Como un gilipollas, madre

Resulta descorazonador comprobar cómo una parte de la izquierda española solo parece estar a la altura de las circunstancias cuando está frente al paredón de fusilamiento. Lo demostraron generosamente en la guerra civil, en los campos de concentración nazis, en el maquis y arrancando esperanzas por barrios y fábricas a la negrura de la larga noche franquista.

Tal vez, por eso, a fuerza de jugarse tanto la vida se olvido de vivir. Como si el recuerdo Julián Grimau fuera suficiente para avivar el fuego de unos tiempos nuevos que en todos estos años parecían empeñados en negarse a llegar. Y no lo era. Así, cuando de lo que se trataba era de prepararse para el futuro, el veterano militante observaba perplejo el demoledor peso de una realidad que le pasaba por encima.

Le pasó a la muerte de Franco, cuando Santiago Carrillo se quitó la peluca confiado en que, pasado el horror, llegaban momentos felices en los que España se transformaría, en el peor de los casos, en una amable comedia italiana con argumento de Giovannino Guareshie interpretada por Fernandel. No fue así y el gracejo andaluz de un Felipe González se llevó por delante la moral de una izquierda incapaz de levantar barricadas contra el desencanto que se avecinaba.

Fue así como la izquierda aquella izquierda que salía de la clandestinidad esperando los días de vino y rosas, se veía empujada a las catacumbas. Un purgatorio de la desorientación que el óxido acumulado tras el telón de acero se encargaría de convertir en más inhóspito todavía. Con todo aun consiguió reunir las fuerzas del boxeador a punto de caer noqueado pero que logra mantenerse en pie al sonar la campana y se refugia en el rincón esperando un próximo asalto en el que, tal vez, el azar le permita lanzar un desesperado golpe en la mandíbula que acabe con su contrincante en la lona.

Y milagrosamente ocurrió. Sin saber muy bien como saltó al ring y encontró a su rival al borde del KO. La crisis económica, el descrédito del bipartidismo, el hartazgo social debordando las plazas, las mejores condiciones nunca soñadas dejaban a aquella heroica izquierda delante de un enemigo que se tambaleaba, con la guardia baja y casi rendido a encajar un último golpe que le derribara.

Pero lamentablemente, llegado a este momento crucial de la pelea, la historia parece a punto de repetirse. El cúmulo de despropósitos que ha culminado con la salida de Tania Sánchez de IU de Madrid o la agotadora soledad del corredor de fondo que parece cernirse sobre Alberto Garzón amenazan con volver a dejar fuera de combate a una parte importante de la izquierda española.

Paradójicamente, quienes se vanaglorian de una mayor pureza teórica parecen olvidar que el marxismo no consiste en repetir conceptos como “clase obrera” como un mantra, sino en partir siempre de la propia realidad que se aspira a comprender y transformar. Por desgracia, si no reacciona a tiempo, esa misma realidad amenaza con llevársela por delante con un vendaval irresistible.

Si finalmente eso ocurre se habrá perdido tal vez una última oportunidad para el País Valenciano y para España. Y será triste comprobar cómo han podido más las inercias o el espejismo de ser una vanguardia consciente que va a ninguna parte. También, lamentablemente, el apego de algunos a poltronas de tres al cuarto... siempre, claro está, por el bien del proletariado.

Decía Marx que la historia siempre se repite: primero como tragedia y luego como farsa. La derrota que para la gran mayoría de honestos militantes comunistas supuso la transición tuvo no poco de tragedia injusta frente al sufrimiento y la entrega acumulada. Hoy si dejamos que la historia se regodee en su eterno retorno algunos deberán asumir la responsabilidad de una farsa que nos llegaría parafraseando el eco de una vieja canción de Javier Krahe: y yo allí con mis siglas como un gilipollas, madre...