Cuando lo pienso me doy cuenta de que conozco pocas personas con una conversación tan fluida como la de Gonçal López-Pampló Rius (València, 1982), director literario de la editorial Bromera, uno de los barcos insignia del sector en el País Valenciano. Hablamos entre dos tazas en un bar de la calle Convento Jerusalén de València, junto a la estación del Norte. No es casualidad, porque su trabajo le impone las idas y las venidas continuas, el viaje regular y ahora también contestar preguntas. Lo hace sin pausa, este licenciado en Filología Catalana por la Universidad de Valencia, donde imparte clases desde 2007 y desde donde ha centrado sus investigaciones en literatura contemporánea. Eso se ha reflejado en numerosos artículos e investigaciones para revistas del gremio. Por la parte generalista, también colabora con publicaciones como Saó o Futura. Sabe de qué habla, pues.
Lleva dos años de director literario de Bromera. ¿Cuál es el balance hasta el momento?
Desde el punto de vista personal, estoy muy agradecido por esta oportunidad, que me ha proporcionado conocimientos y experiencias extraordinarias. Profesionalmente, estoy satisfecho de que Bromera mantenga una estabilidad: hemos logrado superar buena parte de los retos que nos marcamos cuando asumí el cargo, en un momento de mucha incertidumbre. Existe una cierta recuperación del sector y nosotros participamos en ello, confío que en la buena dirección. Aparte de eso, me alegra ser consciente de las cosas a las que puedo contribuir desde una editorial independiente, que no debe rendir cuentas a ningún gran grupo empresarial y que, además, no no sólo publica libros con una visión comercial, sino también cultural y social.
¿Cuál era la situación cuando asumiste el cargo?
Hacía dos años que la empresa había sufrido una reestructuración importante y se debían replantear las líneas de trabajo: reforzar la dirección literaria y dar respuesta a una serie de retos, tanto en el ámbito educativo y en el resto de las colecciones literarias como en el del discurso que proyectaba la editorial. Había que resituar nuestro discurso en un nuevo panorama que ya se había consolidado en aquel momento, en qué los grandes grupos editoriales –Planeta, RBA, Penguin– continuaban siendo fundamentales, tanto en castellano como en valenciano, y convivían con la reciente proliferación de pequeñas editoriales.
¿Se había estancado Bromera en una cierta zona de confort?
Sería pretencioso decir que sí. Ahora bien, en efecto, todo el sector editorial necesitaba –como necesita– repensarse constantemente. Ya me gustaría contar con la visión que tuvo Josep Gregori hace treinta años para crear un modelo con un recorrido de diez, quince o veinte años. Lo que sí hemos logrado es recuperar el discurso, una voz propia coherente con nuestro proyecto. Hemos sido capaces de renovarnos: diseños estéticos, incorporación de nuevos autores, reavivación de premios literarios, incorporación de Tàndem a nuestro fondo...
¿En qué punto se halla ahora el sector en el País Valenciano?
El panorama es más estable, dentro de las complejidades. Existe un fenómeno a escala europea que también nos afecta: la aparición y consolidación de pequeñas editoriales. Entre todas, han conseguido alcanzar mucha personalidad en poco tiempo: Sembra, Drassana y Andana (esta con mucho acierto en el ámbito infantil).
¿Más competencia?
No estoy nada seguro. Si hablamos en términos cuantitativos –es decir, en número de editoriales– no lo afirmaría, porque quizá haya tantas como antes. En cuanto al público, en cambio, sí. Ahora existe un público más diverso, en parte gracias a los insignificantes éxitos de la normalización lingüística producto de la presencia del valenciano en la escuela. Lo he comprobado en estos dos años: existe un público dispuesto a leer en valenciano que tiene diferentes aspiraciones y que hay que satisfacer; por eso los proyectos nuevos o renovados deben tener mucha personalidad.
¿Cuál es el prototipo de este público lector?
Probablemente sea el de una persona de entre 30 y 60 años, mujer, de estudios superiores, vinculada a profesiones humanísticas y liberales. El grueso del público lector creo que se encuentra en esta franja, pero no tengo información pormenorizada, habría que estudiarlo a fondo. Sea como sea, se trataría de un prototipo restrictivo dentro del reducido porcentaje de público lector en valenciano, cuyo aumento siguen siendo el gran reto que tenemos todas las editoriales.
¿Qué hacemos con ese famoso 3%?
Esa es la cuestión. Hace un año se nos entrevistó a diversos editores y todos coincidimos en decir que una nueva televisión valenciana debía ser una de las herramientas fundamentales para la difusión del libro y el fomento de la lectura. Ahora matizaría el entusiasmo con el que lo afirmé. Necesitamos un espacio de normalidad lingüística, donde los libros tengan presencia –la vida literaria, vaya: todo el circuito de premios, presentaciones, debates, etc.–. Sí, necesitamos un buen sistema de medios de comunicación, sin ningún tipo de duda, pero también mucho más que eso. En aquella entrevista, el editor Vicent Baydal hizo referencia a la idea de autoreferenciarnos. Probablemente necesitamos también una literatura que nos autorefencie para después proyectarnos al mundo sin complejos. También, dentro de nuestras posibilidades, debemos trabajar la literatura como experiencia. Si los editores somos capaces de hacer entender que detrás de la lectura existe una auténtica experiencia, que vale la pena, habremos logrado algo.
¿Otro factor que ayudaría es la familiaridad del público con la lengua escrita y la presencia que tiene la misma?
Por supuesto. Sería la televisión, pero también las redes sociales, la rotulación comercial, la empresa privada, la universidad… Todo ello va “antes” que el libro, por decirlo así. Recuerdo que hace unos años se reivindicó mucho que las webs de las empresas estuvieran en valenciano. Ahora no veo la misma presión para que las aplicaciones móviles de estas empresas también lo estén. Es un ejemplo. De lo que hablamos, en el fondo, es de la presencia pública de la lengua. Si el índice lector en valenciano se sitúa aquí en el 3% y en Cataluña está en el 30% es porque allí, entre otras razones, la presencia pública de la lengua es mucho mayor. Estoy seguro de que si realizáramos un análisis de los datos de lectura más pormenorizado, encontraríamos un índice de lectura en valenciano más alto en las comarcas centrales y la Plana, donde la presencia pública de la lengua es más notable.
¿Este sería uno de los puntos que deberían abordarse en un nuevo plan de lectura?
Bueno, ahora existe un plan de fomento lector. Es cierto que, quizás, se debería desarrollar más a fondo y contar con unas estrategias complementarias a las que ya posee. No creo que se pueda llevar a cabo una valoración negativa, pero es insuficiente. La literatura cambia a las personas y las personas pueden cambiar al mundo. Si asumimos que la cultura –y la literatura como parte de la cultura– es un elemento fundamental para la transformación social, el plan de fomento es insuficiente porque no posee esa ambición definitiva. Ignoro si se está realizando un estudio de los hábitos lectores por comarcas o en profundidad, pero sería revelador de como ciertas inercias sociales pueden influir positivamente en la lectura. Por otro lado, existen medidas sencillas que ayudarían a ello, en una sociedad como la nuestra, de mercado capitalista, como desgravar el uso de la lengua en ciertos ámbitos. Nos podríamos plantear esta clase de iniciativas.
¿La actual dependencia editorial del sistema educativo puede acabar en acomodamiento?
Es una buena pregunta. En realidad, nos la deberíamos formular todos. Estoy radicalmente convencido de que debemos trabajar para disminuir la dependencia que tenemos del sistema escolar. En este sentido, estoy contento de haber publicado libros que han contribuido a romper techos como estos: Encara no és tard, de Andreu Escribano, un ensayo divulgativo coeditado con PUV sobre el cambio climático, por ejemplo.
¿Qué incidencia puede tener el Decreto de Plurilingüismo en el mercado del libro en valenciano?
Obviamente le afectará, como cualquier política que se lleve a cabo en el ámbito escolar. A nivel estrictamente valenciano, por ejemplo, se ha producido una sacudida previa que ha sido el banco de libros de texto, por el cual estos se reutilizan: ha supuesto una pérdida de ingresos para las editoriales que realizamos este tipo de materiales educativos, ha sido un fuerte golpe que habremos de superar. Por el contrario, la Administración valenciana también ha puesto marcha algunas iniciativas como una mejor dotación para la compra de bibliotecas escolares, que ha tenido un cierto impacto. En ese sentido, creo que el nuevo decreto favorecerá un poco la recomendación y la venta de libros en valenciano a corto plazo. Es coherente, es un decreto a favor del valenciano –y nunca en detrimento de las otras lenguas, por cierto–; si no tuviera incidencia, algo no estaría funcionando.
Ya que hablamos de mercado, ¿en lengua catalana existe uno o existen tres?
La comunicación entre los tres grandes territorios que forman la comunidad lingüística es insuficiente. Tengo la impresión de que las editoriales valencianas y los autores valencianos no cuentan suficientemente en Cataluña. Pero un editor de Lleida, de las Terres de l’Ebre o de las Islas Baleares te diría lo mismo; eso nos debe hacer relativizar las cosas. Quizá el problema es que, en muchos aspectos, Barcelona se encierra en ella misma. Tendría que abrirse más a la realidad de su entorno cultural inmediato. En cualquier caso, lo importante es fortalecer los lazos. Bromera está cada vez más presente en las librerías catalanas. Estoy satisfecho de ello.
De hecho, Bromera publica sus traducciones en catalán oriental.
Efectivamente. Las que se dirigen al público adulto, sobretodo.
¿Mercado escolar para el País Valenciano y mercado adulto para Cataluña?
No, para nada. En el mercado escolar las estrategias no pueden ser las mismas, pero desde hace un tiempo estamos intentando homologar las dinámicas a nivel valenciano y catalán en lo referente a las colecciones de adultos y otros aspectos de nuestro catálogo.
Pero el modelo de lengua es el oriental.
En una parte de las traducciones, sí. Y lo seguirá siendo. Porque la experiencia nos demuestra que el grueso del público lector en Cataluña, a la hora de elegir una traducción, prefiere más leerla en catalán oriental.
¿Eso no es abandonar la lucha por el público valenciano?
Eso nos lleva a un debate sobre el estándar valenciano. Creo que no, aunque no estoy seguro, porque existe un peligro de atomización. Por ahora, publicar una parte de nuestra producción en la modalidad normativa central nos garantiza una presencia en Cataluña que no obsta para que estemos presentes en el País Valenciano. En cambio, al revés sí lo sería.
El público valenciano que lee traducciones nunca pone ningún problema a la hora de leer en oriental, sin embargo, ¿el público catalán sí lo haría si tuviera que leer en la variedad occidental?
Sí. A grandes rasgos es así.
¿El País Valenciano es más “abierto” que Cataluña en un sentido cultural?
No. Creo que el modelo de lengua responde a lógicas económicas e industriales propias y no es una cuestión de mentalidad. Cataluña tiene un sistema de medios de comunicación y un modelo lingüístico disponible desde la carta del bar hasta un mínimo ecosistema de prensa propia y se sienten más cómodos.
¿Cuál es la relación editorial con las Islas Baleares?
Soy miembro de la junta directiva de la Associació d'Editors en Llengua Catalana y hay un solo representante de las editoriales isleñas. La situación editorial allí no es buena y no tenemos la interrelación que deberíamos tener. Para que te hagas una idea: como director literario voy todas las semanas a Barcelona, una vez al mes a Alicante, con mucha frecuencia a otros sitios de Cataluña y aún no he ido nunca a las Islas Baleares.
Más allá de Cataluña y de las Baleares… ¿existe mercado español para los libros en valenciano?
No.
¿Cómo es la convivencia en el País Valenciano entre el mercado editorial en castellano y en valenciano?
La interrelación es muy baja y eso me asusta. Está muy atomizado. Tengo la sensación de que, en el ámbito valenciano, no existen editoriales valencianas que publiquen géneros mayoritarios al nivel de las que publican en valenciano, probablemente porque la capitalidad de València con respecto al castellano es muy menor. Hay muy poca relación. No digo que sean compartimentos estancos, pero no tienen la permeabilidad o el diálogo que sería razonable.
Antes hablabas del ensayo. Más allá del techo escolar que comentabas, ¿existe también un techo de géneros literarios?
Sí.
¿Por lo tanto, somos esclavos de la narrativa?
La dependencia industrial de la narrativa es indiscutible. Disculpa la nota académica, pero ya lo explicó Pierre Bordieux en Les règles de l’art: eso no es una característica específica del mercado valenciano. Es decir, de donde se saca dinero es de la narrativa; de donde no se saca a penas es de la poesía; y el ensayo y el teatro tienen dinámicas propias. Creo que el ensayo, en términos relativos, está bien representado en las editoriales valencianas. Sin embargo, ello no quiere decir que no exista un déficit de ensayo, como dijo Gustau Muñoz. Quizá nuestra sociedad está dimitiendo del ensayo, no tanto por falta de espacios como por falta de consumo y de voluntad de escribirlo.
¿Los formatos fragmentarios de las redes sociales se han comido al ensayo tradicional?
Parte de lo que antes realizaba el ensayo ahora lo realizan las redes, es cierto, lo que nos lleva a hablar de la función social de los géneros literarios. El ensayo cumplía una función concreta en un contexto histórico particular. Si el modelo ha caducado, no hay ningún problema: la función la cubrirán otras herramientas. Lo que me preocupa es que nosotros pasamos de largo del modelo y la función social ha quedado sin cubrir, porque no estoy seguro de que Twitter, por ejemplo, cubra aquel espacio de reflexión, de persuasión, de argumentación y de confrontación de ideas.
¿Qué hay de la calidad de la literatura valenciana actual?
Alta. He leído mucha literatura anglosajona y creo que tenemos una producción homologable. Me da miedo juzgar la calidad de las obras. ¿Desde qué óptica y para qué público la juzgamos? La literatura valenciana actual posee calidad porque tiene diversidad –bastante más de lo que pensamos. No hablo solo de autores de Bromera. De una propuesta narrativa como la de Raquel Ricart a otra como la de Paco Esteve, Joanjo Garcia, Manuel Baixauli, Martí Domínguez o Anna Moner, existe una diversidad muy sana. En poesía, de Maria Josep Escrivà a Ruben Luzón o Pau Sanchis veo también una diferencia abismal. Y es en esa diferencia en la que encontramos la calidad. En el caso del ensayo, los valencianos contamos con una tradición dietarística muy notable. En el ámbito teatral, no hemos dejado de contar con una serie de voces creativas muy diferentes entre si. Existe calidad porque hay diversidad.
Nuestro problema lector no es la calidad, pues.
No. Cada vez me da más miedo pensar que podamos creer que es un problema de calidad. Ni de calidad ni de cantidad.
Pero aún es casi imposible vivir de escribir en valenciano en el País Valenciano.
Sí, es casi imposible si no asumes otras tareas digamos periféricas (traducción, formación, corrección, etc.). Quizá sí te puedas convertir en un profesional de las letras, en un sentido amplio, pero no puedes vivir de la literatura estricta. De todos modos, relativizamos de nuevo las cosas: eso es así en muchos otros países, aunque la escala sea menos dramática. Otra cosa es la profesionalización del mundo editorial, que no es ninguna quimera, como demuestra el caso de Bromera y otros editoriales.
Como director literario está muy conectado a las novedades del continente. ¿Viven un buen momento las letras europeas?
Creo que todos los momentos literarios son buenos. Es decir, son buenos porque son productos de su época: no hay alternativa. Incluso las propuestas más rompedoras y rupturistas son producto de su época.
¿No crees que la actual es una época más tradicional, después de un siglo XX más experimental?
Totalmente de acuerdo. El noveau roman francés, toda la metaficción anglosajona de los sesenta y setenta, el experimentalismo en la poesía catalana de los setenta... todo ello ha quedado en un segundo plano y hemos vuelto a fórmulas más tradicionales.
¿Y editorialmente?
Diría que también. Aunque quizá tendamos a mitificar ciertas figuras y situaciones del pasado.
¿Debemos esperar algún cambio estructural en los próximos tiempo en el mundo del libro?
No lo creo. Cualquiera transformación que tenga que ver con ello nos vendrá antes por el cambio climático o las políticas de Trump que de dentro del ámbito literario. Lo único que temo es una posible crisis de la lectura. Para mí, el gran reto de futuro es preservar una idea que dijo Italo Calvino en sus Lecciones americanas: «mi confianza en el futuro de la literatura consiste en saber que existen cosas que sólo la literatura puede dar con los medio que le son específicos». El gran reto es preguntarnos qué lugar le queda a la letra negro sobre blanco en el siglo XXI. Teniendo en cuenta que el libro digital continúa en standby, creo que el mercado se deberá adaptar a los formatos comunicativos que nos imponen las redes sociales pero sin diluirse. Mantener el terreno y las formas, pero utilizar las nuevas vías de comunicación para su difusión.
Al futuro desde los orígenes, ¿más o menos?
Es un buen modo de decirlo.