Vistalegre y las purgas del PP

Ya pasó Vistalegre II. Dos líderes. Dos bandos. Dos naturalezas. Un espectáculo penoso de enfrentamiento cainita que hemos seguido con estupefacción. Un proceso de clarificación política que nos recuerda un tiempo pasado que nunca fue mejor. Yo no soy podemita, ni pablista ni errejoner, pero tengo claro que sin Podemos, hoy por hoy, no se puede construir una alternativa real al bipartidismo neoliberal que sufrimos desde hace cuarenta años. Y en ese sentido espero que sea cierta la apuesta de su Asamblea Ciudadana por la unidad de la izquierda (sí, de la izquierda política y social), esa aspiración compartida por tantos hasta la propagación del virus peronista. Yo no renuncio a ella. Unidos Podemos.

En este proceso se ha vuelto a constatar un fenómeno político que se repite en la historia, invariable como el ciclo de la luna o el paso de las estaciones: cada vez que hay un debate estratégico en las organizaciones de izquierda (sí, de izquierda), los medios de comunicación toman casi unánimemente partido por el ala más moderada e integrable en el sistema. Y lo hacen utilizando categorías tan falaces como la supuesta modernidad. Sucedió con IU en los 90 y sucede con Podemos hoy. Entonces lo moderno era estar con Cristina Almeida y a favor de Maastricht (“Europa” ya funcionaba como significante vacío un cuarto de siglo antes que “patria”); ahora con Iñigo Errejón y la transversalidad entendida como flexibilidad ideológica. Y siempre “el nuevo comunismo” o “la vieja izquierda” como espantajos que azuzar para el desprestigio público de aquellos a quienes no se consigue derrotar en procesos orgánicos.

¿Por qué pasa esto? Ya sabemos que las posiciones editoriales suelen responder a preferencias políticas generales que representan a su vez intereses económicos muy concretos. Pero no creo que eso lo explique todo. La amplísima coincidencia de opinadores progresistas en las tesis anti-Iglesias (como en su momento anti-Anguita) creo que se debe también a una aversión compartida a las formas (siempre mejorables) y al fondo de quienes ponen en cuestión su propia condición. No hay nada que irrite más a quien se considera muy radical que alguien que realmente lo sea y le haga sentir menos. Ante eso el recurso más fácil es apelar a conceptos dicotómicos tan maniqueos como lo viejo y lo nuevo, lo antiguo y lo moderno... El secretario general de Podemos, que ahora lo sufre, hizo lo mismo contra IU en su momento.

En la parte opuesta del tablero, el PP ha culminado su propio proceso interno sin pena ni gloria, al más puro estilo Rajoy: ninguna novedad significativa en el discurso, ningún cambio relevante en la dirección. En realidad, la actualidad del partido hegemónico de la derecha no pasaba por el Congreso sino por los tribunales, pues el caso Gürtel empieza por fin a dar sus frutos en forma de sentencias y confesiones: el jueves nueve empresarios valencianos reconocían haber financiado ilegalmente al partido; el viernes el TSJ condenaba a varios años de cárcel a Correa, el Bigotes y Milagrosa Martínez en la pieza de Fitur; ayer lunes declaraban ante la Audiencia Nacional la ex ministra Ana Mato y el representante legal del PP, imputado como partícipe a título lucrativo... Habrá que estar atentos porque se ha publicado que hasta el mismísimo Ric Costa amenaza con tirar de la manta (¡que lo haga! ¡que lo haga!).

Veremos cómo evolucionan los acontecimientos a un lado y a otro. En Podemos se anuncia que la disputa interna se extenderá a los procesos autonómicos. En el PP las purgas las hace la Fiscalía Anticorrupción.