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Zaplana y Bono, listos para la acción

Pongamos que sí, que los catalanes se quieren ir de España porque no les salen las cuentas; sería muy “catalán”. Tópico por tópico, también es muy español que se les niegue toda posibilidad —incluso de debatir sobre su marcha— “por las buenas o por las malas”. Es más, lo español español es tener ya decidido que será por las malas y, encima, sacar pecho. Mala cosa esto de usar la Constitución como única trinchera y peor todavía si la trinchera en cuestión se deja en manos de personas como José Bono o Eduardo Zaplana que, con todos mis respetos, parecen más secuestradores que amigos de la Carta Magna.

Bono y Zaplana acaban de presentar en sociedad su Fundación “España Constitucional”. Es complicado defender España contra un trozo de si misma, aunque que sea un trozo que, precisamente, lo que no quiere es ser España. Que los catalanes —algunos, pocos, muchos, los que sean— no quieran ser españoles pone las cosas difíciles. Desde un punto de vista españolista y democrático, ser español sin querer serlo es una forma como otra de ser español y, por tanto, debe ser defendida por el españolismo democrático. Lo dicho: no es fácil. Teniendo en cuenta pues que estamos ante una cuestión complicada, una Fundación como la que nos ocupa, con dos políticos profesionales del tipo Bono y Zaplana, solo puede servir para complicar las cosas. Supongo que es de lo que se trata, de tensar allá donde lo que se necesita es flexibilidad.

La trayectoria de Bono y Zaplana se ha caracterizado siempre por su apuesta por lo simple, por el camino más corto, por el atajo más oportuno. Una curiosa coincidencia les une: jamás han sido ni concejales, ni diputados rasos. Bono empezó como secretario cuarto de la Mesa del Congreso allá por 1979, luego fue presidente autonómico, luego ministro y acabó de presidente de la Cámara Baja; Zaplana arrancó como alcalde de Benidorm en 1991, siguió de presidente autonómico, pasó a ministro y remató siendo portavoz del grupo parlamenario popular cuando el PP se fue a la oposición.

El castellano José Bono ha sido guerrista cuando le ha interesado y lo ha dejado de ser cuando lo ha considerado oportuno. Ser más socialista que nadie no le ha impedido encandenar 30 años seguidos en política montado en coche oficial, hacerse más que millonario y contar con mayor número de amigos entre los obispos y los banqueros que entre sindicalistas y viejos republicanos. Sus fieles mantienen que su “geometría variable” es la prueba de su ausencia de sectarismo. Quienes no lo quieren tanto lo califican de “populista”. Alfonso Guerra se refirió una vez a él como “Bono...convertible”.

El también millonario Eduardo Zaplana, recuérdese, llegó a la política obsesionado por comprarse un “Vectra 16 válvulas” y conspirando para repartirse comisiones bajo mano; “alquiló” una concejal socialista para ser alcalde; arrasó un partido (Unión Valenciana) para ser cómodamente president de la Generalitat; tuvo trabajando sin contrato a una parada cuando era ministro de Trabajo y acabó de jefe de Teléfónica en Europa; él, que no tenía oficio conocido y no hablaba otra cosa que castellano.

Ambos se caracterizaron en sus años de presidentes autonómicos por gobernar con formas muy personalistas, por consensuar poco o nada con la oposición, por su falta de transparencia, por gobernar sus partidos con puño de hierro, por convertir la administración en una especie de corte, por manipular los informativos de sus televisiones públicas y por acabar designando a su sucesor como si de un régimen se tratara.

El resumen ha sido breve y muy somero. Pese a lo apresurado, me parece que lo dicho sirve para ver que ni el uno ni el otro son exponentes destacados del espíritu constitucional. Lo suyo ha sido siempre más entender las leyes como instrumentos para conseguir lo que se proponían que como límite de sus actuaciones. Por eso, que ahora salgan con su Fundación “España Constitucional” y la defensa de los valores de “la libertad, la unidad y la solidaridad” da pie a pensar que hay gato encerrado.

En realidad, su pretensión tiene mucho más que ver con España que con la Constitución, que para ellos no es otra cosa, como decía al principio, que la trinchera que plantan contra las voces que llegan de Catalunya reclamando un referéndum de autodeterminación. Oyéndoles hablar, leyendo lo que dicen o escriben, parece que la Constitución Española empiece y acabe en un solo punto: la estructura territorial de España es intocable. Mezclan unidad con libertad y solidaridad. Es todo relleno. Unidad es la de España, solidaridad la de las tierras de España y libertad, la de los españoles unidos. Su argumentación es bastante discutible. Defienden que los territorios no tienen derechos, que los tienen las personas... pero si las personas de un determinado territorio tienen un sentimiento de pertenencia distinto a lo que contempla la ley se esfuman sus derechos porque España es indivisible. No hablan de la unidad social, solo de unidad territorial. Cuando dicen “salvaguarda de la unidad de España” no se refieren al riesgo de fractura social, ni a que haya una educación para ricos y otra para pobres, ni a que se esté destruyendo el paisaje, ni a que nuestros vecinos sin papeles no puedan ni acercarse a un ambulatorio, ni a que los chavales más preparados tengan que buscarse la vida en el extranjero. No recuerdan que seis millones de personas están en el paro, ni que mientras los bancos reparten beneficios están desahuciando a miles de españoles... nada de todo eso, la única unidad que les preocupa es la de las rayas en los mapas.

Bono se descolgó hace poco con aquello de que prefería morirse antes de “ver una España rota” y Zaplana, en sus tiempos de ministro, mantenía que solo había una forma de ser español y estaba “en la Consitución”. En definitiva, que si ambos son la avanzadilla de la actitud de España antes las demandas nacionalistas de Catalunya, y todas las que puedan venir, la diversión está asegurada y los problemas graves, también.

Pongamos que sí, que los catalanes se quieren ir de España porque no les salen las cuentas; sería muy “catalán”. Tópico por tópico, también es muy español que se les niegue toda posibilidad —incluso de debatir sobre su marcha— “por las buenas o por las malas”. Es más, lo español español es tener ya decidido que será por las malas y, encima, sacar pecho. Mala cosa esto de usar la Constitución como única trinchera y peor todavía si la trinchera en cuestión se deja en manos de personas como José Bono o Eduardo Zaplana que, con todos mis respetos, parecen más secuestradores que amigos de la Carta Magna.

Bono y Zaplana acaban de presentar en sociedad su Fundación “España Constitucional”. Es complicado defender España contra un trozo de si misma, aunque que sea un trozo que, precisamente, lo que no quiere es ser España. Que los catalanes —algunos, pocos, muchos, los que sean— no quieran ser españoles pone las cosas difíciles. Desde un punto de vista españolista y democrático, ser español sin querer serlo es una forma como otra de ser español y, por tanto, debe ser defendida por el españolismo democrático. Lo dicho: no es fácil. Teniendo en cuenta pues que estamos ante una cuestión complicada, una Fundación como la que nos ocupa, con dos políticos profesionales del tipo Bono y Zaplana, solo puede servir para complicar las cosas. Supongo que es de lo que se trata, de tensar allá donde lo que se necesita es flexibilidad.