De forma periódica, los responsables de turismo, ya sean políticos o del sector, exhiben con orgullo los datos trimestrales, semestrales o anuales. Las cifras siempre son positivas: más turistas, más pernoctaciones, tal o cual destino se consolida en tal o cual mercado, los beneficios ascienden a miles y miles de euros. De forma periódica, los mismos responsables olvidan señalar que hay municipios que multiplican su población durante los meses vacacionales, con las consecuencias que tiene para los ciudadanos que residen de forma habitual. Las primeras, las económicas.
La semana pasada, el Ejecutivo valenciano exigía al Gobierno central más de 300 millones de euros por la atención sanitaria a personas residentes en otras comunidades autónomas. Gran parte de este gasto corresponde a visitas médicas que se realizan durante las vacaciones de verano. En 2016, la entonces consellera de Sanidad Carmen Montón estimó que el gasto anual en estos servicios era de 66 millones de euros. En el caso de turistas extranjeros, la diferencia entre lo facturado en atención sanitaria valenciana y la compensación estatal fue de 38 millones de euros entre 2012 y 2015. Al gasto sanitario hay que sumar otras partidas como limpieza, transporte y seguridad, que no siempre están cuantificadas.
Según las estadísticas oficiales, hay al menos una decena de municipios valencianos que superan los 100.000 habitantes en verano; una cifra que en invierno ni se avista en el horizonte. Otros, principalmente en la costa, no necesariamente llegan a los cien millares, pero multiplican por cinco, seis, siete e incluso ocho sus habitantes entre julio y septiembre. A la cifra de residentes veraniegos hay que sumar los visitantes y las pernoctaciones hoteleras, de apartamentos turísticos o de campings. El resultado: municipios masificados con serios problemas para prestar servicios o, incluso, para acceder a sus playas. Muchos de estos municipios reciben turistas durante todo el año y en ellos es habitual el uso de segundas residencias, por lo que la cifra real de habitantes podría ser ligeramente superior a la recogida por las estadísticas oficiales.
El de Peñíscola, en Castellón, es uno de los casos más sangrantes. El municipio tiene censados cerca de 8.000 habitantes que empiezan a florecer con la primavera. En Pascua, los registros del Ayuntamiento señalan que multiplica por 10 sus habitantes, mientras que en verano supera los 100.000. En 2017, según los datos del sector, alcanzó las 2.361.758 pernoctaciones en hoteles, camping y apartamentos.
En la misma provincia sufre grandes incrementos Benicàssim, otro de los municipios turísticos por excelencia, gracias a las playas y a festivales como el FIB o el Rototom. Pasa de de 18.000 personas censadas a 115.000. El balance de las dos últimas ediciones del FIB señala que el festival recibió a 170.000 asistentes en 2018 y a 140.000 en 2019, aunque estas cifras son la suma de todos los días de su edición. Es decir, que muchos visitantes se contabilizan varios días y la cifra se acumula.
Oropesa, según el INE, cuenta con 8.800 habitantes, que se convierten en 55.000 en temporada alta. En Almenara, un pequeño municipio castellonense ya media hora de Valencia, pasan de 6.000 personas censadas a 64.000 en verano. Más de 10 veces su población, gran parte de ella instalada en los chalets y apartamentos de la playa.
En la provincia de Valencia, el caso más llamativo es el de Cullera, una ciudad con cerca de 22.000 personas censadas. En verano, sus apartamentos llegan a albergar a 200.000 personas, aunque en festividades como el puente de la Constitución sus empresarios hoteleros hablan de una ocupación superior al 71%. La ciudad cuenta con más de mil plazas entre hoteles y alojamientos turísticos.
En Alicante, la provincia preferida por los turistas, el ejemplo más claro es Benidorm. El municipio de la Marina Baixa es uno de los más turísticos durante todo el año, con una media de ocupación hotelera del 84%. La ciudad tiene censados 67.000 habitantes y alcanza fácilmente los 400.000 en verano. En 2018 rondó los 12 millones de pernoctaciones hoteleras y recibió 2 millones de turistas. Altea, el municipio más próximo, registra un fenómeno similar, aunque en menor número y pasa de 22.000 a 77.000 habitantes.
Más al sur tampoco se libran de la masificación, con ejemplos como el de Santa Pola, que pasa de 31.000 habitantes a 177.000; Guardamar del Segura, de 15.000 a 103.000 o Torrevieja, que alcanza los 100.800 habitantes todo el año a 423.000 residentes diarios en verano.
La fiebre de La Marina Alta
La comarca de la Marina Alta es una de las favoritas entre los veraneantes. No hay revista de tendencias en las que no aparezcan las playas de Calp, Xàbia o Dénia como recomendación para una escapada. Según un estudio del Observatori Marina Alta la comarca, que habitan unas 170.000 personas, llega a albergar simultáneamente casi 800.000 en épocas turísticas.
La mayoría de estos municipios son antiguos pueblos de pescadores que, boom urbanístico de por medio, se han convertido en grandes atractivos para quienes pueden pasar los fines de semana fuera de sus casas.
Calp multiplica por ocho su población y pasa de poco más de 20.000 habitantes a albergar a 167.707; mientras que Dénia, que recibe visitantes prácticamente todo el año, pasa de 41.568 personas empadronadas a 220.841. Según el INE, en agosto de 2018, había 18.174 viajeros registrados y 64.440⬠pernoctaciones hoteleras.
Xàbia registra un crecimiento del 331% en verano y pasa de 27.060 habitantes a una población estacional de 116.614. En el municipio de La Marina Alta llevan años con medidas de control de acceso a sus calas, que cada verano, especialmente los fines de semana, reciben la visita masiva de turistas. Varias de ellas ya están cerradas al tráfico por los enormes atascos que se generan.