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PERFIL

Juan Cotino, el factótum de la derecha que metió la pata y quizá la mano

Juan Cotino (Xirivella, 1950) dimitió como presidente de las Corts Valencianes a mediados de octubre de 2014. Cerró una larga carrera política en el PP asfixiado por los escándalos y sin el apoyo del entonces líder de los populares valencianos, Alberto Fabra, que decidió dejarlo caer. Su presidencia del Parlamento autonómico se caracterizó por el permanente enfrentamiento con la oposición -expulsó del hemiciclo, entre otros diputados de la izquierda, a la actual vicepresidenta valenciana, Mónica Oltra- en sesiones tormentosas marcadas por denuncias de corrupción que a menudo le aludían directamente.

Cotino se despidió del Comité Ejecutivo Regional del PP con un discurso en el que no mencionó a Alberto Fabra y, en cambio, se explayó en agradecimientos a Francisco Camps y Rita Barberá. No era casual. Con ellos formó, este miembro del Opus Dei, una “santísima trinidad” sobre la que pivotó el poder en la derecha valenciana desde que Eduardo Zaplana se marchó a Madrid como ministro y dejó a José Luis Olivas de presidente interino de la Generaliat Valenciana y a Camps como heredero por el que no sentía aprecio alguno.

La publicación de unas conversaciones del caso Brugal en las que su sobrino, Vicente Cotino, uno de los procesados que han confesado haber financiado ilegalmente al PP, con el empresario alicantino Enrique Ortiz, también corrupto confeso en el juicio valenciano de Gürtel, en las que aparecía el político valenciano como mediador para conseguir contratos con la Administración, y el avance del sumario judicial sobre el pelotazo de la red de Francisco Correa y Álvaro Pérez con motivo de la visita del papa Benedicto XVI a Valencia en 2006, precipitaron su dimisión.

Precisamente en la pieza de Gürtel sobre la visita del Papa acabaría imputado Cotino, a quien la Fiscalía Anticorrupción reclama 11 años de prisión por impulsar y “gestionar de facto” el contrato de las pantallas de televisión y la megafonía para los actos del pontífice por el que Ràdio Televisió Valenciana (RTVV) pagó 7,4 millones de euros, de los que la trama drenó 3,38 millones en comisiones ilegales.

Las revelaciones de Álvaro Pérez, El Bigotes, en el juicio de la Gürtel valenciana en la Audiencia Nacional en el sentido de que Cotino actuó como enlace de la trama con los empresarios que financiaron ilegalmente al PP en 2007 y 2008 (“Para cobrar había que hablar con él”) oscurecen todavía más el panorama judicial que le espera. A diferencia de lo que sucede con Camps, que no está imputado tras su absolución en el juicio de los trajes en ninguna de las piezas de Gürtel, lo que hace que puedan considerarse prescritos los delitos de los que se le podría acusar, Cotino puede ver cómo se amplían los cargos por los que se verá obligado a responder, ya que sí que está imputado en Gürtel.

Exdirector general de la Policía con el Gobierno de José María Aznar, conseller de varios gobiernos de la Generalitat Valenciana presididos por Camps y presidente de la Cámara autonómica, Cotino, que levantó polémica cuando juró su cargo en las Corts Valencianes sobre los Evangelios y con una gran crucifijo presidiendo la ceremonia, ha tratado siempre de ofrecer una imagen de humildad que casaba mal con su condición de factótum del poder de la derecha en Valencia y de cerebro de un imperio empresarial familiar centrado en las construcción y la obra pública.

La sombra de su actuación en nombre del gobierno de Camps al ofrecer supuestamente puestos de trabajo a cambio de no presentar denuncias a familiares de las víctimas del accidente del metro de Valencia, que se cobró en 2006, poco antes de la visita del Papa, la vida de 43 personas, le ha perseguido sin que haya sido capaz de disiparla.

Cada vez que los escándalos apretaban un poco más la cuerda de la sospecha a su alrededor, Cotino pedía disculpas por si alguien se había sentido ofendido por alguna actuación suya y añadía, como un sonsonete: “En mi vida puedo haber metido la pata muchas veces, pero nunca he metido la mano en ninguna caja”. Hasta que un día, para regocijo de los medios y escarnio de los usuarios de la redes sociales, se equivocó y dijo: “Yo puedo haber metido la mano, lo he dicho mil veces, pero nunca la pata... Perdón, lo he dicho al revés”.

La afirmación corre serio peligro de demostrarse falsa. No la de que metió la pata, que es obvia, sino la de que no metió la mano. Los tribunales tienen indicios suficientes para procesarle por ello.