El campo de concentración de Albatera fue demolido por completo tras su cierre dejando oculto uno de los peores símbolos de la represión franquista en territorio valenciano. El arqueólogo Felipe Mejías ha publicado en la revista Ebre 38 de la Universitat de Barcelona los resultados de su larga investigación, que arrojan luz sobre la localización exacta del campo y de las fosas comunes de cara a los trabajos de exhumación que financia la Generalitat Valenciana. “Aún hay trabajo para años”, advierte por teléfono el arqueólogo. “A diferencia de las fosas del cementerio de Paterna, en Albatera no sabemos exactamente dónde están pero sí que ayuda saber dónde está el campo”, añade.
A finales del verano de 1937 las autoridades republicanas iniciaron la construcción del campo, que fue inaugurado el 24 de octubre por el ministro de Justicia, Manuel Irujo. Durante la etapa republicana, según destacan las memorias de los presos, el campo contó con asistencia sanitaria y una “dieta ajustada pero correcta”, a pesar de las duras condiciones de trabajo. Con forma rectangular, el campo tenía unas dimensiones exteriores de 709 metros de longitud y 200 de anchura y estaba protegido con una valla de alambre de espino de tres metros de altura.
Al final de la Guerra Civil, con la ocupación de las tropas franquistas de la ciudad de Alicante, llegaron entre el 4 y el 7 de abril de 1939 miles de refugiados civiles, sindicalistas, militares y políticos republicanos que no pudieron escapar a través del puerto de Alicante. Por allí, en unas pésimas condiciones, pasaron entre 12.000 y 16.000 presos en los periodos de mayor ocupación. “Abarrotados los barracones y las pocas tiendas de campaña que se facilitaron, la mayoría se vieron obligados a dormir al raso con la única protección de una manta, soportando además varios días seguidos de lluvia durante la segunda quincena de abril. La ausencia casi total de agua y comida durante la primera semana responde a una intención claramente punitiva”, escribe Mejías.
Los fusilamientos se iniciaron en la segunda quincena de mayo a plena luz del día y ante los miles de prisioneros, que eran obligados a cantar el Cara al Sol e incluso a desfilar ante los cadáveres. Durante las siguientes décadas, los nuevos propietarios de las parcelas descubrían periódicamente restos óseos mientras labraban los campos. Sacaban capazos de huesos, según los testimonios orales recogidos. “No trascendió porque era en pleno franquismo”, apunta Mejías. De hecho, una de las fosas ya apareció en 1977.
Una de las claves de la investigación para poder establecer la localización exacta del campo ha sido la fotografía aérea del Primer Vuelo Americano, dedicado en la posguerra a fotografiar todo el territorio español, que el arqueólogo ha superpuesto con una ortofoto más reciente que recoge como puntos de referencia los hitos del paisaje que ha permanecido invariable. “El resultado es de una sorprendente exactitud, más aún si se compara con las dimensiones del plano original del campo republicano, con las que coincide punto por punto”, concluye Mejías.
En el sector oeste del campo, donde se situaba una de las torres de vigilancia, aún quedan disparos en una de las palmeras que ha sobrevivido hasta hoy. Los vigilantes, ante el aburrimiento, practicaban tiro disparando a las palmeras, muchas de las cuales se vendieron después aun con los agujeros de bala, según los testimonios orales recogidos.
El arqueólogo ha contado con los recuerdos de cuatro propietarios de parcelas, que aún hoy prefieren permanecer en el anonimato, para aproximarse a la localización exacta de las fosas. En una primera fase, Mejías y su equipo llevaron a cabo una prospección visual batiendo superficialmente toda la parcela. Tras dos semanas prospectando con un detector de metales hallaron monedas, cartuchos, cubiertos de los prisioneros, colgantes e incluso una joya de oro.
En una segunda fase, el georadar ha proporcionado datos sobre las posibles localizaciones de las fosas. La última etapa ha consistido en un sondeo mecánico con máquina excavadora durante dos semanas. “El GPS te da una nube de puntos y donde más objetos hay, es posible que haya debajo una fosa”, explica Mejías, que prepara su tesis doctoral sobre el campo de Albatera.
El proyecto cuenta con el apoyo de la Conselleria de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática, que dirige Rosa Pérez Garijo, y del Ayuntamiento de San Isidro. El arqueólogo prevé empezar el próximo verano los trabajos para la exhumación de las fosas. Los grandes avances en la investigación auguran grandes descubrimientos sobre el campo de concentración de Albatera.