Mi familia tiene una casa de campo en la que habita un mastín, uno de esos perrazos que cuando ladra a los extraños impone, pero que es un buenazo, porque no se queja cuando mis hijos utilizan como caballito y que además acaba de formar una pareja de los más extraña con una paloma. Les cuento la historia, una de esas bellas e increíbles historias de animales que, sin embargo, es totalmente cierta y que yo he tenido la suerte de presenciar.
La paloma es la única superviviente de un grupo que allí vivía. Las demás fueron atacadas una a una por un halcón que sobrevuela la zona. Desde que se quedó sin compañeras, el ave busca el contacto con el perro, que se ha ido haciendo cada vez más estrecho, de forma que ahora no se despega de él. Se posa a su lado, lo sigue a todas partes, le picotea las pezuñas. El mastín, a lo máximo que llega cuando se ve muy agobiado, es a gruñirle un poco y a hacer como que le muerde: se la mete en la boza y luego la suelta, como si regañara a un cachorro.
El perro ha renunciado a su instinto depredador (y juro que lo he visto perseguir conejos y pájaros como alma que lleva el diablo) y la paloma deja de lado cuando es preciso su condición de ser alado: al principio, cuando salíamos a pasear por el monte, ella nos seguía volando, pero ahora nos acompaña todo el camino andando. Cuando queremos que el pájaro se recoja, mandamos al mastín que vaya al palomar, ella lo sigue y entra, en un insólito caso de pastoreo inter especies.
Ya había sabido de madres animales que adoptan a crías de otros, aunque suele ocurrir entre mamíferos: una perra con gatos, una leona con un mono, una tigresa con un cerdito… Nunca había sabido de una relación así entre un can y un ave, aunque ahora me he informado y sé que no es única, pues ha habido otras entre un perro y un búho o una jirafa y un avestruz, por ejemplo.
Nos dicen los científicos que no conviene hablar en estos casos de un sentimiento humano como la amistad, sino de relaciones afiliativas, aunque no sé qué provecho sacan el mastín y la paloma de su relación, más allá de la de hacerse mutua compañía. En cualquier caso, a mí me da una tremenda envidia esta capacidad de empatizar, de superar diferencias y unirse, que nos hacen descubrir con asombro en los animales comportamientos que creíamos reservados sólo a las personas, y no a todas.
Cuando veo a miles de refugiados que llaman a unas puertas que no se abren, como las españolas, que tienen el tiste record negativo de alojar a sólo 12 demandantes de asilo y de tener pendiente por asumir más del 60% de los fondos de ayuda a esta catástrofe de lo que le correspondería según el tamaño de su economía; cuando asisto atónita a las imágenes de los niños ahogados intentando alcanzar las costas de un mundo mejor y el corazón me da punzadas al ver reflejadas en sus caras infantiles las de mis propios hijos; cuando observo con asco las manifestaciones racistas de esos neonazis que tolera esta “civilizada” Europa; cuando leo cómo los gobiernos intentan poner puertas a la desesperación humana con invenciones tan bochornosas como la de embargar preventivamente los bienes de quien nada tiene… Sólo puedo desear la animalización del ser humano, la simple y espontánea conexión de mi perro y mi paloma.