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El gobierno sumergido y la participación buenista

De un tiempo a esta parte el rol de la administración, especialmente en el sur de Europa, ha tomado un cariz paradójico. Desde una perspectiva progresista se interpreta que la escasez de recursos económicos y las supuestas presiones de agentes exógenos (los mercados, la troika, etc.) han reducido, hasta un nivel sin precedentes desde la aparición de la socialdemocracia, la capacidad de influencia de la administración. Por otro lado observamos una creciente regulación y mercantilización de los espacios urbanos.

Para comprender la acción de un gobierno que reduce su influencia pero a la vez regula más que nunca, recurrimos a Suzanne Mettler, profesora de Instituciones Americanas y Gobierno de la Universitad de Cornell, que en ‘The Submerged State’ [1] destripa la tendencia del estado de ocultar sus acciones realizando políticas públicas no visibles. Políticas públicas que toman la forma de incentivos indirectos y subsidios: desde beneficios fiscales hasta el pago directo a empresas privadas para la provisión de servicios. Mettler afirma que el estado sumergido camufla el rol de la administración y exagera el del mercado. Como resultado, los ciudadanos dejan de ser conscientes de los beneficios que reciben y, sobretodo, de las considerables ventajas que se les da a los grandes intereses económicos (desde la banca de inversión a la gran industria exportadora). Pueden emerger así mecanismos de reciprocidad entre poder económico y gobierno, aumentando las desigualdades, con outcomes indeseables a nivel agregado y dificultando, a posteriori, las reformas políticas.

A la vez, tomando el punto de vista de Harvey [2], la reproducción del capital (la r de Piketty que aumenta por encima del crecimiento económico) necesita ir de la mano de un poderoso músculo gubernamental. Lo que se llama despectivamente ciudad neoliberal no tiene absolutamente nada de liberal. La estructura de funcionamiento depende de la alianza de los intereses inversores con unos gobiernos fuertes y reguladores. Podemos verlo a diferentes escalas, desde la terracificación de las aceras hasta la genuflexión regulatoria que supuso el affaire Eurovegas, pasando por el creciente control sobre el espacio público.

Ante esa discrepancia emergen diversas prácticas urbanas espontáneas en forma de innovaciones sociales, llenando los huecos que la sumersión de la administración ha ido dejando vacíos. Para etiquetarlas podemos utilizar el concepto de urbanismo do it yourself (del punk ‘hazlo tu mismo’). El urbanismo do it yourself (DIY) es una etiqueta que marca un cambio, o más bien un revival, en la manera en que los ciudadanos participamos en la construcción urbana. Muestra una tendencia ciudadana que supone un salto desde la participación meramente consultiva a una participación ciudadana colaborativa, con un componente de diversión y menos conscientemente reivindicativa.

Ciertas prácticas, desde los huertos urbanos a los espacios culturales mixtos (de trabajo, producción y exhibición), pierden el énfasis en la resistencia crítica centrándose en motivaciones más sutiles, locales e individuales para generar pequeñas mejoras funcionales del entorno construido. En contraposición a las reivindicaciones más políticas, esas acciones representan el simple deseo de reconstruir la ciudad que pisamos según nuestros propios criterios. El urbanismo DIY es fruto de la frustración con los procesos formales pero, de manera mucho más relevante, genera mejoras de una manera positiva, funcional y contributiva.

Pero esas prácticas no dejan de ser la otra cara de la misma moneda, la respuesta buenista a una situación en que el gobierno se ha escondido. Su énfasis en la diversión, su desprendimiento del carácter político, puede acabar reforzando ese estado sumergido pero poderoso que se perpetúa entonces de forma presuntamente desideologizada.

Necesitamos pues un cambio de escala, de las micro intervenciones horizontales de mejora urbana a la articulación metropolitana (Harvey afirma acertadamente que es imposible renunciar a las jerarquías a partir de cierto tamaño). Las dinámicas espontáneas transformativas son un magnífico punto de partida, pero no debemos olvidar que la administración no es un ente ajeno sino que podemos decidir sus medios y objetivos a nivel macro. Se convierte en urgente la reivindicación del carácter político del urbanismo puesto que no existen soluciones con efectos positivos igualmente distribuidos para todos (la gran falacia del planeamiento), sino que se requieren instrumentos para gestionar preferencias no siempre en consenso. Todo ellos es imposible sin forzar al Estado, de forma democrática, a volver a la superficie, a mostrar sus acciones de forma transparente.

[1] Mettler, S. (2011). The Submerged State. Fall Books.

[2] Harvey, D. (2012). Rebel Cities, From the Right to the City to the Urban Revolution. Verso Books.

*Este artículo es fruto de las conversaciones mantenidas durante el Mikser Festival 2014: Sustainable Utopia, en Belgrado. Donde Urbego hemos realizado una workshop (The Initiator, the Artist, his Advocate and the Incubator) en la que hemos estado trabajando el rol de la gobernanza urbana en un contexto compartido (post-comunista o no) por los países del sur de Europa. Gracias a Giulia Maci y Filipa Pajevic, entre otros, por los inputs.

De un tiempo a esta parte el rol de la administración, especialmente en el sur de Europa, ha tomado un cariz paradójico. Desde una perspectiva progresista se interpreta que la escasez de recursos económicos y las supuestas presiones de agentes exógenos (los mercados, la troika, etc.) han reducido, hasta un nivel sin precedentes desde la aparición de la socialdemocracia, la capacidad de influencia de la administración. Por otro lado observamos una creciente regulación y mercantilización de los espacios urbanos.

Para comprender la acción de un gobierno que reduce su influencia pero a la vez regula más que nunca, recurrimos a Suzanne Mettler, profesora de Instituciones Americanas y Gobierno de la Universitad de Cornell, que en ‘The Submerged State’ [1] destripa la tendencia del estado de ocultar sus acciones realizando políticas públicas no visibles. Políticas públicas que toman la forma de incentivos indirectos y subsidios: desde beneficios fiscales hasta el pago directo a empresas privadas para la provisión de servicios. Mettler afirma que el estado sumergido camufla el rol de la administración y exagera el del mercado. Como resultado, los ciudadanos dejan de ser conscientes de los beneficios que reciben y, sobretodo, de las considerables ventajas que se les da a los grandes intereses económicos (desde la banca de inversión a la gran industria exportadora). Pueden emerger así mecanismos de reciprocidad entre poder económico y gobierno, aumentando las desigualdades, con outcomes indeseables a nivel agregado y dificultando, a posteriori, las reformas políticas.