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Valencia, de la circulación a la movilidad

Comienzo con una anécdota a la que recurro con frecuencia y que me parece bastante reveladora. Al llegar a Valencia, un desconocido nos citó a mi pareja y a mí en la Plaza del Ayuntamiento para visitar un piso de alquiler. Dándole la espalda a la puerta de la casa consistorial, Rosario y yo mirábamos alternativamente nuestro mapa y el torrente de coches que nos pasaba por delante, y yo con ofuscación le decía a ella: “Que no, ¡que éste no puede ser el sitio!”. Señalé con la barbilla por encima del edificio de Correos: “La plaza debe quedar por ahí atrás, hazme caso”. Pero no, la Plaza del Ayuntamiento era aquello. O mejor dicho, aquello había sido la plaza del Ayuntamiento. Porque la Plaza -como otras muchas plazas- dejó de ser una plaza para convertirse, nadie sabe cuándo, en una rotonda.

Viví situaciones parecidas al conocer la Alameda, la Plaza del Mercado, de San Agustín, la de España o los márgenes del Jardín del Turia. Sienta mal que uno de fuera venga a señalarte tus defectos, pero tengo que decir que cada vez que alguien me pregunta qué tal Valencia, me veo obligado a enturbiar mis comentarios positivos con un “pero tiene demasiado coche”.

El exceso de tráfico a motor no es un problema que únicamente tenga esta ciudad sino que es algo generalizado. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, exacerbamos la importancia del vehículo privado en nuestras vidas, y por ende, en nuestras ciudades. Por el camino, construimos una inmensa cantidad de mitos, prejuicios y medias verdades alrededor de las virtudes del automóvil, y entendimos como una señal de progreso que la trama urbana comenzase a desgajarse y que nuestras calles se convirtiesen en carreteras. Que no suene derrotista, pero hemos entregado nuestro mundo al coche, y eso es algo insostenible nos pongamos como nos pongamos.

Nadie se ha salvado y hay ciudades que están infinitamente peor que Valencia. Sin embargo, le reprocho a esta ciudad tener demasiado tráfico antes que a ninguna otra por una razón muy simple: por tamaño, densidad, orografía y clima, Valencia tiene unas condiciones de partida imbatibles para ser un modelo de en términos de movilidad sostenible. Es un crimen que Valencia esté como está, estamos desaprovechando un potencial gigantesco.

Quien desconfíe de que Valencia pueda funcionar sin avenidas de cinco carriles y plazas convertidas en rotondas, quien crea que su negocio perderá clientes si se fomenta la movilidad de proximidad antes que los centros comerciales, quienes vean que es prácticamente lo mismo llevar a los pequeños en coche al colegio que hacerlo a pie, quienes piensen que las bicis y los buses son un incordio para circular en coche y no los 80.000 coches que tienen alrededor mientras conducen; todos ellos pensarán: ¿Un potencial gigantesco para qué? Pues para todo y más, porque superada la noción secamente ingenieril de “la circulación”, “la movilidad” se descubre como un ámbito de incidencia medioambiental, económica, social y cultural.

A modo de ejemplo del abanico de beneficios que genera una ciudad más humana, extraigo algunos datos a vuela pluma del informe sobre la mejora de la accesibilidad peatonal de Times Square (Nueva York), uno de los proyectos urbanísticos más elogiados de los últimos años. Tras reducir el espacio de calzada y dárselo a las aceras, la afluencia de peatones se incrementó un 11%, la velocidad del tráfico se redujo ligeramente pero los tiempos de los trayectos también disminuyeron un 17%, los accidentes sobre viandantes cayeron un 35% y la actividad económica del distrito se disparó un 22%. Y estamos hablando de Times Square en Nueva York, uno de los lugares con más tráfico de una ciudad pensada para el coche.

El camino de Valencia para recuperar la Plaza es mucho más corto. La del Ayuntamiento, la de la Reina, la del Mercado. También la de todos los barrios, esas centralidades cotidianas a reivindicar. Sigamos con la Alameda, las Grandes Vías, la Avenida del Puerto, la Ronda Interior… Valencia entera puede ser la Plaza: una ciudad paseable, saludable, dinámica, social, atractiva y, en definitiva, más humana. El potencial está ahí esperando a ser usado. Tamaño, densidad, orografía y clima, recuerden. Y miren a Sevilla si Nueva York les pilla demasiado lejos…

Pasados los primeros meses de nuevo gobierno y finalizada la Semana Europea de la Movilidad -campaña de la que hemos sido colaboradores-, mientras algún medio de comunicación habla de “persecución al coche”, se bajan las motos de las aceras y se suben los aparcabicis, esperamos a que la gente se acostumbre a aflojar el pie al pasar por Ciutat Vella y discutimos sobre si es descabellado o no aspirar a que el perímetro de la ciudad histórica no se convierta al caer la noche en una hilera de cinco kilómetros de coches; la nueva “Concejalía de Movilidad Sostenible y Espacio Público” (que por fin ya no “de Circulación y Transporte”) tiene la tarea de articular una estrategia de trabajo ordenada y decidida, que acompase la disuasión con el incentivo, que se explique de manera clara a la ciudadanía y no dé la impresión de moverse a ritmo de antojos, que tenga en cuenta a todos los actores implicados y reconozca el trabajo hecho por la sociedad civil.

El reto está sobre la mesa y es el momento de ponerse manos a la obra. Valencia debe trazar el camino de la circulación a la movilidad, que es el camino que la llevará a recuperar la Plaza y con ella su alma mediterránea.

Comienzo con una anécdota a la que recurro con frecuencia y que me parece bastante reveladora. Al llegar a Valencia, un desconocido nos citó a mi pareja y a mí en la Plaza del Ayuntamiento para visitar un piso de alquiler. Dándole la espalda a la puerta de la casa consistorial, Rosario y yo mirábamos alternativamente nuestro mapa y el torrente de coches que nos pasaba por delante, y yo con ofuscación le decía a ella: “Que no, ¡que éste no puede ser el sitio!”. Señalé con la barbilla por encima del edificio de Correos: “La plaza debe quedar por ahí atrás, hazme caso”. Pero no, la Plaza del Ayuntamiento era aquello. O mejor dicho, aquello había sido la plaza del Ayuntamiento. Porque la Plaza -como otras muchas plazas- dejó de ser una plaza para convertirse, nadie sabe cuándo, en una rotonda.

Viví situaciones parecidas al conocer la Alameda, la Plaza del Mercado, de San Agustín, la de España o los márgenes del Jardín del Turia. Sienta mal que uno de fuera venga a señalarte tus defectos, pero tengo que decir que cada vez que alguien me pregunta qué tal Valencia, me veo obligado a enturbiar mis comentarios positivos con un “pero tiene demasiado coche”.