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¿Final de trayecto?

Hace algunos años, el escritor Enrique Cerdán Tato me contó esta historia: Un día cualquiera, al salir de casa y pisar la calle, el paseante descubre de golpe que se encuentra en una ciudad distinta, nueva, reconocible a duras penas. Durante la larga noche, nuevas construcciones habían descendido desde las alturas y se habían enfundado en la ciudad de siempre, la que él amaba y conocía muy bien, hasta convertirla en un lugar desconocido, sin memoria, con el que resultaba imposible identificarse.

En forma de parábola, Enrique lo relataba con ese sentido de humor tan suyo, irónico y certero, con el que nos obsequiaba a sus amigos. Además, como Cronista Oficial de la Ciudad de Alicante, sus palabras tenían un extraño significado. Un hombre que conocía como nadie la historia y la verdad profunda de Alicante, me ofrecía una explicación simbólica de lo que nos pasa en esta ciudad sin rumbo, sin modelo para desarrollarse de forma razonable, incapaz de amarse a sí misma, sin perspectiva. Supongo que esto ha pasado en muchas ciudades llenas de depredadores, pero Alacant, desde la nada, ha alcanzado las más altas cotas de la miseria, que diría Groucho hablando de sí mismo.

Tras cuatro años a la deriva con un alcalde (socialista) que no quería serlo, hace más de dos décadas llegó el PP de Alperi y Castedo, la quintaesencia. Con ellos, un hasta entonces discreto constructor “hijo de…”, que había progresado fulgurantemente gracias a las obras municipales que le otorgaba el PSOE local (muchos dicen que a cambio de favores en especias y de votos en las asambleas, como en “La ley del silencio”, de Kazan) consiguió convertirse en la encarnación de Alicante.

Hoy, al pasear por la ciudad, es imposible no toparse con alguna de sus empresas de construcción, de promociones inmobiliarias, barrenderos, limpieza de colegios y edificios públicos, aparcamientos con plaza libre para amigos de Ángel Franco, contratas de basuras, y concesiones municipales a mansalva… Su apellido terminado en zeta resuena en todos los negocios redondos de la ciudad: el plan general de ordenación urbana, el pelotazo de Rabasa-Ikea, los residuos diversos (como Carrascosa, la mano derecha de Eduardo Zaplana que hoy regenta en Alicante un comercio de alimentos ecológicos, por ejemplo), los vertederos, los planes parciales…

El dinero público y la “polla insaciable”, una simbiosis que parecía imbatible hasta que los fiscales y los jueces empezaron a trabajar y los episodios comenzaron a salir a la luz: el yate que alguien allanó buscando supuestamente papeles, ciertos asaltos a domicilios particulares, una pistola ilegal en la caja fuerte de la oficina, viajes en jet privado para ediles agradecidos, entre ellos el alcalde Alperi y su alegría de fin de semana; cruceros por el Mediterráneo con putas de lujo incluidas para altos cargos bancarios a cambio de favores, chalets para los hijos del ex mandamás de la Cámara de Comercio, viajes en el yate para presidentes de la diputación provincial…

Mis amigos me animan a que escriba una novela con todo esto. Yo les contesto que no, que la realidad me supera; que si pongo en orden la narración sin salirme de los datos judiciales y las grabaciones policiales, esta historia no se la iba a tragar nadie por inverosímil. Dejemos una vez más que la realidad supere a la ficción, ma non tropo.

Garras sobre la ciudad y todos tan contentos, mirando hacia otro lado o llevándose su parte. Migajas y puestos de trabajo en una muy bien engrasada red clientelar que perdura hasta hoy. Recordemos, como detalle, que la última alcaldesa popular fue la más votada por los alicantinos desde la democracia, y ya estaba imputada cuando arrasó en las urnas. Recordemos que el PP ganó en las últimas elecciones municipales, a pesar de tener imputados a sus máximos dirigentes, y que le faltó un concejal para poder gobernar con Ciudadanos.

Un reflexión para “menfotistas” desconcertados: Para empezar a entender Alicante, su esencia su dinámica, habrá que convenir que la nuestra es una ciudad conservadora. De lo contrario, no hay quien entienda lo que está pasándonos. “¿Corrupción, dice usted? Por favor, somos alicantinos, la nuestra es la millor terra del món.”

¿Y ahora qué?

Pues ahora estamos en plena la resaca de una época llena de vileza y de dinero fácil para los amiguetes. Aunque a este cronista le asalta una duda: ¿Estamos realmente en el final de un trayecto político marcado por la mediocridad y las corrupciones? ¿Vamos hacia la luz al final del túnel? ¿Empezaremos a resolver los problemas que arrastramos desde hace tanto tiempo? En las últimas dos décadas, Alacant/Alicante ha cambiado sus señas de identidad más contundentes, mientras la desvergüenza alcanzaba sitios insólitos. Veamos la situación con la perspectiva de los últimos cincuenta años. Ya ni siquiera existe el espantajo del “surestismo” (propio de los años sesenta del siglo pasado), aunque nuestros dirigentes locales de última hora no desaprovechan ninguna ocasión para seguir culpando a Valencia de todo aquello que son incapaces de planificar o resolver.

En un tiempo récord, las fuerzas empresariales y políticas de Alicante han conseguido borrar cualquier rastro del otrora llamado “poder alicantino”. Sus propagandistas se han jubilado por edad o están pendientes de que los tribunales les metan un viaje (pero que les quiten lo “bailao”). Basta empezar por los grandes símbolos, por la Caja de Ahorros del Mediterráneo, auténtico banderín de enganche en cualquier pulso económico con Valencia. Sus directivos la saquearon en la medida de sus posibilidades y ahora es del banco Sabadell. Todo un chiste para quieres agitaron en su día el fantoche del “País Alicantino”, o trataron de resucitar cierto cantonalismo político-empresarial con la creación del llamado Consorcio para la Promoción del Sureste, promovido en 1994 desde Alicante con las cámaras de comercio de Murcia, Almería, Cartagena y Albacete. La patronal alicantina, Coepa, era la promotora del asunto. Ay, la Coepa, otro símbolo hecho añicos por la realidad. En quiebra, con más de cinco millones de euros en deudas, la Coepa ha entrado en concurso de acreedores, en liquidación. Pobres empresarios nuestros, tan creativos en otro tiempo (juguetes, turrón, calzado, mármol…), víctimas de nuestros propios ineptos.

Y no hablemos del gran emblema: la Ciudad de la luz, cuya subasta ni siquiera obliga a que en el futuro se dedique a proyectos audiovisuales (qué buen almacén logístico para Zara, Ikea o El Corte Inglés, al lado del aeropuerto y con autovías alrededor). El complejo cinematográfico Ciudad de la Luz ha sido el único proyecto industrial montado por la Generalitat en la ciudad de Alicante en toda su historia, pero los Gerardo Camps y compañía lo organizaron todo como una máquina tragaperras en la que las únicas beneficiarias han sido las empresas que la construyeron, los politicastros afines disfrazados de ejecutivos y algún que otro familiar o correligionario de misa diaria. Y esta gran oportunidad perdida para la ciudad de Alicante se ha ido al traste entre la indiferencia de los alicantinos, tan dados a dejar hacer, y la tontería generalizada.

Con esta primera crónica desde el sur, me apetece, como siempre, decir la verdad, esa que –según el clásico ruso- es siempre el motor de cualquier progreso. Estoy en la madurez verdadera. Gracias por abrirme esta puerta, y voy a finalizar con una pincelada que promete brochazos futuros sin enmienda.

Con el ayuntamiento de Alicante intervenido por Hacienda, el nuevo gobierno municipal (PSPV-Guanyar-Compromís) vive en permanente amenaza de ruptura. El nuevo alcalde tripartito, llamémosle socialista (ex candidato a senador por Unión Valenciana) es experto en destruir grupos municipales (así lo hizo con el grupo socialista durante la última legislatura) y está más ocupado en marcar el terreno y provocar a sus socios políticos de Guanyar, que en resolver los problemas de áreas de su competencia, como Comercio. A los pequeños comerciantes los lleva locos con la liberalización de los horarios comerciales, tan querida por las grandes superficies, mientras el centro de Alicante se ha convertido en un gran bar que inunda la vía pública de mesas y provoca la bronca entre vecinos sufridores y empresarios del ocio representados patronalmente por el portavoz de la ejecutiva local del PSPV-PSOE, cuyo secretario general es, por cierto, el citado alcalde tripartito. En misa y repicando.

Desolador panorama desde el Puente Rojo (ahora lo quito, ahora lo mantengo…). Una titubeante realidad cargada de proyectos provisionales que se perpetuarán en el tiempo, como la Estación de Autobuses (adiós a la Estación Intermodal para toda una generación de alicantinos), como la Estación terminal de AVE (ni retranqueo, ni soterramiento, ni parque central, sino todo lo contrario: más vías, más ruido insoportable), como tantas otras promesas olvidadas tras la primera piedra. Una ciudad con más de veinte mil viviendas vacías, mientras se mantienen guetos como la Colonia Requena o ruinas como el barrio de José Antonio; mientras se sigue desahuciando sin prisa pero sin pausa.

Mi ciudad me duele. Qué desconsuelo. Menos mal que dentro de unos meses, durante la Nit del Foc, trataremos sin fortuna de quemarnos públicamente a nosotros mismos.