En el caso de las ciudades y sus residentes, la calidad es mucho más importante que la cantidad. Teniendo esto en cuenta, uno de los ejes de competencia de las urbes es la capacidad de atraer personas que aporten dinamismo y capacidad de generar riqueza en su tejido económico. El razonamiento es lógico: si viene a vivir a Valencia gente que ofrece externalidades positivas a nivel económico y social, toda la ciudad se verá beneficiada.
Richard Florida conceptualizó este perfil de personas con el epígrafe clases creativas: gente que decide de forma reflexionada dónde vivir y desarrollar su labor profesional y, al fin y al cabo, su vida. En este proceso de decisión, el posicionamiento de las ciudades en la percepción colectiva, y más importante aún, en este segmento concreto, se vuelve esencial para poder ser competitiva. La capacidad y voluntad de elegir implica competición entre los posibles destinos. Este segmento de población, junto con -sobretodo- los propios residentes, las inversiones empresariales y el turismo, son los principales objetivos donde apunta una buena estrategia de citymarketing.
Una conceptualización generacional de estas supuestas clases creativas serían aquello que algunos autores llaman culturprendedores: jóvenes adultos mayoritariamente formados en profesiones liberales y del sector de la cultura que presentan pautas de comportamiento muy individualizadas, con un alto nivel de decisión personal. Siguiendo una descripción generalista, a nivel profesional suelen trabajar de forma intermitente en proyectos diversos, con dificultad habrán accedido alguna vez a un salario estable, consumen mucha cultura y no pueden asumir grandes inversiones (hipoteca, coche...). En cambio, están satisfechos con su estilo de vida, que les gratifica más allá de la compensación monetaria. Precarios, pero contentos de ser como son. Este perfil, orgullosamente urbano a la vez que potencialmente nómada, valora muchísimo qué les ofrece una ciudad y cómo pueden interactuar con ella para saber si les gusta, visitarla o quedarse una buena temporada a probar suerte.
En este orden de cosas, el otro día tuve el placer de escuchar una conferencia de Pau Rausell en el entorno del encuentro de Urbego. El investigador valenciano, responsable de Econcult, aseguró sin titubeos que la cultura genera riqueza. Más concretamente, la industria cultural genera más productividad que la mayoría de sectores. Un euro invertido en el sector cultural genera más beneficios que en el turismo o en el automóvil, por ejemplo. Esta afirmación, por más que alguna cosa se podía intuir en esa dirección, me sorprendió escucharla con tanta seguridad en boca de una autoridad en la materia. Me sorprendió para bien, aclaro.
Si cruzamos la información de lo hasta ahora expuesto podemos llegar a una conclusión: hay perfiles concretos, relacionados con las profesiones liberales y más todavía en las industrias culturales, que deciden dónde vivir y que son buenos para tu ciudad porque tienen la capacidad de generar externalidades positivas a nivel económico y social. Quien quiera atraer a gente de este perfil debe competir por él. La pregunta es, ¿Valencia tiene intención de atraer estos perfiles? ¿Qué les puede ofrecer Valencia a los culturprendedores o las clases creativas?
En esta competición la capital del Túria debería jugar fuerte con sus valores y atributos ganadores, concentrados alrededor de su mediterraneidad (clima y estilo de vida), dinamismo y participación comunitaria, mientras corrige algunos aspectos que afectan la calidad de vida del día a día, como la movilidad urbana y una gestión del espacio público caótica. La posibilidad de participar es un valor positivo para este tipo de personas. Estos elementos, bien enfocados a la percepción del público adecuado, la situarían en buena posición para ser una ciudad tan atractiva para vivir como a muchos de sus habitantes nos parece.
En el caso de las ciudades y sus residentes, la calidad es mucho más importante que la cantidad. Teniendo esto en cuenta, uno de los ejes de competencia de las urbes es la capacidad de atraer personas que aporten dinamismo y capacidad de generar riqueza en su tejido económico. El razonamiento es lógico: si viene a vivir a Valencia gente que ofrece externalidades positivas a nivel económico y social, toda la ciudad se verá beneficiada.
Richard Florida conceptualizó este perfil de personas con el epígrafe clases creativas: gente que decide de forma reflexionada dónde vivir y desarrollar su labor profesional y, al fin y al cabo, su vida. En este proceso de decisión, el posicionamiento de las ciudades en la percepción colectiva, y más importante aún, en este segmento concreto, se vuelve esencial para poder ser competitiva. La capacidad y voluntad de elegir implica competición entre los posibles destinos. Este segmento de población, junto con -sobretodo- los propios residentes, las inversiones empresariales y el turismo, son los principales objetivos donde apunta una buena estrategia de citymarketing.