ENTREVISTA — Director del Museo de Bellas Artes de Valencia

Pablo González Tornel: “La desacralización de los museos es fundamental”

Laura Martínez

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Pablo González Tornel (Valencia, 1977) cumple este septiembre dos años como director del Museo de Bellas Artes de Valencia. Profesor en la Universitat Jaume I de Castellón, sus trabajos de investigación han versado sobre la historia del arte valenciano, la fiesta como construcción cultural y los usos y funciones de la imagen durante la Edad Moderna. Autor de una decena de libros y doce proyectos de investigación, llegó a la dirección del museo por concurso, sustituyendo a Carlos Reyero, con un ambicioso proyecto para la institución.

González Tornel trabaja para que el museo gane autonomía en su gestión, una reivindicación histórica de la institución, pero también para abrirlo a la ciudad, derribando sus barreras físicas y culturales. Licenciado en Historia del Arte por la Universitat de València y doctor por la Universitat Politècnica de València, plantea un plan de peatonalizaciones que aspiran a conectar el edificio con Viveros y con los jardines del Turia, mientras aboga por “desacralizar los museos” e introducir elementos de mediación para hacer accesible la cultura. “Algo hemos hecho mal si los museos se convirtieron en santuarios, en un lugar donde uno entra, baja los ojos y se calla”, apunta.

En conversación con elDiario.es, el responsable de la máxima institución de arte clásico valenciana detalla las nuevas adquisiciones, que se nutren del legado Gerstenmaier, la colección del Banco Sabadell o la reciente adquisición de 73 piezas de la colección Lladró, con Sorolla como protagonista de cara a su centenario.

Es el director más estable de los últimos años en el Museo de Bellas Artes. ¿Cómo se ve?

Creo que está siendo uno de los periodos más enriquecedores de mi carrera profesional. Hay una parte de este trabajo inherente a las tareas de dirección que es la gestión de equipos, la coordinación de personal, que es probablemente la parte en la que más he aprendido. Estoy feliz con el personal de este museo, aunque sea reducido. Gracias a ese funcionamiento y a la coordinación con la Conselleria de Cultura, con Presidencia de la Generalitat y con el Ministerio de Cultura hemos conseguido muchas cosas. En general el balance de estos dos años es muy positivo.

Ya conocía la institución porque llevaba tiempo trabajando con ella. ¿Ha podido hacer lo que esperaba en estos dos años?

La conocía desde el punto de vista externo. Había tenido vinculación como comisario de exposiciones, relaciones de tipo científico, algunas conferencias... Pero no había experimentado el trabajo diario. Yo presenté un proyecto pensado para un mínimo de cinco años y creo que vamos en el buen camino, que el museo ha ganado en autoestima. Hay más visibilidad del museo y eso hace que nos sintamos más fuertes y orgullosos. Todavía queda muchísimo por hacer, pero de momento hemos trabajado en ponerlo donde creíamos que debía estar. Ahora hace falta dotarlo de una estructura que perdure más allá del cambio de las direcciones en el museo, que establezca las pautas para una institución potente culturalmente, independiente en las decisiones que toman sus técnicos, un presupuesto acorde a las necesidades y dimensiones y una estructura de personal que nos permita funcionar con mayor agilidad y con mayor atención a las colecciones.

¿Esa estructura requiere de una ley?

No necesariamente, pero sí de algún tipo de instrumento jurídico que articule la manera de estar de este museo en la administración y en el mundo. Es un museo de titularidad estatal y de gestión transferida, lo que por sí mismo no tiene que significar un problema, pero hay que diseñar las estructuras pensando también en los peores tiempos. Si creemos que las decisiones artísticas y técnicas se deben tomar desde el propio museo, hay que ponerlo sobre el papel. Tiene que estar claro que esta institución tiene autonomía. Puede ser con una ley o no.

Hemos trabajado mucho en pensar cómo debería ser el museo en el futuro y con la buena sintonía que hay con la conselleria, el ministerio y Presidencia, confío en que podamos llevar adelante algo que no está exento de complejidad. Desde que se hizo el convenio de 1984 por el que se transfieren las competencias en Cultura no se ha llegado a una conclusión satisfactoria.

En una entrevista reciente, la consellera de Cultura, Raquel Tamarit, apuntaba que quizá el modelo a seguir fuera el del IVAM.

El modelo del IVAM no es posible. Se trata de un museo de nueva creación que nace como entidad autonómica y en democracia. El IVAM tiene una ley fundacional, el Museo de Bellas Artes existe desde 1837.

Creo que se refería más bien a no ser un servicio de la conselleria...

Eso es verdad. El Museo de Bellas Artes no debe ser un servicio, es cierto, pero no puede ser exactamente como el IVAM. En ese caso, la titularidad del edificio y de las colecciones es autonómica; en el Museo de Bellas Artes de Valencia el titular del edificio es el Estado y de las colecciones es variado, pero buena parte es estatal. Probablemente el sistema no sea una entidad de derecho público, que las administraciones están tendiendo a reducir; el sector público instrumental crea espacios casi autogestionados como empresas en las que rige el derecho privado.

El organismo que gestione el Museo de Bellas Artes de Valencia debería orientarse a ser un ente autónomo administrativo, con personal funcionario y sin dejar nunca de formar parte de la estructura de la Administración de la Generalitat Valenciana. En cualquier caso, toda modificación del estatuto actual deberá ser una solución dialogada entres administraciones y diseñada desde el conocimiento profundo de las colecciones del Museo y del funcionamiento de la institución, algo que conocemos solo los técnicos especializados en arte y museología que trabajamos en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

Además de la autonomía del museo, ¿qué le queda para completar ese proyecto a cinco años? Este ultimo año ha habido un incremento de fondos considerables, de aportación de colecciones privadas...

Prefiero no establecer límites temporales. En el sentido positivo de la palabra ambición, creo que cuando uno se enfrenta a retos como el Museo de Bellas Artes mi obligación es establecer un objetivo ambicioso de máximos y dejar ese camino más avanzado de lo que estaba para la persona que se encargue de la institución después de mí. Creo que hay un componente de tipo estructural que se divide en tres aspectos: la dotación de una personalidad jurídica propia, la dotación de personal adecuado para llevar adelante esa gestión -capitaneada por técnicos en Historia del Arte y Museología-, y la dotación de un presupuesto adecuada tanto a las colecciones como a la proyección del museo y su personal. Van las tres aparejadas y han de trabajarse de forma conjunta. Es impensable un museo con mayor autonomía sin personal para gestionarlo.

El tema presupuestario está vinculado a este camino por el que pretendo llevar el museo. Pedir presupuesto a administraciones distintas a la Generalitat Valenciana mientras el museo no tenga su propio presupuesto no es viable, no hay dónde ingresarlo. El museo carece de CIF propio, de capacidad de gestión de su patrimonio económico, y el Ministerio carece la capacidad de hacer aportaciones directas. Una vez la tenga, podremos pedir más presupuesto y reclamar que otras instituciones contribuyan. Ahora mismo operaciones tan sencillas como un crowfunding o la venta de catálogos no puede hacerse porque no tenemos capacidad para gestionar dinero.

¿Hablaron de esto con el ministro de Cultura, Miquel Iceta, aprovechando su visita este lunes?

Bueno, no era una reunión, era una visita. Considero muy importante que viniera. Es una persona encantadora y, en una conversación distendida, comentó cómo le había recordado al Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa, que este le había parecido un museo a la altura de un museo nacional. Tiene colecciones excepcionales esta casa. Este es un fantástico primer paso en la relación con un ministro que ahora conoce bien las colecciones que el museo alberga. Antes de eso, la relación siempre ha sido buenísima con la Dirección General de Bellas Artes y la subdirección general; hablamos y nos vemos con fluidez.

Otro de los temas recurrentes es la ampliación del museo. ¿En qué punto se encuentra? Porque en este caso, el ministerio sí tiene capacidad de acción, como gestor del edificio.

En el convenio de 1984 no aparece del todo definido el reparto de atribuciones de las distintas administraciones, pero la interpretación habitual es que la gestión ordinaria es asumida por la Generalitat Valenciana, y el Ministerio de Cultura se encarga de la gestión extraordinaria, interviene con obras de gran calado que afecta a la infraestructura. La última de ellas, la fase V, fue una intervención de 10 millones de euros para restaurar el edificio claustral barroco.

El ministerio también asumirá ahora el saneamiento del entorno. La localización del museo es excepcional: en la margen del río, en uno de los jardines más singulares de Europa; forma parte de la fachada monumental de la ciudad, al otro lado del río, su muralla tradicional, formado por los conjuntos monumentales del Colegio Seminario de San Pío V y el Monasterio de la Trinidad, y que tiene su continuidad en los Jardines de Viveros y el Paseo de la Alameda. El Museo tiene una visión de la ciudad y desde la ciudad excepcional, su problema es la red viaria que lo rodea.

En la intervención sobre el entorno del museo deben distinguirse dos temas: uno es la trasera, delimitada por la Volta del Rossinyol y la linde del museo con los Jardines del Real. Se había ido tabicando para proteger el edificio sin un planteamiento claro. Ahora el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento de Valencia, titulares del suelo y agente urbanizador, han intentado encontrar la mejor solución para el barrio y para el museo. Así se ha decidido hacer una permuta en el suelo y un cambio de uso: la linde del museo con la Volta del Rossinyol pasa a ser suelo municipal y vía pública; por contra, el Ayuntamiento da al museo un fragmento que era un jardín, hasta Viveros, que se convierte en suelo cultural-educativo. Con la obra se demolerá el muro perimetral, con algunos cambios para facilitar la carga de obras, que será beneficioso para el barrio. Se va a priorizar la circulación peatonal y se ajardinará la parte trasera, además de lo que queda entre el museo y Viveros. Ahí tenemos suelo disponible y, si en algún momento se planteara el crecimiento edilicio del Museo, tendría que ser en esa dirección, si queremos mantener la unidad edificada.

¿Lo plantea a corto plazo?

No. De momento, hay que ser realista. Estamos trabajando en facilitar la reforma del entorno, que va a ser una inversión del ministerio. Después de la fase V, que ha costado 10 millones, y de esta, que son otros 2 millones, creo que no es el momento de pedir un nuevo edificio. Pero siempre hay que trabajar antes para cuando surja la oportunidad.

¿El ministerio ha presentado el plan museográfico?

El plan de acciones del ministerio es un plan de acciones consecutivas. Se trataba primero de restaurar el edificio barroco, después el entorno y después la museografía. Hasta que no se ha llegado a un acuerdo, que ha sido hace diez días, no se ha podido poner en marcha el proyecto de ejecución de la reforma del entorno, que tiene que salir a concurso. Cuando eso acabe, se iniciará un proceso similar para la museografía. Vamos paso a paso.

Por cerrar con el entorno. ¿Hay algún plan para la carretera que separa el antiguo cauce del Turia del Museo?

Hay muy buena voluntad por parte de la concejalía de Urbanismo, de Sandra Gómez, y la de Movilidad, de Giuseppe Grezzi, para solventar la relación del museo con la ciudad. El problema fundamental para la integración es que cuando se realizó el diseño de vialidad de la ciudad, las rondas se interpretaron como vías rápidas de comunicación, incluyendo la que sustituye al trazado de las murallas. En ninguna ciudad europea hay una autopista bordeando el casco histórico. El modelo Valencia fue el de fomentar la mayor agilidad del tráfico rodado, pero eso no es un modelo sostenible ni del siglo XXI, que siempre debe priorizar la circunvalación de la ciudad histórica y las zonas residenciales.

Debemos asumir que la mejora de las ciudades implica la pérdida de algunas comodidades para los usuarios, pero las ganancias son muchas más. Además, es normativa europea y los índices de contaminación de este tráfico no son viables. La margen del río es Bien de Interés Cultural, por los puentes y por el encapsulamiento del río; los paredones de piedra y los puentes son obras públicas que, en algunos casos, se datan en el siglo XV. Se debe hacer un estudio de circulación privada y de transporte público que, sin obstaculizar el acceso de la ciudadanía a las viviendas y puestos de trabajo, haga que quienes quieren atravesar la ciudad no elijan la margen del río. Lo ideal sería buscar el nivel máximo posible de peatonalización entre el museo y el río, si se puede desviar el transporte público, de forma que la acera del museo se ensanche y se pueda crear sensación de plaza. Es importante también porque la entrada principal al museo no es accesible, y eso no se puede permitir.

Pasemos a los fondos. Han incorporado una parte de la colección del banco Sabadell, hay un acuerdo con Lladró y varias incorporaciones de Sorolla. ¿Qué significan estas aportaciones para el museo?

Las acciones que llevamos a cabo desde hace dos años, por lo que respecta al incremento de colecciones, tanto permanentes como de larga duración, siempre están orientadas a dos aspectos: potenciar fortalezas y subsanar debilidades. Potenciar fortalezas significa, en el caso de la adquisición de la colección Lladró, reforzar el discurso de los cuarenta lienzos de Sorolla que el museo posee, con siete más, de forma que el museo sea referencia internacional sobre aquellos autores de los que debe serlo. La gente que investigue pintura valenciana o que disfrute de la pintura valenciana tiene que tener claro que el lugar es el Museo de Bellas Artes de Valencia.

¿Quizá ahora, en el caso de Sorolla, la referencia sea la casa-museo en Madrid?

Depende. Con respecto a Joaquín Sorolla, el Museo Sorolla siempre va a ser el centro neurálgico de referencia porque es un museo monográfico, nace de una donación y con una fundación anexa; es un caso excepcional. Es un legado que la familia se encargó de vincular. Tenemos una excelente relación. Pero más allá de la casa-museo, el Bellas Artes de Valencia debe ser el siguiente, debe ser un museo de referencia.

Lo mismo tiene que ocurrir con pintores como Juan de Juanes, Juan Ribalta, Pedro Orrente o José Ribera, que es un pintor de relevancia internacional, la estrella máxima de la pintura napolitana, pero que es nacido en Xàtiva y se forma en Valencia, probablemente en el taller de Ribalta. Con la compra de la colección Lladró, entran en los fondos públicos dos lienzos de Ribera.

Pero, además, nunca hay que olvidar que el Museo de Bellas Artes de Valencia no es un museo que narra la historia del arte local, ni es un museo local; es un museo de relevancia internacional cuya ambición es ser capaz de narrar la historia del arte universal haciendo especial hincapié en cómo encaja el arte valenciano en ese arte universal. Con esa ambición, el museo debe tender a llenar esos huecos en la línea de desarrollo universal de la historia del arte. El legado Gerstenmaier que llegó al museo el año pasado venía a llenar un hueco fundamental: teníamos una colección de pintura italiana del barroco muy buena, una española muy buena, pero teníamos muy poca pintura flamenca. El legado, que está íntegramente formado por arte flamenco, llena ese hueco; podemos hacer una narrativa que las ponga en diálogo, tenemos un panorama global.

Otro ejemplo. El Museo posee un buen discurso sobre pintura barroca española: Velázquez, Ribera, Murillo, Alonso Cano... pero no tenía obra de Zurbarán. Con la colección Lladró entran dos obras: una virgen de meditación y un cristo crucificado. Estas intervenciones van llenando huecos y creando un discurso redondo.

Y luego hay otras necesidades que no son de tipo cronológico. Por ejemplo, es una obligación, siempre con criterios científicos, incorporar obras de arte pintadas por mujeres. En la colección Lladró hay una pintura maravillosa de la artista lombarda del barroco Margarita Caffi, una naturaleza muerta, que también llena esos huecos.

Le iba a preguntar cuál debería ser la relación del museo con los artistas valencianos...

De investigación, conocimiento y puesta en valor. Y, porqué no decirlo, de orgullo por la brillante historia artística de esta tierra.

En 2023 se celebra el centenario Sorolla. ¿Qué tienen pensado?

Cuando estuvimos trabajando con Presidencia en la adquisición de la colección Lladró uno de los elementos que nos interesó fue que, si bien durante el año Sorolla se realizarán acciones efímeras, con esta adquisición llevamos a cabo una acción estable. No creo que haya muchos más momentos en los que las instituciones compren siete Sorollas, uno de ellos descomunal, entre los que hay desde pintura costumbrista a paisajes. Esto nos permite fortalecer el discurso sobre Joaquín Sorolla. Además, en el Museo estamos trabajando en el diseño de una programación completa que vincule las exposiciones temporales durante 2023 con Sorolla de forma continua. Que la principal institución de arte clásico de la Comunitat Valenciana sea una celebración constante de Sorolla. Una es la exposición 'Sorolla: orígenes', coproducida con la casa-museo, pero sobre el resto, de momento, no puedo avanzar más.

Parece que hay buena relación institucional.

Presidencia tiene una sensibilidad enorme hacia la cultura. Y la consellera era antes secretaria autonómica de Cultura, lo que ha facilitado una relación constante y fluida, como lo es con el nuevo secretario autonómico. Estamos todos a gusto trabajando.

¿Cómo es la relación con el resto de museos?

En lo personal la relación es muy buena. Con José Luis Pérez Pont, responsable del Consorci de Museus, o con Nuria Enguita, directora del IVAM, fantástica. Nos apoyamos mutuamente, nos hacemos consultas... Somos muy conscientes de que cada institución tiene su especificidad, de manera que intentamos no meternos en el terreno del otro. Limitamos los crossover, las exposiciones de diálogo entre lo nuevo y lo viejo, porque son acciones que tienen que estar muy pensadas para no ser una superficialidad.

Igualmente, con el resto de museos nacionales la relación, personal e institucional, es excelente. Desde el Museo del Prado al Museo Sorolla o el Museo Thyssen de Málaga. Sus directoras o directores son magníficos profesionales con los que me veo con frecuencia y colaboro en muchas iniciativas.

Aprovechando la presentación del bono cultural y esa llamada al acercamiento ciudadano... ¿Cómo se abre un museo?

Creo que la desacralización de los museos es fundamental. De manera automática la mayoría de las personas organizamos el mundo que nos rodea con afán clasificatorio para saber dónde estamos y cómo ubicarnos con respecto a aquello que nos rodea. Esto nos hace decidir qué nos pertenece y que nos es ajeno. El problema es que la mayor parte de la sociedad, por cómo se han presentado los museos, ha decidido que estas instituciones no son su sitio, salvo cuando hacen turismo.

La gente joven, en general, decide que el museo no es su lugar, lo mismo que ocurre a la mayoría de personas con extracción humilde. Algo hemos hecho mal si los museos se convirtieron en santuarios, en un lugar donde uno entra, baja los ojos y se calla. Hay que hacer una labor importante de reconexión y desacralización. El museo no es el lugar de otros que saben más, que son más cultos o tienen más dinero; el museo es el lugar de todas y todos. Lo bueno que tiene el arte es que no viene con manual de instrucciones, que cada uno lo disfruta a su manera. Hay personas con conocimientos de historia del arte que lo evalúa o lo valora, y hay gente que lo vive de forma exclusivamente emocional. Pero en la relación entre el arte y las personas que miran el arte hay miles de modalidades diferentes.

Se ha hablado tanto de educar la mirada...

Sí, eso está fenomenal, pero es un poco pretencioso. No se trata de educar la mirada, se trata de dotar de elementos de mediación adecuados; es ayudar a la gente a acceder al arte, no poner a alguien delante de un cuadro con una cartela, pero eso requiere recursos y personal. Creo que los museos en el siglo XXI no deben ser lugares donde solo se cuelgan cuadros, sino lugares donde se vive la cultura. Para eso hay que hacer que la cultura esté viva, que la gente establezca una relación más natural con la institución y con la riqueza que alberga que es, como los libros, patrimonio cultural de toda la humanidad.