Quien les escribe debe reconocer, avant la lettre, que es una de las miles de persones que de vez en cuando, intentando que sea más de una vez por semana, vence la pereza para ir a correr durante un rato y lo hace por el cauce del Turia. Reconozco que me gusta contemplar mientras corro algunos de los edificios que bordean la orilla, y incluso hago el ejercicio de imaginar que voy por arriba pero sin el estruendo y molestia de la gran cantidad de coches que pasan por algunos sitios por dónde deberían tener prohibido o mínimo restringido el paso. Esperanzas que algún día el sentido común hará realidad.
Pero no por ser un corredor más o menos habitual por el cauce del río y por lo tanto usuario potencial puedo bendecir a ojos cerrados la iniciativa Valencia Ciudad del Running, concretamente en su proyecto de construir un circuito exclusivo para corredores, con un pavimento diferenciado, señalización propia, etc. Esta idea, a priori poco polémica, contiene algún problema que cabría analizar.
El riu es un espacio único en una ciudad europea del tamaño de Valencia. No tiene igual, ni por su situación, ni por su historia, ni por su utilización, ni tan solo por su simbolismo. Configura un eje verde que comunica la mayoría de los lugares de interés de la ciudad, ya sean monumentos, museos, barrios, etc. El cauce del Turia explica la ciudad como nada más la puede explicar. Sus orígenes, su desarrollo, su modernidad. Incluso explica el momento más traumático de la historia reciente de la ciudad, la riuà, pues es su consecuencia directa.
Pero el auténtico valor que tiene el parque del río es su uso ecléctico. Valencia y sus habitantes han creado un espacio dominado por el uso compartido, común, social. Desde parejas que retozan en la hierba hasta familias enteras, o grupos de ellas, que pasan horas compartiendo un espacio de socialización, conversando, jugando. Llama la atención la rápida adaptación al espacio que hacen muchos nuevos habitantes de la ciudad provenientes de Latinoamérica: quedan en el río para encontrarse, hablar, bailar, comer, practicar deportes de equipo...
En definitiva, es una zona que condensa gran parte del espíritu mediterráneo de Valencia. Socialización en el espacio público. Por esa razón, por más que parezca a priori una buena idea segregar una zona para uso exclusivo de corredores (menos molestia para el resto de usuarios, menos peligro de colisión con bicicletas, pavimento y señalización adecuados) no deja de ser una especialización extrema de un espacio que hasta ahora cada grupo o ciudadano decidía cómo utilizar. Hay que ir con mucha cautela, porque si empezamos a compartimentar el uso del espacio acabaremos teniendo zonas solo para comer, zonas solo para sentarse, zonas solo para pasear al perro y zonas para estar en pareja. Llevado al extremo, la especialización se cargaría la grandeza y el auténtico valor del cauce del río: su apropiación ecléctica por parte de la ciudadanía. A veces, es mejor juntos y revueltos.