Sin duda, el periodo fallero es una ocasión insuperable para usar y abusar del espacio público de la ciudad. Del mismo modo que los monumentos falleros se apropian del centro de los cruces de las calles, habitualmente relegados a simples viales de tránsito rodado, los viandantes conquistan las calzadas de calles, plazas, avenidas, incluso puentes. Es este el caso del histórico Pont de Sant Josep, el cual se trata de una estratégica conexión por encima del jardín del Turia entre el barrio del Carme (falla de Na Jordana) y la zona septentrional de la ciudad (falla Doctor Olóriz).
Aún siendo un memorable puente del siglo XVI, su superficie está urbanizada banalmente conforme una calle limitada de los años 60, con sus aceras mínimas (menos de 1,5 m), sus bordillos de piedra de rodeno y sus dos carriles de circulación siguiendo el sentido del centro a la periferia, semáforo de remate incluido. A pesar de que recientemente se acometieron sendas peatonalizaciones o mejoras en la movilidad sostenible de los puentes de Serranos, de la Trinidad y del Real (carril bici); el Pont de Sant Josep sigue como ayer o antes de ayer. Sin embargo, en Fallas, los límites de la pésima urbanización se difuminan y el tráfico se acompasa a la invasión de personas que necesariamente ponen pie en tierra hostil, fortalecidas por el empoderamiento fallero.
Como tantos otros ciudadanos, cruzo este puente a pie diariamente, de casa al trabajo y a la inversa. Todos los días disfruto de la posibilidad de respirar el paisaje que nos ofrece, de mañana y de tarde, gracias a la ligera curva que el antiguo cauce realiza por debajo, mostrando un horizonte verde a ambos lados y ventana privilegiada hacia lo que ocurre debajo, o sea, un deambular de corredores o paseantes ociosos por un jardín cada vez más urbanizado.
Quizás la desaparición del Portal Nou derivó hacia un menosprecio patrimonial de lo que hasta el siglo XIX había sido acceso y salida importantes de la ciudad hacia el norte. Desde aquí, el litógrafo Alfred Guesdon retrató a vista de pájaro la ciudad amurallada de mitad de ese siglo, de manera romántica, apacible, pero en tensión con su progreso, su futuro crecimiento y su revolución industrial. Hoy en día, tanto el puente, como el convento, como el entorno de la calle Llíria son espacios descuidados.
Al margen de una reivindicación como puente representativo que haya que rehabilitar, señalizar y proteger; considero que el Pont de Sant Josep es un lugar vital: de paso; de cruce en horizontal y en vertical; de miradas hacia todos los lados; es un espacio incluso de ‘estar un rato’. Y así lo es porque además de conectar la calle Alta con la avenida de la Constitución (Km 0 de la N-340) y la avenida de Burjassot, conduce en el extremo norte (fachada de Marxalenes i La Saïdia) a la Escuela Oficial de Idiomas. Este es un equipamiento que atrae a jóvenes que se acercan andando o en bicicleta a través del puente en los dos sentidos, pero las aceras no tienen la superficie suficiente para tantos y menos si pasa una persona con un carro, o una pareja, o un despistado, o alguien que ‘pasa’ del código convencional vial. Algo tan sencillo de resolver, teniendo en cuenta además la cercanía del Pont de les Arts (sobredimensionado con doble plataforma para el tráfico), acaba siendo un lugar de incomodidad diseñada con premeditación entre las desconcertadas farolas modelo de pescador.
En mi opinión como ciudadano que camina, antes que un extraordinario circuito de running por el jardín, ha quedado pendiente resolver el ‘ordinario’ Pont de Sant Josep. De nuevo llegamos tarde. Al menos y mientras tanto, siempre nos quedarán las Fallas para comprobarlo. Y de estas, tal vez, la oportunidad por fin, para reformarlo.
Sin duda, el periodo fallero es una ocasión insuperable para usar y abusar del espacio público de la ciudad. Del mismo modo que los monumentos falleros se apropian del centro de los cruces de las calles, habitualmente relegados a simples viales de tránsito rodado, los viandantes conquistan las calzadas de calles, plazas, avenidas, incluso puentes. Es este el caso del histórico Pont de Sant Josep, el cual se trata de una estratégica conexión por encima del jardín del Turia entre el barrio del Carme (falla de Na Jordana) y la zona septentrional de la ciudad (falla Doctor Olóriz).
Aún siendo un memorable puente del siglo XVI, su superficie está urbanizada banalmente conforme una calle limitada de los años 60, con sus aceras mínimas (menos de 1,5 m), sus bordillos de piedra de rodeno y sus dos carriles de circulación siguiendo el sentido del centro a la periferia, semáforo de remate incluido. A pesar de que recientemente se acometieron sendas peatonalizaciones o mejoras en la movilidad sostenible de los puentes de Serranos, de la Trinidad y del Real (carril bici); el Pont de Sant Josep sigue como ayer o antes de ayer. Sin embargo, en Fallas, los límites de la pésima urbanización se difuminan y el tráfico se acompasa a la invasión de personas que necesariamente ponen pie en tierra hostil, fortalecidas por el empoderamiento fallero.