Corrían los últimos años de la década pasada. Francesc Colomer, actual secretario autonómico de Turismo, era el portavoz del PSOE en la Diputación de Castellón. Y Carlos Fabra, actual condenado por delito fiscal, era el presidente de la misma institución. Pleno tras pleno, el primero denunciaba la corrupción del segundo. Y el segundo insultaba y despreciaba públicamente al primero. A su derecha, un señor muy bien trajeado reía a mandíbula batiente tras cada gesto de chulería.
Ese señor era Francisco Martínez. Este lunes se convirtió en noticia porque se conoció que la Fiscalía de Castellón pide para él más de once años de prisión, 21 de inhabilitación y una multa de un millón de euros. Este será, previsiblemente, la segunda vez que se siente en el banquillo, después de que en 2016 la Audiencia Provincial le condenó a 8 meses de prisión, multa de 14 meses e inhabilitación especial para empleo o cargo público por dos años.
Los problemas con la Justicia no son la única característica en común con Carlos Fabra. Martínez gobernó su pueblo, Vall d'Alba, entre 1991 y 2015. Pero también fue vicepresidente de la institución provincial durante dos décadas, cargo desde el que ejerció de mano derecha y principal discípulo de su jefe de filas. Por eso, Martínez hizo en su día a día como alcalde de su pueblo una reproducción a pequeña escala de la forma de gobernar de Fabra en la provincia.
El “voto cautivo”
El propio Fabra hizo un retrato de su supuesta inclinación al clientelismo cuando fue grabado en 2009 en una reunión con miembros de su partido. “El que gana las elecciones coloca a un sinfín de gente. Y toda esa gente es un voto cautivo. (...) Yo no sé la cantidad de gente que habré colocado en doce años, no lo sé”, afirmó. Por su parte, Martínez cuajó su pueblo de costosas infraestructuras que consiguió en los mismos años en los que fue vicepresidente de la Diputación, mientras la Generalitat Valenciana estaba también gobernada por su partido, el PP.
Vall d'Alba, de 3.000 habitantes, vio cómo se construía una plaza de toros en la que caben 2.000 personas. Al erario público también se cargaron dos hoteles rurales con sus respectivas piscinas, un albergue juvenil, varias pistas de pádel y un gimnasio. La localidad también fue elegida para el centro de salud de referencia de la comarca y una piscina climatizada. También tiene un instituto de educación secundaria a pesar de que el pueblo de al lado, que lo iguala en población, tiene otro.
Además, tiene una comisaría de la policía autonómica. En toda la Comunidad Valenciana sólo hay cinco. Las otras cuatro están en Alicante, Castellón, Elche y Valencia. La localidad tiene también una planta de tratamiento de estiércol y un polígono industrial de 2,5 millones de metros cuadrados, dos casas de la cultura de varias plantas cada una y un museo etnológico.
El protagonista del altar mayor
Martínez, como Fabra, también practicó el culto a la propia personalidad costeado con dinero público. Si el expresidente provincial erigió una estatua inspirada en su persona en el acceso al aeropuerto de Castellón, el exalcalde de Vall d'Alba se conformó con un cuadro.
La pintura refleja una romería, y entre los participantes se aprecian dos hombres muy parecidos a Martínez y Fabra. El lienzo preside el altar mayor de una ermita que se construyó, también con fondos públicos, en una de las montañas de la localidad. El alcalde completó la obra con la invención de una romería anual al recién creado templo.
Su nombre y el de su jefe también fue loado en varias decenas de placas conmemorativas que llenan todo el pueblo. Se colocaban para inaugurar cualquier obra municipal, incluso de las más cotidianas. Hace un año funcionarios del Ayuntamiento borraron con una radial el nombre de Fabra de todas las placas en cumplimiento de una moción presentada por el PSOE, según narran los miembros del grupo municipal socialista. Pero el de Francisco Martínez sigue ahí.
La tía Teresita reaparece en el escrito del fiscal
Ahora, la mano derecha de Fabra sigue siendo el reflejo fiel de la biografía de su jefe, esta vez en menesteres menos agradables. El escrito del fiscal detalla cómo presuntamente utilizó a su favor la información urbanística que tenía como alcalde para elegir los terrenos que podían comprarse por poco dinero y venderse por mucho. Los consiguió gracias a compras y donaciones.
Narra la acusación del Ministerio Público que una de las donantes de fincas fue Teresa Martínez Miravet. Era una rica hacendada que, según contó Interviú en 2011, cedió todo su patrimonio a Martínez poco antes de morir. Sus familiares se quedaron sin un céntimo después de que, según explicó la revista, el alcalde situara a personas de su confianza custodiando la casa de la anciana. El fantasma de la tía Teresita, como la llamaban en el pueblo, reaparece en la vida de Martínez de la mano del escrito de un fiscal.