. Una de las primeras acciones de José Miguel G. Cortés como nuevo director de la institución después de la dimisión de Consuelo Císcar, imputada por presuntos delitos relacionados con su gestión a la cabeza del ente.
Con la doble esperanza de volver a situarse como referente museístico del arte moderno nacional e internacionalmente, y recuperar parte del prestigio que desgraciadamente ha perdido la última década, Cortés tenía un reto importante. Por las paredes del IVAM se han podido ver exposiciones de Antonio Saura, Sorolla, Juan Gris, Picasso o las vanguardias europeas. Pero Miró, por lo que fuese, aún no había tenido su oportunidad, a pesar de ser una de las figuras fundamentales del arte del siglo XX.
“Éramos conscientes de esta carencia: Valencia no había tenido una exposición monográfica de Miró”, nos explica Joan M. Minguet, comisario de Ordre i desordre. “Era un hecho que resultaba curioso y extraño, dado que Tomás Llorens –uno de los impulsores del IVAM que no llegó a inaugurar el centro porque asumió la dirección del Reina Sofía– es uno de los expertos más reconocidos de Miró internacionalmente... seguramente una exposición dedicada al artista se hubiese podido plantear antes, pero no lo hicieron por lo que fuese. Entonces, después de aquella conferencia de hace dos años, me lo pidieron. Avisándome, eso sí, de que tendríamos limitaciones importantes de dinero. Lo acepté inmediatamente como un reto”, confiesa Minguet.
“A partir de aquí empezaron dos años de buscar obras que queríamos, pero no encajaban, u obras que encajaban, pero no nos dejaban...”, explica Minguet. Esta exposición la forman 200 obras entre pinturas, esculturas, dibujos y carteles, incluso piezas vinculadas a las artes escénicas y el teatro, procedentes instituciones de toda Europa. “Es un juego muy complicado, pero que, al mismo tiempo, es interesante porque, al no conseguir una obra, tienes que buscar un otra que representa lo que quieres. Podría ponerme dramático y decirte que conseguir lo que ves ha sido muy duro, a ver si así me pagan más, pero estaría mintiendo muy mal”, bromea el comisario de la exposición.
“Yo soy profesor de universidad y, comparado con mi trabajo, comisariar es una cosa muy difícil, pero no una cosa dramática. Tienes una idea teórica que debes conjuntar en un recorrido visual en el que cada uno verá una cosa distinta. La exposición es un arte performativo, lo que pasa es que quien se mueve no es ningún actor, es el visitante del museo”, nos explica Joan M. Minguet, doctor en historia del arte.
Joan Miró. Ordre i desordre plantea un recorrido por cinco salas con un discurso contradictorio, pero estimulante, hacia la obra del artista. La primera, engañosamente, aborda los primeros años de un Miró académico que intentaba adaptarse al arte figurativo, sin conseguirlo. “Basándonos en lo que vemos al principio, se podría pensar que aquellos cuadros los ha pintado cualquiera. Nos muestran que es un artista que viene de la formación clásica, pero con un factor que encuentro muy interesante: Miró pasó por tres academias, pero fue un fracaso. ¿Por qué? En cualquier academia te dirán que el oficio es fundamental, pero para Miró no lo era”.
A partir de entonces, una frase del propio artista tatuada como una consigna en las paredes, nos prepara para lo que viene después: “Naturalmente, solo he necesitado unos segundos para trazar con el pincel esta línea. Pero he necesitado quizá años de reflexión para concebirla”, decía Miró. Después de su primera exposición, donde no vendió ni un solo cuadro y recibió el desprecio más absoluto de la crítica, marchó a París y se deshizo de la tradición que le habían enseñado hasta entonces. Dejó ir los referentes y, con el orden del oficio aprendido, creó el desorden de su lienzo en blanco.
Según este choque de conceptos, las siguientes salas emprenden un viaje hacia la progresiva experimentación con su obra pictórica. Después, hacia la cada vez mayor indisciplina hacia el arte clásico, con una serie de telas quemadas que hizo para una exposición de 1974, la voluntad de asesinar la pintura, las vertientes teatrales, poéticas y rupturistas, o su voluntad de trasladar el arte a la calle, traduciendo en grafitis y carteles sus compromisos políticos.
Todo, no obstante, dispuesto de forma poco ortodoxa. Por ejemplo, en la cuarta sala encontramos una proyección del documental de Pere Portabella Miró, l’altre, para el cual el artista Carles Santos compuso una melodía alucinada. “En una exposición normal, digamos un recorrido canónico, este ruido debería estar con cascos. Aquí en cambio, el sonido contamina todas las salas, molestando a los más puristas. Este sonido nos sitúa en el año 69, nos retrotrae a un ambiente y un estado creativo concreto”, explica el comisario.
La mismo pasa con una de las joyas de la corona, una colección de carteles de Miró caótica e inmersiva, parte de los cuales se encuentran empapelando las paredes. “Cuando lo enseñé a los compañeros me dijeron ‘eso es muy atrevido: no sé si me gusta o no’, que es otro modo de decir que no te gusta. Pero para mí, si ha provocado esta sensación de sorpresa, ya ha cumplido su función”, asegura Minguet.
“En muchas exposiciones monográficas de este tipo parece que tengas que domesticar al espectador, pero yo opino lo contrario: el espectador debe ser salvaje y debe tener ganas de discutir con la obra de Miró”, concluye el comisario de la exposición. Joan Miró. Ordre i desordre propone otra forma de acercarse a la figura del artista catalán, empleando inteligentes juegos expositivos contradictorios, extraños, pero sin duda, estimulante. Se podrá ver en el IVAM del 15 de febrero al 17 de junio.
En el año 1927, el crítico de arte francés Maurice Raynal recogió por primera vez unas declaraciones que definirían, por sí solas, gran parte del trabajo de Joan Miró a partir de los años treinta: “Je veux assassiner la peinture”, confesaría el pintor, escultor, grabador y ceramista catalán. Toda una declaración de intenciones que venían a condensar en cinco palabras su transformación como artista. La experimentación que llevaba a cabo con la idea del antiarte y la poesía que dadaístas y surrealistas entendían como un estado mental, y no como un conjunto de versos. Como una mera fórmula de arquitectura verbal.
A pesar de este impulso de asesinar la pintura, Miró utilizó hasta prácticamente su muerte, recursos plásticos y pictóricos de todo tipo. Pintó de manera ininterrumpida casi cuarenta y cinco años. Algunos cuadros los quemaba, otros los rasgaba, pero el artista hizo miles de dibujos y cientos de pinturas: solo la fundación que lleva su nombre tiene a su cargo 217 pinturas, unos 8.000 dibujos y casi toda la obra gráfica, además de 178 esculturas, 9 textiles y 4 cerámicas que la mayoría de las veces dibujaba antes. Se estima que la colección contiene más de 14.000 obras, sin contar las que se encuentran desparramadas por todo el mundo, ya sea en el MoMa de Nueva York, en la National Gallery de Washington; en el Philadelphia Museum of Art o en el Centre Pompidou de París. Contradicciones.